«No sé por qué la gente se ríe con la palabra ‘bragas»: la película de 1959 que rompió tabúes sobre la cultura de la violación
Considerada una de las mejores cintas judiciales de todos los tiempos, ‘Anatomía de un asesinato’ burló la censura de la época con ironía y modernidad.
– Buscamos una prenda interior de la señora Manion, pero no la encontramos.
– ¿A qué clase de prenda interior se refiere?
– A unas bragas, señor.
– ¿Cree que esa prenda volverá a salir a colación [durante el juicio]?
– Sí, señor.
– A la gente no sé por qué le da la risa la palabra bragas. ¿No podríamos encontrar otro término?
Cuando en 1959 se estrenó Anatomía de un asesinato, dirigida por Otto Preminger, el código Hays aún decidía qué podía verse –o decirse– en pantalla y qué no. Las est...
– Buscamos una prenda interior de la señora Manion, pero no la encontramos.
– ¿A qué clase de prenda interior se refiere?
– A unas bragas, señor.
– ¿Cree que esa prenda volverá a salir a colación [durante el juicio]?
– Sí, señor.
– A la gente no sé por qué le da la risa la palabra bragas. ¿No podríamos encontrar otro término?
Cuando en 1959 se estrenó Anatomía de un asesinato, dirigida por Otto Preminger, el código Hays aún decidía qué podía verse –o decirse– en pantalla y qué no. Las estrictas reglas que hasta finales de los 60 prohibieron enseñar mucha piel o incluir referencias sexuales explícitas en los diálogos, fueron burladas en algunas de las escenas más recordadas de este filme sobre el juicio a un hombre que asesina al violador de su mujer. Aunque el director tuvo que dar su brazo a torcer cambiando algunas palabras del guion original que transgredían las rígidas normas como ‘penetración’ o ‘esperma’, se empeñó en mantener la referencia a la prenda femenina que, a su parecer, resultaba fundamental para construir la historia: las bragas.
La premisa es la siguiente: la señora Manion, a la que da vida la actriz Lee Remick, disfrutaba de una velada «moviendo las caderas» entre máquinas tragaperras y parejas de baile en un bar regentado por el hombre que terminaría la noche insistiendo en acompañarla a casa para después violarla en mitad del bosque. Su marido –Ben Gazzara– que dormía mientras su esposa era brutalmente atacada, se venga del violador disparándole hasta en cinco ocasiones. El resto del metraje muestra el juicio en el que un abogado encarnado por James Stewart pretende probar que su cliente actuó bajo los efectos de una «locura temporal», un clímax que le ha valido ser considerada como una de las mejores cintas judiciales de todos los tiempos. Pero la película también ha trascendido el paso de los años por mostrar una visión sorprendentemente contemporánea de las agresiones sexuales –una mujer bella con determinado atuendo era puesta en duda antes y ahora– y por hacer de la escena de las bragas una de las más divertidas y transgresoras de la época.
La prenda en cuestión, un modelo blanco «de nailon con lacitos a los lados y la etiqueta de la tienda, Smart Shop en Phoenix, Arizona», como describe su dueña durante el juicio, se convierte en la prueba concluyente. Rasgadas por su agresor antes de violarla, su aparición in extremis prueba la veracidad del testimonio de la señora Manion logrando la libertad para su marido, que habría cometido el asesinato bajo enajenación mental tras enterarse de la noticia. «¿Cómo iba vestida aquella noche?», le pregunta al principio de la película el abogado haciendo referencia a una de las valoraciones a las que aún hoy son sometidas las víctimas de agresiones sexuales. «Con un suéter como este y una falda». «Y el resto, ¿qué más llevaba?», insiste el letrado. «¿Debajo? Una combinación, unas bragas y un sostén», responde ella.
Es en mitad del pleito cuando la sola mención de la palabra prohibida genera en el juzgado el mismo revuelvo que provocaría después en los cines. El magistrado encargado del caso intenta evitarla preguntando al abogado defensor y a los dos fiscales si conocen un sinónimo que evite la mofa generalizada. Ante la negativa de los tres, se lanza a pronunciarla en voz alta ante la anunciada carcajada de los presentes. «En beneficio del jurado y, sobre todo, de los espectadores, la prenda interior a la que la testigo acaba de aludir era, para ser exactos, las bragas de la señora Manion. Esas bragas volverán a mencionarse en el curso de este juicio y cuando esto pase no quiero oír una carcajada, una risa ni siquiera una sonrisa en esta sala. No hay absolutamente nada de cómico en unas bragas que figuran en la muerte violenta de un hombre y en el posible encarcelamiento de otro», sentencia el juez.
Esta y otras referencias explícitas hicieron que el estreno de Anatomía de un asesinato levantara polvareda. Fue prohibida por el alcalde de Chicago y grabada con un precio mayor en los cines de Texas buscando desalentar a los espectadores que quisieran verla. La polémica, sin embargo, no hizo sino aumentar el interés –en las seis primeras semanas superó los dos millones de dólares de recaudación– logrando el favor de la crítica y el público. Los críticos destacaron su veracidad al retratar los entresijos de un juicio y su fidelidad al lenguaje que puede escucharse en un caso de esas características. «Hay algunas escenas que contienen palabras que nunca antes se habían escuchado en una película estadounidense aprobada por el código», señaló Variety. Bragas, sin duda, fue una de ellas.
La diseñadora de vestuario de la película y tercera esposa del director, Hope Bryce, de 93 años en la actualidad, escogió un modelo de bragas blancas con lazos en los laterales que roba los últimos planos dotando de veracidad el testimonio de la señora Manion, cuestionada por su exuberancia y su forma de relacionarse con los hombres. El acusado es su marido, pero es ella la que necesita una prueba de su testimonio demostrando cómo «la cultura de la violación hace que sean las víctimas quienes son llevadas a juicio por los crímenes de sus abusadores», tal y como apuntan desde Medium.
Basada en la novela homónima de John D. Voelker –inspirada, a su vez, en un caso real–, la película rompió uno de los tabúes de la época que aún persiste en pleno siglo XXI. ¿Quién no ha dicho en alguna ocasión ‘braguitas’ como si la palabra necesitara un diminutivo que lo hiciera más digno, menos vulgar y un poco más cursi? ¿Qué tiene de malo ‘braga’ –ocurre lo mismo en inglés, panty– que haga necesarios constantes eufemismos como ropa interior o lencería? Refranes con connotaciones negativas como «estar hecho una braga» o «quedarse en bragas» tampoco han hecho mucho por el término. La propia RAE las define como «prenda interior femenina e infantil, que cubre desde la parte inferior del tronco y tiene dos aberturas en las piernas». ¿Acaso las mujeres adultas no las llevan? Aunque Otto Preminger se empeñara en visibilizar el término hace más de seis décadas, no somos tan distintos de aquella audiencia que estalló en una carcajada colectiva cuando el juez pronunció la palabra tabú: bragas.