Secretos del Congreso
Once trabajadores de la Cámara relatan anécdotas acumuladas en cuatro décadas de oficio
En Madrid hay un edificio que contiene un pueblo. Con su médico, su comisaría de policía, su guardería, su restaurante, su servicio de correos... Hasta tuvo su propia liga de fútbol. Fue asaltado. Escondió, sin saberlo, a un ladrón durante un año. Antes de ser rodeado por indignados recibió a fanáticas que robaban colillas de su ídolo en los ceniceros... Lo recuerdan algunos de sus anfitriones, un ejército de invisibles que lo ve todo. 1.500 personas trabajan en el Congreso de los diputados. Once de ellos compartieron con EL PAÍS anécdotas y secretos de casi cuatro décadas.
"Ese tiro de ahí es mío"
Leonor Sanz, de Protocolo, tenía 18 años cuando, en enero de 1983, le tocó pasear por la Cámara a los guardias civiles que habían participado con Tejero en el golpe. “Yo acababa de entrar. Este ha sido mi primer y único trabajo. Gregorio Peces Barba quiso invitarlos para normalizar la situación. Eran unos mandados, por eso a ellos no les había pasado nada, y aquel día estaban muy cortados, como yo. Al llegar al hemiciclo uno dijo [señalando uno de los impactos de bala]: ‘Ese tiro de ahí es mío”. En el hemiciclo hay casi 30 impactos del 23-F. “Lo primero que me suelen pedir las visitas —reciben 80.000 al año—, sobre todo la gente mayor, es que se los señale. Los chavales preguntan otras cosas. El último grupo, por ejemplo, quería saber qué pasa con las reválidas”.
Paloma Santamaría tenía 36 años cuando, hace 33, entró a trabajar en el Congreso. Es una institución dentro de la institución. “El año que viene cumplo 70 y llegó al tope. Me da tanta pena marcharme...”. Habla sin parar, con la energía que distingue a quienes les apasiona su trabajo de los que van a trabajar. Y eso que el primer día, recuerda, “fue horrible”.
“Mi marido me había abandonado, yo tenía dos críos y mi hermano, letrado de las Cortes, me animó a prepararme las oposiciones para ujier porque era más seguro. Cuando llegué aquí, vi a cinco ujieres y conté 600 años en total. ¡Eran muy mayores!”.
El Congreso cuenta hoy con 90 ujieres. Quizá sean las personas mejor informadas del país. “Por nuestras manos pasa todo. Y los diputados hablan como si no estuvieras. La discreción en esta casa es extrema”. Algunas cosas han cambiado mucho en esos 33 años. “Antes, los diputados subían a la tribuna sin papeles, a explicar su posición, y los demás podían estar de acuerdo o no, pero escuchaban. Ahora habla alguno y no le hacen ni caso…”. Su trabajo, en cambio, apenas ha variado. “Tengo que hacerme a sus manías, aprender cómo son, saber qué necesitan solo con mirarlos. Me gusta cuidarlos. Un diputado en su provincia es alguien importante, pero en Madrid no le conoce nadie”.
"¡Si me tocas, me tiro!"
Los invitados de las tribunas le han dado más de un susto. “Un día cuatro chicas se nos pusieron en pelotas. Los de abajo [los diputados] mirando enloquecidos, porque eran jovencillas. Una se agarró a una columna y gritaba: ‘¡Si me tocáis me tiro!’ Los policías no sabían por dónde cogerlas”, recuerda del incidente con las activistas de Femen.
Lo mejor se lo guarda, probablemente para contárselo a sí misma cuando el año que viene se jubile y tenga que aprender a vivir en su otra casa, pero aún así, Paloma es un saco sin fondo de anécdotas, muchas de las cuales coinciden con momentos históricos de la vida política del país. “Cuando trajeron la Corona para la proclamación del Rey... El beso en la mano que me dio el hijo de Adolfo Suárez en la capilla ardiente al despedirse...”.
