Sean Penn: “EE UU es uno de los países más ricos del mundo a la hora de cuidar a los ricos”
El actor estadounidense habla de su doble vida en el mundo del cine y del activismo
De Sean Penn se dice de todo. Estrella ganadora de dos Oscar al mejor intérprete (Mystic River, Mi nombre es Harvey Milk), habitualmente gruñón y hasta beligerante, actor de método (con todo lo que eso conlleva), animal político y polémico por excelencia, además de gran seductor. Pero hoy está simplemente feliz, algo que dice a viva voz, en lugar de murmurar detrás de un cigarrillo, su tono habitual.
El cigarrillo sigue presente y Penn, a punto de cumplir los 60, vive en su casa de Los Ángeles un régimen de...
De Sean Penn se dice de todo. Estrella ganadora de dos Oscar al mejor intérprete (Mystic River, Mi nombre es Harvey Milk), habitualmente gruñón y hasta beligerante, actor de método (con todo lo que eso conlleva), animal político y polémico por excelencia, además de gran seductor. Pero hoy está simplemente feliz, algo que dice a viva voz, en lugar de murmurar detrás de un cigarrillo, su tono habitual.
El cigarrillo sigue presente y Penn, a punto de cumplir los 60, vive en su casa de Los Ángeles un régimen de semiconfinamiento como muchos otros en esta crisis sanitaria. Pero su felicidad supera los escollos. “Mi medicina es la suerte que tengo”, confiesa en esta vídeoconferencia rodeado de fotos personales y cuadros que abarrotan las paredes y una cocina limpísima como fondo. “Mis hijos están sanos, lo mismo que mi madre, de 92 años, que vive a dos manzanas. Tengo una casa que muchos otros no tienen y mañana será otro día”, resume este optimista “pragmático”.
Hay más razones para su felicidad. La crisis le sorprendió cuando había acabado de filmar su próxima película como director, Flag Day, en la que trabaja con su hija Dylan Penn, de 29 años, fruto de su matrimonio con Robin Wright. Y bebe los vientos por su último amor, la australiana Leila George, de 28 años, hija de los también actores de su misma quinta Vincent D’Onofrio y Greta Scacchi, con la que lleva cuatro años.
Pero la verdadera razón de su buen humor se llama CORE, organización sin ánimo de lucro que nació de sus esfuerzos humanitarios tras el huracán que asoló Haití en 2010 y que en los últimos meses se ha unido a la lucha contra la covid-19 en Estados Unidos administrando más de 900.000 test gratuitos. “Son las dos cosas que no sé si me reconfortan pero me preservan la mente clara: el bienestar de los que me rodean y las acciones de organizaciones como CORE que no pueden con todo pero me mantienen en contacto diario con 800 voluntarios que sirven de inspiración y ayudan a lidiar con las dificultades y la fatiga de este continuo día de la marmota en el que vivimos”, confiesa.
Vistiendo una camiseta que dice “En realidad estoy en Cuba”, a Penn no se le escapa la ironía que hay detrás de sus esfuerzos junto a CORE en Estados Unidos. Alguien vilipendiado por sus lazos con países como la isla caribeña o Venezuela y que ha brindado ayuda a zonas devastadas como las Bahamas o Puerto Rico ahora es aplaudido cuando ayuda en casa. “No me sorprende porque EE UU es uno de los países más ricos del mundo a la hora de cuidar de los ricos, pero no a la hora de favorecer a los pobres”, afirma. “Funcionamos así en la política y como humanos hasta que se nos exige otra cosa”, añade. Y cree que este es el momento de exigirlo. No habla solo de un Gobierno al que ni cita por nombre, sin mencionar a Trump ni una sola vez durante toda la conversación. Se refiere también a la obligación de todos como ciudadanos de hacer lo que está en nuestras manos: “Los test son esenciales, pero aún lo son más las mascarillas y la distancia social”.
Igual de esencial considera lo que le pide al Gobierno, federal o estatal: un cierre similar al estado de alarma que se declaró en España en los peores momentos del contagio. “El sacrificio es necesario y nos hará bien si se cierra de verdad la economía, ese 50% de la economía que no se considera esencial, durante tres semanas, junto a un verdadero ejemplo de solidaridad en mascarillas y distancias”, subraya.
Penn vive su activismo de la misma manera que su cine, con pasión y prisas. “Soy la misma persona, canto la misma canción, solo que la percusión suena diferente”, describe sus dos facetas principales. Incluso compara su forma de trabajo en un filme con su voluntariado “aunque en lo segundo hay mucho más en juego” como atestiguan los pelos en punta que muestra en la entrevista. Ni su cumpleaños, los temidos 60, parece preocuparle. “Siempre me he visto como un hombre de 77, así que todavía me quedan 17”, bromea.
Aunque, por mucho que diga, y con toda la energía, tiempo y dinero invertido en CORE (“que me va a hacer mirar el valor de mi colección de relojes en las casas de empeño”, comenta con un guiño), nada le produce tanto placer como el cine. Y ahí no es tan optimista. “No sé si los cines podrán funcionar más allá de las franquicias, si vendrá un resurgimiento de algo que haga pensar, como ocurrió tras la guerra del Vietnam, o seré un dinosaurio. Yo me enamoré de una sala oscura en la que compartía la misma experiencia artística con desconocidos, algo que se quedó conmigo, como sus frases, y que no sé si volverá”, asegura.
Pero, al igual que con la pandemia, prefiere no culpar a nadie y que el análisis de conciencia sea colectivo. No quiere caer en la pereza y el cinismo facilón que le hagan pensar que el mañana será tan malo como el hoy. “Por eso me siento afortunado, porque sigo trabajando con mi actriz favorita de todo el mundo, con mi hija, todos los días en la sala de montaje. Una gran suerte”.