Alba, Julia, Azul, Noel... bebés nacidos en cuarentena
Madres que han dado luz durante el confinamiento cuentan la situación explosiva que les ha tocado pasar: “La gente se está muriendo sola. Y yo, en cambio, tengo aquí a lo más grande de la vida”
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, chaqueta abotonada, corbata roja y manos entrecruzadas sobre el atril, anuncia el viernes 13 de marzo el estado de alarma. En Málaga, una mujer sale de su casa. Se llama Rocío Jiménez, tiene 36 años, y se dirige a la clínica Parque San Antonio a hacerse una revisión. Es mediodía y en las calles hay agitación y miedo; la gente empieza a encerrarse en sus casas y los negocios a bajar las verjas. Al llegar a la consulta, Rocío, mosqueada,...
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, chaqueta abotonada, corbata roja y manos entrecruzadas sobre el atril, anuncia el viernes 13 de marzo el estado de alarma. En Málaga, una mujer sale de su casa. Se llama Rocío Jiménez, tiene 36 años, y se dirige a la clínica Parque San Antonio a hacerse una revisión. Es mediodía y en las calles hay agitación y miedo; la gente empieza a encerrarse en sus casas y los negocios a bajar las verjas. Al llegar a la consulta, Rocío, mosqueada, le pregunta a su ginecóloga si no sería mejor inducir el parto. Faltaban dos semanas para que saliese de cuentas. “Sí, es mejor que te quites del medio pronto”, le dijeron. Allí mismo estaba ingresado un enfermo de coronavirus y la próxima semana se esperaban más. Así que Rocío Jiménez y su pareja, Manuel Jaraba, no lo dudaron. La niña nació a las 22.40 horas. Esa noche en que millones de españoles se encerraron en sus casas, Julia Jaraba Jiménez salió de la suya. Ella y decenas de niños nacidos durante estas semanas de confinamiento y entre miles de muertos debido al agresivo ataque de la Covid-19. Son padres que han vivido situaciones tan paradójicas como alucinantes, niños que siempre escucharán hablar de los días en los que vinieron al mundo. A Julia no la conocen sus abuelos y no ‘existió’ legalmente durante la primera semana: no pudo ser inscrita en el registro. “No tenemos ni libro de familia, ya lo recogeremos”, dicen Rocío y Manuel. España está patas abajo.
“Yo llegué a pensar”, dice Lorena Cochón, 36 años, “que mi hijo no llegaría a conocer a nadie, ni nadie podría conocerlo a él. Pero vamos, me dio tiempo a pensar de todo: tuve un parto de 22 horas. Fue tan largo que entrevisté a mi matrón: son 13 en toda Galicia y me tocó uno, Unay”. Lorena es periodista —trabaja en el Centro Galego de Arte Contemporáneo (CGAC)— y da clases por la tarde a niños de primaria y secundaria en su pueblo, Caldas de Reis (Pontevedra). Su embarazo la obligó a estar en casa mucho antes de que fuese obligado y también a ver la televisión y tomar conciencia de la crisis. A medida que pasaron los días empezó a asustarse y, cuando rompió aguas, estaba en estado de pánico, como todo el país. La cifra de muertos ya era como si se estrellasen varios aviones al día. Insoportable. Fue el martes 24 de marzo. “Pensaba en el futuro. Pensaba si podía seguir siendo siempre así”, dice al teléfono esta madre soltera. “Si mi hijo podría relacionarse con alguien como nos relacionábamos antes”. A su hijo le puso Azul. “Es un color que me transporta, que me da paz y serenidad. Yo he viajado mucho y ese color me hace viajar también”. Buscó en el Instituto Nacional de Estadística (INE) cuántos Azules había en España: 141, todas mujeres. Azul Cochón será el primer niño.
Cuando Soledad Aguilar, 36 años, empleada de la tienda Lefties en Antequera, llegó al hospital Infanta Margarita de Cabra (Córdoba), se lo encontró vacío y en silencio. No es la sensación más agradable, ni el sitio que esperas ver desierto, cuando vas a dar luz. “Tenía un susto que te mueres”, dice. “En la sala de espera siempre hay gente y muchos niños, porque al lado está pediatría, y que estuviera todo tan silencioso daba miedo. Me decían que era por prevención y me miraron de forma extraña, se preguntaban por qué habría ido para allá”. Todo cambió durante el parto: “Parecía estar en una cafetería con gente alrededor que no conoces pero a los que escuchas con interés”. Su marido, Juan Cabrera, estuvo solo en la sala de espera durante horas. Fue el 25 de marzo. Llevan 15 años juntos; se conocieron en la autoescuela. “Empezamos a hablar más, a juntarnos alguna vez. Pero quedábamos un día y al día siguiente lo veía por la calle y ni me miraba. ¡Vaya tío tan raro!”, dice ella. El problema, supo luego, era la timidez extraordinaria de Juan; ahora, con dos hijos, ya se saludan con naturalidad. En el paritorio, Soledad se encontró de guardia a Rocío López, su ginecóloga, a la que quiere escribir una carta: “Me ha dado un cariño y una seguridad increíble”. Sus emociones, como las de las madres entrevistadas para este reportaje, son una montaña rusa: “Pongo el parte un rato al día, pero lo quito porque me da ansiedad. Hay gente que está muriendo sin nadie que le agarre la mano mientras muere. Y, en cambio, tengo aquí lo más grande de la vida: yo lo tengo todo y, aunque no pueda salir, me da igual”. Noel Cabrera Aguilar, el bebé, se ha encontrado un planeta paralizado y, en su casa de Cabra, un hermano mayor, Mario, de cinco años. En el pueblo hay 48 niños de 0-4 años. Tardará en conocerlos, al igual que al resto de su familia.