Golpe e intento de secuestro en ocho meses
El letrado Nicolás Pérez-Serrano llegó al Congreso a principios de 1975. Su padre, letrado de las Cortes con 22 años, había sido asesor en la elaboración de la Constitución de 1931, durante la II República, y él hizo lo mismo con la de 1978. El Régimen llegó a abrirle a su padre un consejo de guerra, un juicio por responsabilidades políticas y cinco expedientes de depuración. Finalmente, le inhabilitaron durante años para explicar el derecho político y entre 1939 y 1945 tuvo que dedicarse al civil.
Fue el propio Nicolás el que compró en el Rastro la urna que cubre el ejemplar expuesto en el salón frente al hemiciclo. Habla de una época en la que las leyes se hacían sobre todo desde el Parlamento. “Ahora la mayoría son proyectos de ley que vienen del Ejecutivo”.
El 23-F era secretario de la mesa, es decir, el cuarto por la izquierda en la tribuna de presidencia. “Aquella noche yo cerraba los ojos y el hemiciclo era todo verde porque estábamos rodeados de guardias civiles. Uno me cacheó con la metralleta en la cabeza y la rodilla en la espalda”. Lo pasó mal, pero de lo malo prefiere no acordarse. “Cuando todo terminó, Manuel Gutiérrez Mellado le regaló un Dupont de oro al ujier que le había prestado su mechero aquella larga noche”. En septiembre de ese mismo año, otro día 23, sufrió un intento de secuestro. "Se acercaron con una metralleta, pero afortunadamente todo quedó en un susto, aunque tuve que llevar escolta algunos meses".
Chorizos despistados
Francisco Vizuete, policía nacional, de 58 años, lleva 30 en el Congreso. Las noches son movidas. “Estamos en el centro de Madrid y los chorizos no se imaginan que esto es una comisaría. Atracan en una calle cercana, salen corriendo, y al llegar aquí, los cogemos casi con la mano, se meten en su propia jaula”. Hace 14 años, en lugar de un ladrón, fueron dos asesinos. Acababan de matar con un punzón a una turista griega, madre de tres hijos, para robarle el bolso. Era el cumpleaños de Francisco. Por aquella detención, en la que le ayudó su compañero Chirón, oficial de policía, le dieron su primera medalla. La segunda la recibió hace unos días, por sus años de servicio. En la ceremonia participaron algunos de los diputados con los que jugaba en la liga de fútbol del Congreso. “Ganamos dos veces la liga —el trofeo, por supuesto, se llamaba El león de oro—. El PP tenía buen equipo: Rafael Hernando, Ángel Acebes, Eduardo Zaplana… En el del PSOE jugaban Juan Barranco, Diego López Garrido…”.
Aprender la democracia sobre la marcha
Juan Luis Herráiz, que el año que viene cumple 70 años, llegó al Congreso antes que la democracia, en 1973, y vio a los diputados “aprenderla sobre la marcha”. “Aquí, al principio, nos dedicábamos sobre todo a jugar a las cartas, porque Franco venía una vez al año y había que poner unas sillas y punto. Era un edificio muerto”. Hoy supervisa una superficie de casi 80.000 metros cuadrados, con un equipo fijo de 12 operarios y empresas subcontratadas. Su móvil suena más que el de un ministro.
Tejero le pilló colocando a unos cámaras extranjeros al final del hemiciclo. También estaba en el Congreso cuando llegó el primer ordenador —“un mamotreto como una mesa de grande y con capacidad para casi nada”—, y en 30 años ha hecho casi de todo en la Cámara: “Desde barrer, hasta colocar el dosel en la puerta de los leones para cuando viene el Rey”.
Cuenta que en el Congreso hubo un ladrón, una vecina problemática y que un día casi envenenan a un diputado. “Coincidiendo con las obras de la primera ampliación, en torno a 1980, hubo muchos robos en tiendas de la zona. La policía tardó casi un año en descubrir que era uno de los obreros, que daba el atraco y venía corriendo al Congreso”. La vecina era una mujer "que dejaba su Simca 1000 en el medio de la calle para que no pudiera pasar el presidente”. Y lo del político fue sin querer. “Trajimos unas botellas enormes de desinfectante y pedimos que no pasara nadie, pero se nos coló un diputado. Salió gritando: ¿Quién me quiere matar?”.
