La paradoja del bienestar de las mujeres: por qué se sienten más felices si tienen peor salud mental

Una revisión científica explora la brecha de género en la satisfacción vital y constata que, a pesar de los avances socioeconómicos en igualdad, hay un declive en términos de malestar emocional con respecto a los hombres

Una mujer pasea a un bebé en su cochecito mientras tira de un carrito de la compra en París.Stephane Cardinale - Corbis (Corbis via Getty Images)

Cada una de las desigualdades de género que arrastran las mujeres funcionan sobre ellas como una especie de gota malaya que va minando, poco a poco, distintas esferas de su vida. Ganan menos, tienen más probabilidades de sufrir desempleo, dedican más tiempo al trabajo doméstico y a los cuidados, están subrepresentadas en política y en puestos de liderazgo profesional, tienen más riesgo de sufrir acoso sexual… La lista de desventajas estructurales es larga y sus repercusiones, inmensas. También en salud o en el propio bienestar, que es un indicador clave de la calidad de vida. Ahí hay, según la literatura científica, otra brecha de género, aunque en ella cohabitan curiosas paradojas que traen de cabeza a los expertos.

Una revisión científica publicada este miércoles en la revista Science Advances ha analizado, precisamente, esas grietas de género en el bienestar, si existen y persisten a pesar de los avances sociales, y ha ahondado, además, en un par de contrasentidos que se dan en este campo. En concreto, los autores han estudiado cómo es posible que las mujeres manifiesten cotas más altas de felicidad cuando arrastran peores resultados en salud mental, por ejemplo; o de qué manera se explica que, a pesar de los avances sociales y económicos de las mujeres en las últimas décadas, sus niveles de bienestar, en comparación con los de los hombres, han disminuido. Los investigadores asumen que hay una gran variabilidad entre países y esas aparentes contradicciones no siempre se cumplen en todas partes, pero confirman la existencia de una brecha en el bienestar según el género, que achacan a una mezcolanza de factores biológicos, cuestiones culturales y variaciones en cómo las personas usan las escalas de bienestar. La conclusión: la evidencia global apunta a que sí hay un declive en el bienestar de las mujeres, sobre todo, en términos de malestar emocional.

La investigación ha puesto el foco en el bienestar subjetivo, la percepción que cada uno tiene y reporta acerca de su calidad de vida. “Nuestro estudio analiza y explora las disparidades de género en el bienestar. Hay dos contradicciones desconcertantes. Queríamos investigar estas dos paradojas: por qué existen, si se mantienen en diferentes países y qué las impulsa realmente”, cuenta Caspar Kaiser, investigador de la Universidad de Oxford y autor del estudio, en una respuesta por correo electrónico.

A propósito de la primera paradoja, sobre la grieta entre la felicidad reportada por las mujeres y sus resultados en salud y malestar emocional, los autores han navegado por la evidencia sobre salud mental y el dolor y constatan que las mujeres muestran “sistemáticamente” peor salud mental, con niveles más altos de depresión, irritabilidad y ansiedad. “Estas disparidades se observan a nivel mundial: en la mayoría de las regiones del mundo, las mujeres se sienten mucho menos seguras por la noche y están más preocupadas, tristes y deprimidas. Estas brechas son particularmente constantes en América Latina y Europa Occidental”, abundan los autores en el artículo. Y enlazan esa brecha en salud mental con una traducción en la salud física, sobre todo, en forma de mayor susceptibilidad al dolor: las mujeres tienen un mayor riesgo de sufrir muchas afecciones de dolor crónico en comparación con los hombres y son, además, más sensibles al dolor, recuerdan.

Los científicos achacan esta brecha de género en salud mental a las normas sociales y a los roles de género tradicionales: “Las mujeres a menudo enfrentan expectativas sociales que enfatizan el cuidado, la expresividad emocional y el cumplimiento, lo que lleva a un mayor malestar psicológico”, señalan. También afrontan más estrés para equilibrar responsabilidades domésticas y laborales.

Otra explicación es que las directrices culturales tienden a alentar a los niños a ser competitivos y contenerse emocionalmente, mientras que a las niñas se las invita a ser empáticas y cariñosas. Además, agregan, ellas son más propensas a “internalizar factores estresantes, lo que lleva a mayores instancias de rumia, un predictor conocido de depresión”. “Estas normas sociales podrían contribuir a mayores tasas de depresión y estados emocionales negativos relacionados en las mujeres”, concluyen.

Los autores tampoco descartan que detrás de esa brecha de género en salud mental pueda haber factores biológicos. Por ejemplo, dicen, las mujeres pueden presentar tasas más altas de “afecto negativo” —esto es, malestar emocional, sensaciones de estados de ánimo aversivos (culpa, nerviosismo, miedo, disgusto…)— debido a “mayores fluctuaciones en las hormonas reproductivas a lo largo de su vida”.

Hormonas y expectativas

Sin embargo, toda esa grieta en salud mental y física entre hombres y mujeres contrasta con los reportes en satisfacción vital. Los autores exponen que, según la literatura científica, las mujeres siempre se reconocen un grado de satisfacción vital y felicidad mayor que el de los hombres. Se trata de un patrón común en muchas regiones del mundo, aunque admiten que no siempre es igual de consistente en los estudios. De hecho, un trabajo reciente sugiere que, en Europa y EE. UU., las mujeres ya no están más satisfechas y felices, especialmente desde la pandemia del coronavirus.

