¿Por qué tanta fijación por el consumo local de la comida?
Cuando se trata del origen de nuestros alimentos y sus condiciones de producción, las alarmas saltan. Sin embargo, esta misma preocupación parece no surgir al comprar otros productos como la ropa
Qué tiempos aquellos en los que comprar comida no implicaba un ejercicio ético constante, cuando no valorábamos si lo que comprábamos era justo, local, ecológico y sin trabajo infantil. Hoy día toca hacer un ejercicio de reflexión para asegurarnos de que cada alimento que adquirimos no empeore la situación ecológica, y a ser posible mejore la vida de quien lo ha producido.
Nos pasa cuando tenemos que decidir si compramos un mango de Brasil y no unas manzanas que vienen de Asturias, por aquello del consumo de kilómetro cero. ¿No estaremos contribuyendo al cambio climático con el largo viaje que ha hecho esta fruta? Aunque nos gusta tener algo de variedad en la mesa, también hay que pensar que todo el mundo tiene que vivir, pero ¿no les bastaría vender los mangos en Brasil y nosotros comer lo que tenemos cerca? ¿Por qué tendemos a focalizar estas razonables dudas éticas en los alimentos y no en la ropa o los muebles? ¡Qué fácil era comprar antes de que supiéramos del cambio climático!
¡Qué fácil era comprar antes de que supiéramos del cambio climático!
Estas reflexiones son el pan de cada día de mucha gente a la hora de consumir, y más en estos tiempos. El sistema alimentario mundial se enfrenta a la tormenta perfecta: petróleo caro, fertilizantes escasos y dos de los grandes exportadores de grano en guerra. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) anuncia un desastre sin precedentes para la población en riesgo de hambre: “Las subidas de los precios de los alimentos y del petróleo están elevando los costes operativos mensuales del PMA en hasta 71 millones de dólares estadounidenses al mes (66 millones de euros), lo que reduce su capacidad para responder a las crisis de hambre en todo el mundo”.
El número de personas en crisis alimentaria se ha doblado entre 2016 y 2021, pasando de 94 millones a 180 en los 39 países que han estado habitualmente en crisis alimentaria durante estos años. El cambio climático amenaza con empeorar la situación a medio plazo, con descensos en los rendimientos agrícolas anunciados ya para el próximo decenio.
¿Qué parte de estos problemas se puede resolver con nuestras decisiones de consumo? ¿Es el consumo local una buena decisión? ¿Cuánto ayuda a disminuir las emisiones de carbono? ¿A quién beneficia y a quién perjudica? ¿En qué condiciones merece la pena promocionarlo? Lo explicamos en este video, el primero de una serie de tres que tiene como objetivo ayudarnos a entender mejor el sistema alimentario, para así tomar las decisiones personales correctas.
Nuestras decisiones de compra tienen un impacto, pero no es el que a veces pensamos. No se trata de valorar de dónde viene la comida, sino qué comemos. El impacto climático se produce sobre todo en la producción y no en el transporte. Y aunque así fuera, hay algo que siempre tendremos que tener en mente: la mayoría de países menos desarrollados viven de la producción agrícola de exportación. Sus mercados urbanos son demasiado pequeños en comparación con el porcentaje de población rural como para que resulten una salida significativa para su producción. Necesitan exportar para vivir. Y su huella de carbono, tengámoslo en cuenta, es siempre muchísimo menor que la nuestra en los países ricos, por lo que tienen todo el derecho a mandar sus exportaciones en avión, si así lo desean.
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