Negociar en la cafetería
Javier Gutiérrez, de 56 años, ha visto cerrar muchas negociaciones en su cafetería, donde sirve unas 800 comidas al día. Lleva 33 años como maître de la Cámara y cuenta que los políticos dan una imagen en el hemiciclo que no se corresponde con la realidad. Pone un ejemplo: “Cuando llegaron, los diputados de Amaiur se sentaban apartados. Pero con el tiempo era muy normal verles tomando café con uno del PP”. En general, insiste, reina la cordialidad, pero la irritación ha subido a veces también del hemiciclo a la tercera planta de la cafetería. “Durante la guerra de Irak no llegaron a las manos, pero sí hubo momentos de mucha tensión”. Javier aprovecha para zanjar una vieja polémica: "Aquí el menú cuesta 8,46 euros, el gin tonic unos 12 [el precio, según la marca, va de 9 a 30] y no se piden muchos. Antes, cuando se fumaba, sí era más frecuente".
El médico de este pueblo
En 1990, Pedro Gorgolas dejó las guardias, el estrés y los pesados trayectos desde Madrid hasta el hospital de Talavera de la Reina (Toledo) por el puesto de médico en el Congreso. En Toledo también se dejó la bata. “La medicina hospitalaria es más interesante, pero aquí el trato es más personal, como una medicina de pueblo”. Tres médicos y tres enfermeras asisten a los diputados y al personal de la cámara. Reciben a unas 40 personas al día. ¿Las patologías más frecuentes? “Lipotimias, en época electoral, afonías de tanto hablar, alteraciones del sueño…”. “Cuando llegué aquí, la media de edad de los diputados era mayor. Ahora la media ronda los 40 y es gente que en general se cuida más”. Alguno ha seguido negociando por el teléfono móvil mientras él le pinchaba.
Yo inventé el lenguaje de WhatsApp
Cuando se creó el cuerpo de taquígrafos, en 1810, todos eran hombres. Hoy, en el equipo de 37, 36 son mujeres. El oficio tiene más de 200 años, y la máquina que utilizan, la estenotipia, apenas ha cambiado —aunque fue la precursora del lenguaje abreviado del WhatsApp— pero Gloria Canencia, la jefa del departamento de redacción, explica por qué, pese a las nuevas tecnologías (vídeo, audio...), sigue siendo necesario que en el Congreso haya luz y taquígrafos. Cada cinco minutos de pleno suponen cuatro folios y una hora de trabajo fuera del hemiciclo: “No solo transcribimos. Nos empapamos del ambiente, anotamos las acotaciones, como en las obras de teatro [grita, ríe, dice enfadado…], comprobamos todos los datos técnicos, adaptamos el lenguaje oral al escrito y sobre todo hacemos que esa sesión pueda entenderse dentro de 10 o 20 años”.
Para los que todavía duden de la importancia de su trabajo, en el despacho han enmarcado la frase incomprensible de un diputado y cómo quedó transcrita después de que ellas la arreglaran. La original dice así: “Son situaciones que entendemos que bien reguladas, algunas lo han estado, en parte, hubieran, hemos dejado pasar, creemos, una oportunidad fuertemente útil para evitar una práctica que no por ser habitual desconocida en cambio importante hace que seguramente hemos perdido gran parte de una buena oportunidad. Abundan las zonas de duda y creemos que esta ley hubiera podido reducirlas al mínimo y por tanto coherentemente reducir al mínimo los hechos judiciales que se pueden producir en estas situaciones”.
Ratones de biblioteca
Alicia Martín empezó a trabajar en la biblioteca del Congreso en 1976 y desde 1984 es la jefa del departamento. “Entré con los procuradores, asistí a la ley para la reforma política, vi venir a un rey, aprobar una Constitución, un intento de golpe de Estado, llegar otro rey… Lo más especial de este trabajo, para mí, es que he podido ser testigo de una época apasionante, tocar la historia”.