Ana Caamaño, 36 años, dio a luz el 20 de marzo en el Hospital Provincial de Pontevedra. Un desfile de enfermeras por los pasillos protegidas con mascarillas y guantes, la desinfección inmediata de todo aquello que tocaban, y las carreras y el ajetreo de un centro en ebullición le hizo sospechar que no sería un parto normal. Pero una de las extrañas habilidades del personal sanitario es, pese a las tensiones, el estrés y la multiplicación de los contagios, la de hacer funcionar el hospital. “Fue tranquilo y normal, tuve una habitación para mí y estuvieron muy pendientes”, dice. Está en casa con Hugo, su hijo, y José González, su pareja. “Lo peor que llevamos es no poder estar con la familia, que Hugo no pueda conocer a sus abuelos y bisabuelos. En las consultas no podían entrar los acompañantes, los monitores se desinfectaban después de cada paciente. No hay mal que cien años dure y estamos deseando poder abrazar a nuestras familias”.
Alba Caballero Jaén nació en Marbella el 25 de marzo de 2020. Es hija de Teresa de Jesús, empleada de una inmobiliaria, y Nacho, camarero. La familia vive en Calahonda, una urbanización entre Mijas y Marbella. El 29 de marzo cumplieron el segundo aniversario de su relación. Se conocieron en un gimnasio de Las Lagunas (Fuengirola). Él se fijó en ella. La veía participar en una clase de cross training, así que se apuntó “para verla de cerca”. “Un día escuché que estaba pensando comprarse unos guantes para las pesas y yo tenía que comprarme unos, así que le dije que compraba dos pares y le daba uno”. “Nos fuimos dando los teléfonos y, poco a poco, nos gustamos. Ahora llevamos dos años juntos y un bebé. En el gimnasio nos conocen como la pareja del cross traininig. Vamos, nos conocen como ‘Nacho entrando a Teresa”. Lo que no podían imaginar es que dos años después tendrían un hijo en los peores días —esperemos— de una pandemia mundial, con cientos de millones de ciudadanos confinados en medio planeta y miles de personas muriendo en los hospitales. “Es una pesadilla”, dicen. “Si salía de casa era para parir, no para volverme a casa de nuevo. Cuando llegamos a Urgencias nos atendieron rápido (…) La matrona fue espectacular, Patricia. Somos primerizos los dos. Y encontrar a alguien así fue muy importante. Mi chico, también al pie del cañón”, dice ella. “Estuve casi como un enfermero más”, cuenta él. “Había cuatro partos a la vez, la matrona iba de un lado a otro y yo estaba allí mientras casi veía la cabeza de la niña ya saliendo. Mi campeona empujó y todo el parto fue natural”. Ya en casa, piden un respiro: “Sabemos cómo está todo, pero no queremos estar sobreinformados. No ponemos la televisión salvo para ver películas. Hay que tener fe en que volveremos a la vida de antes, que disfrutaremos con la niña paseos para allá y para acá. Eso nos ayuda a estar más alegres”.
Partos con Covid-19
El 19 de marzo, en el hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo, dio a luz un bebé sano una mujer que había dado positivo por coronavirus. Fue el primero de España en nacer de una madre enferma, fue prematuro y hubo que practicar una cesárea. En Barcelona, en el hospital Sant Pou, Evelyn Yamileth tuvo a Daniela, su hija. Evelyn también había dado positivo, pero Daniela no. Efe, a quien la madre facilitó una imagen de ella en el hospital, informó de que Evelyn pudo coger a su hija con guantes y mascarilla, y darle el pecho previa desinfección de manos y pezones. Una ginecóloga que trabaja en el Álvaro Cunqueiro de Vigo, y que prefiere que su nombre no salga en el diario, explica que al principio había dudas sobre cómo actuar tras el parto, y que la experiencia y los primeros estudios son proclives a ser más flexibles que al principio, sin bien eso depende de cada hospital (en el de Vigo, la madre se extrae la leche para que se le dé al bebé en un biberón, no hay contacto con el pezón). En ese centro sanitario en el que nació el primer niño de una madre con coronavirus, la ginecóloga que habla con EL PAÍS enumera la protección del personal que la atendió en el parto (menor que en un parto habitual), realizado en una sala paritoria de aislamiento: mascarilla FFP2, gafas, guantes, batas impermeables, calzas hasta las rodillas y pantalla facial. Con personal tras la doble puerta (que mete el aire de afuera adentro, no como es habitual) en el exterior por si hay complicaciones. Son escenas parecidas a las de una película de ciencia ficción. El virus es nuevo, ellos son nuevos. Con 37 años, una mujer embarazada y enferma de Covid-19 falleció hace una semana en A Coruña durante el parto, y su bebé nació muerto. Todo es nuevo menos lo de siempre: los que se curan, se salvan; los que no, mueren. Y lo hacen por miles.
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