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Obsesionarse con la soledad es un factor clave en el desarrollo de depresión

Los resultados de un reciente análisis sugieren que las terapias deberían enfocarse en reducir las ideas repetitivas y negativas que refuerzan la sensación de aislamiento

Un hombre mira por la ventana de su habitación.Justin Paget (Getty Images)

Según datos del último informe del Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada (SoledadES), correspondientes al año 2024, una de cada cinco personas en España sufre soledad no deseada y de ellas casi el 70% dicen reconocen estar en esa situación desde hace más de dos años. El sentimiento de soledad es especialmente habitual entre la juventud. La prevalencia de la soledad no deseada es del 34,6% en los jóvenes de entre 18 y 24 años, y del 27,1% en la franja de edad que va de los 25 a los 34 años.

“Que uno de cada cinco individuos experimente sentimientos de soledad resulta preocupante y representa un reto significativo tanto para las administraciones públicas como para la sociedad en general”, sostiene Elvira Lara, investigadora del Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica de la Universidad Complutense de Madrid y coautora de Soledad(es): estudio de un fenómeno global (Pirámide). Su opinión la comparte Joan Domènech, investigador del Institut de Recerca Sant Joan de Déu (IRSJD), para quien la soledad es “un problema social” consecuencia de un conjunto de factores políticos, sociales y económicos “que moderan, entre otros aspectos, nuestras probabilidades de establecer relaciones sociales satisfactorias”.

La imposibilidad de establecer relaciones sociales satisfactorias y la experiencia de soledad consiguiente puede, según Elvira Lara, aumentar el riesgo de desarrollar trastornos mentales, empeorar su evolución y complicar el pronóstico, especialmente cuando se prolonga en el tiempo: “Se ha estudiado ampliamente su relación con la depresión, ya que la soledad puede ser tanto un factor de riesgo como una consecuencia o incluso un síntoma de la depresión. Soledad y depresión están profundamente interconectadas y pueden incluso superponerse”.

Joan Domènech lleva años estudiando en profundidad precisamente esa relación directa entre la soledad no deseada y la depresión. Según un estudio que lideró en 2021, la soledad no deseada multiplica por cinco las probabilidades de desarrollar una depresión. “El curso de la soledad es determinante para evaluar su impacto en las probabilidades de tener depresión. Los cursos transitorios de soledad pueden tener una función adaptativa incentivando a la búsqueda de nuevas relaciones sociales o a la mejora de las existentes. En cambio, los cursos crónicos de soledad no cuentan con esa función adaptativa”, explica.

Según un estudio del Rise Center de Investigación en Salud Emocional de Sant Joan de Déu financiado por La Fundación La Caixa, cuyos resultados definitivos se presentarán en abril, cerca de la mitad de los casos de soledad son casos de soledad crónica. Y como apunta Domènech, las personas con soledad crónica a menudo presentan actitudes y expectativas negativas sobre su propia soledad y una mayor incidencia y recurrencia de depresión.

La referencia a esas “actitudes y expectativas negativas” es importante y podría tener una relación directa con la mayor prevalencia de depresión. De hecho, según los resultados de un estudio reciente publicado en Nature Mental Health, la soledad tiene más probabilidades de causar depresión si la persona que se siente sola no deja de pensar en lo sola que se siente. Es decir, que la rumiación sobre el sentimiento de soledad sería un factor clave en la modulación de la relación soledad-depresión. “La novedad que aportan nuestros hallazgos a la evidencia científica existente radica en revelar que reflexionar constantemente sobre el sentimiento de soledad es el factor subyacente clave que explica los efectos adversos de la soledad en la generación de depresión”, señala Tatia MC Lee, autora principal del estudio.

La profesora del Laboratorio de Neuropsicología y Neurociencia Humana de la Universidad de Hong Kong explica a EL PAÍS que, para el estudio, el constructo de soledad que eligieron como objeto de estudio fue el de la “soledad percibida”, lo que significa que es un sentimiento subjetivo. “Una persona que está sola no necesariamente tiene que sentir soledad, mientras que otra que está rodeada de personas puede sentirse sola. En otras palabras, la soledad aumenta cuando la brecha entre las conexiones sociales deseadas y las reales se amplía”, argumenta. Por eso, añade Elvira Lara, las personas que eligen la soledad, al no experimentar un conflicto entre lo que desean y lo que realmente ocurre en sus vidas, “no perciben su situación de manera negativa, no aparecen emociones como frustración, rechazo, miedo o tristeza”. Y tampoco aparece la rumiación.

“La rumiación pone el acento en el sufrimiento porque refuerza las ideas o interpretaciones negativas, lleva a la desesperanza y aumenta o mantiene el malestar”, apunta la investigadora de la UCM. La experta cita al neurocientífico y psicólogo estadounidense John Cacioppo, fallecido en 2018, cuyas investigaciones ya revelaron que las personas que experimentan soledad “tienden a interpretar negativamente sus interacciones sociales, lo que puede generar inseguridad, baja autoestima, pesimismo –como la creencia de que “nada de lo que haga cambiará mi situación”– y aislamiento, reforzando la idea presente en la rumiación”.

Joan Domènech, por su parte, aunque considera que el diseño transversal del estudio impide evaluar trayectorias o relaciones temporales entre los factores analizados, sostiene que los resultados del estudio son “coherentes” con la evidencia previa relacionada con la experiencia de la soledad crónica. “Esta experiencia frecuentemente va acompañada de sesgos desadaptativos en la percepción de los contactos sociales y de actitudes negativas sobre la propia soledad o las expectativas de mejora”, añade.

Terapias focalizadas

Para Lee, los resultados del estudio sugieren que las terapias para abordar la soledad deberían enfocarse en reducir los pensamientos rumiantes de soledad “para minimizar los efectos adversos de la soledad no deseada”. Una reflexión que comparte Elvira Lara, para quien las conclusiones de la investigación vienen a demostrar que las intervenciones centradas en fomentar la conexión social “quizá son insuficientes” para algunas personas que experimentan soledad. “Según los resultados de este estudio, deberíamos abordar los pensamientos rumiantes, es decir, esas ideas repetitivas y negativas que refuerzan la sensación de aislamiento. Trabajar para cambiar las interpretaciones distorsionadas, el pesimismo y la desesperanza es fundamental, ya que estos factores están ligados a la depresión”, argumenta.

“El estudio se suma a la evidencia que destaca la necesidad de incidir en el nivel individual de la soledad, es decir, abordar los aspectos psicológicos relacionados con la cognición social para superar los sentimientos de soledad”, opina también Joan Domènech. Sin embargo, para el investigador del Institut de Recerca Sant Joan de Déu, estas actuaciones deberían complementarse con el abordaje del nivel comunitario de la soledad. “Es necesario aumentar las probabilidades de que las personas que se sienten solas puedan mantener relaciones sociales satisfactorias”, apunta. De hecho, según el experto, los estudios epidemiológicos realizados por el IRSJD a través de su proyecto Edad con salud muestran que los servicios públicos, los entornos urbanos, la cohesión social y las condiciones socioeconómicas son “aspectos clave” que modelan los sentimientos de soledad y la salud mental de la población.

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