La biblioteca del Congreso cuenta con unos 250.000 volúmenes. La joya de la corona es un libro de horas (rezos), del siglo XV, que se hacía entonces para los miembros de la realeza. También hay primeras ediciones de todas las Constituciones, libros expurgados y tachados por el tribunal de la Inquisición… Pero Alicia le tiene especial cariño a las Constituciones hechas en tamaño polvera de maquillaje con el objetivo de que pasaran desapercibidas. Una de ellas pertenecía a la hija de un diputado socialista que tuvo que exiliarse en México tras la guerra Civil. “Su hija nos llamó un día porque quería que ese ejemplar volviera al Congreso. También le hicimos un DNI español. Cuando la llamé para decirle que lo tenía en la mano, se echó a llorar. Nos hemos hecho muy amigas”.
¿Son los diputados remolones para devolver los libros? Alicia cuenta que un bibliotecario nunca pude asegurar cuando alguien dice que ha devuelto un libro, que no lo ha hecho. “Antes había un contacto muy directo. Había diputados que venían muchísimo y te contaban lo que había pasado en el pleno. Ernest Lluch, por ejemplo, estaba aquí todo el día. Ahora, los políticos tienen asesores, asistentes… y vienen menos”.
Alcachofas que emborrachan
El padre de Juan Antonio Blay intentó convencerle, mientras estudiaba la carrera de Periodismo en Madrid, de que se presentara a las oposiciones para ser auxiliar de correos – “Lo veía mucho más seguro”-, pero no hubo manera. “Yo nunca me planteé ser otra cosa que periodista. Quería verlo todo en primera fila”, explica este veterano cronista parlamentario, de 62 años. Llegó al Congreso en 1989. Tiene contados hasta los días que le quedan para la jubilación, pero intuye que es probable que antes de que eso ocurra, en dos años, puede incluso ver empezar otra legislatura.
Algunas cosas han ido a peor. “Con tanto asesor, los políticos no aprenden que en televisión o radio entra una declaración suya de 20 segundos y en un periódico solo un par de ideas. Les ponen una alcachofa (micrófono) delante y se emborrachan. En estas dos últimas legislaturas eso ha sido horrible”. Cuenta que sigue emocionándose en las sesiones constitutivas, cuando los diputados elegidos ocupan por primera vez sus escaños. Y le entristece la desconexión que hay entre la institución y los ciudadanos que la pagan. “Esta casa se ha vendido siempre muy mal”. Aunque también hace autocrítica: “Hemos maleducado a los políticos. Deberíamos ser más exigentes con ellos, repreguntar siempre…”.
"A la presidenta vas"
En 1981, Jesús Serrano trabajaba en el Congreso como periodista de Deia. En 1987 aprobó las oposiciones para el equipo de prensa de la Cámara y se pasó al otro lado: “Me tuve que acostumbrar a suprimir los adjetivos. Aprender que cualquier cosa que escribiese desde aquí tenía mucha repercusión y que necesitaba un lenguaje muy institucional”. La pequeña familia de plumillas de entonces –apenas acudían al Congreso una docena, con máquina de escribir y por supuesto sin móvil- se ha multiplicado exponencialmente. “Ahora hay casi 100 medios acreditados de forma permanente, tenemos 3.000 periodistas registrados en la base de datos y para una investidura pueden venir 800. En nuestra cuenta de Twitter nos siguen 120.000 personas”.
Jesús ayudó a montar en 1990 el sistema de televisión que permite retransmitir tanto los plenos desde el hemiciclo como las comisiones. “Lo bonito del Congreso es que es el centro de la política. Los periodistas y los políticos se necesitan mutuamente y se encuentran aquí”. Los primeros, dice, le dan más guerra. “Los periodistas tenemos el ego muy subido, más que los diputados. Y si un día tienen que hacer cola para entrar o pasa lo que sea, como los tienen a mano, enseguida se chivan a algún político. 'A la presidenta vas", bromea. "Pero he hecho muchos amigos aquí, casi todos mis amigos son de la profesión”.
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