En cualquier caso, los autores justifican esta primera paradoja por una mezcla de factores biológicos, culturales y metodológicos. Apuntan que las fluctuaciones hormonales pueden influir en la percepción del bienestar, pero también las diferentes expectativas de hombres y mujeres que, moldeadas por “normas sociales, valores culturales y experiencias personales”, pueden afectar a la información que uno reporta sobre su bienestar. Por ejemplo, arguyen, algunos estudios muestran que, a pesar de tener un salario más bajo y menos promociones, las mujeres a menudo reportan mayor satisfacción laboral, probablemente porque tienen menos expectativas iniciales. La otra explicación que plantean es que las diferencias entre hombres y mujeres a la hora de interpretar y responder las encuestas sobre bienestar pueden llevar a una variación de género en las respuestas.

En su revisión, los científicos han analizado si la evidencia respalda esta paradoja y han encontrado, en realidad, un patrón diverso entre países. No siempre se cumple esta aparente contradicción. Sus investigaciones concluyen que en todas las regiones del mundo hay una brecha negativa en el malestar emocional, que desfavorece a las mujeres; en cambio, la brecha positiva sobre la evaluación de la vida (en favor de ellas) solo la han identificado en Oriente Medio y el norte de África, las Américas y Asia; esa alta satisfacción vital no se observa en Europa, la ex Unión Soviética y el África subsahariana. “La paradoja del bienestar de género es real pero no universal. En los datos brutos, se observa en el 36% de los países, lo que abarca el 32% de la población”, zanja el artículo.

Según Kaiser, esta diversidad sugiere, “que las diferencias de bienestar de género no se pueden explicar con una única teoría universal: el bienestar está determinado por la cultura, las normas sociales (informales) y las políticas (formales)”

Declive del bienestar femenino

A propósito del otro contrasentido que arroja la literatura científica sobre ese declive en el bienestar de las mujeres a pesar de las mejoras en igualdad en las últimas décadas, los autores vuelven a ver patrones diferentes entre países, pero concluyen que sí hay un empeoramiento del bienestar femenino. En concreto, en lo que se refiere al dolor y al malestar emocional. “Esto significa que incluso en los países donde las mujeres han logrado importantes avances económicos, todavía informan que se sienten más abrumadas y emocionalmente tensas”, apunta Kaiser.

Para explicar este fenómeno, los científicos hipotetizan con que, probablemente, las mujeres no se estén beneficiando por igual del progreso económico y social. De hecho, apuntan, las mejoras en temas como salud o educación, tienden a beneficiar el bienestar de los hombres más que el de las mujeres. “En los países europeos, una mayor igualdad de género en las dimensiones económica y política, educativa y de salud no conduce necesariamente a un mayor bienestar para las mujeres en comparación con los hombres”, ejemplifican.

Otra explicación puede ser lo que llaman “la doble carga”, en referencia a que los cambios en los roles sociales de las mujeres aumentaron su carga de trabajo, al tener que compaginar el trabajo doméstico, históricamente en sus manos, con su incorporación al mercado laboral. “En Europa, por ejemplo, los datos indican que, en países con mayor igualdad de género y normas progresistas, las mujeres informan de conflictos más frecuentes entre el trabajo y la familia, lo que conduce a una reducción del afecto positivo general”, exponen los autores.

La otra explicación que manejan los científicos es una evolución de las expectativas de las mujeres. “A medida que aumentan las oportunidades, las mujeres se fijan metas más altas y, cuando la realidad no las satisface, experimentan más estrés y frustración”, explica Kaiser.

El científico de Oxford sostiene que la principal conclusión de su investigación “es que la igualdad económica de género (por ejemplo, en la educación y el trabajo) por sí sola no garantiza un mayor bienestar para las mujeres”. “Los responsables de las políticas deben ir más allá de las medidas económicas y centrarse en la salud mental y el bienestar emocional. Al mismo tiempo, deberían reconocer que las disparidades en el bienestar varían según las culturas, lo que significa que las soluciones únicas probablemente no sean efectivas”, reflexiona. El investigador admite, además, que quedan todavía muchas cuestiones por resolver sobre la brecha de género en el bienestar: “Se necesitan más investigaciones para explorar cómo los hombres y las mujeres interpretan el bienestar de manera diferente, si la autodeclaración sesga los resultados, cómo las normas informales de género influyen en las brechas de bienestar en las distintas culturas y si las mujeres evalúan su bienestar utilizando parámetros de referencia diferentes a los de los hombres en diferentes países”.

Judit Vall, profesora de Economía en la Universidad de Barcelona, asegura que no le sorprenden los resultados sobre la caída en algunas dimensiones del bienestar femenino a pesar de los avances en igualdad. “Hay muchos factores que explican esta evolución, pero hay uno clave: tenemos identificados los sesgos de género en el mercado laboral cuando se tienen hijos y hay más penalización a las mujeres porque se ve una pérdida salarial y, además que aumenta el riego de tomar antidepresivos tras el primer hijo. Esto no pasa en los hombres”, explica la investigadora, que no ha participado en este estudio. “Nos incorporamos al mercado laboral y tenemos aspiraciones, pero todavía estamos a cargo de los hijos y eso genera más presión”.

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