“Lo que me asusta es no poder alimentar a mis hijos”

Cientos de migrantes contratados para la campaña de la fruta se exponen al riesgo de contagio en localidades de Huesca

Dos trabajadores temporeros, en Fraga (Huesca).JUAN BARBOSA

“No tengo miedo a morir. No me asusta el coronavirus. Lo que me da terror es no poder alimentar a mis tres hijos”, así de rotundo se mostraba este lunes Chikh Oumarov, un senegalés de 31 años. Al igual que decenas de migrantes procedentes de África, Oumarov esperaba —sentado sobre una de las aceras de la estación de autobuses de Fraga (Huesca)— a que aparecieran agricultores en sus furgonetas dispuestos a contratarlos para recoger melocotones y nectarinas a casi 40 grados y por cinco euros la hora.

Precisamente esta zona de Huesca, que toca con Lleida, se ha convertido en el único punto...

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“No tengo miedo a morir. No me asusta el coronavirus. Lo que me da terror es no poder alimentar a mis tres hijos”, así de rotundo se mostraba este lunes Chikh Oumarov, un senegalés de 31 años. Al igual que decenas de migrantes procedentes de África, Oumarov esperaba —sentado sobre una de las aceras de la estación de autobuses de Fraga (Huesca)— a que aparecieran agricultores en sus furgonetas dispuestos a contratarlos para recoger melocotones y nectarinas a casi 40 grados y por cinco euros la hora.

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Precisamente esta zona de Huesca, que toca con Lleida, se ha convertido en el único punto de España que ha retrocedido de la nueva normalidad a la fase 2 de la desescalada por los brotes de covid registrados en las localidades vecinas de Zaidín y Binéfar. Muchos de los agricultores que llegan en busca de mano de obra proceden de estos municipios y parte de los repuntes son consecuencia de la imposibilidad que tienen los temporeros de mantener distancias e higiene en el trabajo.

En algunos casos, además, duermen sobre cualquier cartón o amontonados en naves. Pese al peligro de contagio, la enfermedad no es freno para los temporeros. Saben que hay compañeros que han contraído la covid y están aislados, pero siguen en la calle buscándose la vida. “Los negros sufrimos mucho, no tenemos miedo a los venenos”, ironiza Filiban, también de Senegal. Muchos de los temporeros llegaron después de que, en pleno confinamiento, las asociaciones agrarias advirtieran de que con las fronteras cerradas no podrían acudir desde fuera. El anuncio provocó que centenares de migrantes que ya estaban en España trabajando en la economía sumergida se trasladaran para la campaña.

Zaidín es uno de los municipios donde se han registrado más rebrotes y la mayoría se concentra en la empresa Frutas La Espesa. El alcalde, Marco Ibarz, sostiene que el número de positivos oscila entre “18 y 20” personas. “El municipio vive de la agricultura. Aquí somos 1.730 vecinos empadronados y calculamos que ahora hay 1.500 temporeros que viven en las explotaciones o en casas del pueblo. La empresa cumple con las obligaciones de seguridad pero ellos van, trabajan ocho horas y, luego, en las otras 16 hacen su vida”, sostiene el alcalde.

Un paseo por la localidad dice mucho de la convivencia entre temporeros y vecinos. En la terraza de uno de los bares del municipio, en la calle Lérida, están sentados varios ancianos. Al otro lado de la carretera, en mesas del mismo bar, se sientan tres temporeros. Llega un vehículo del que bajan siete trabajadores, pese a que el coche solo es de cinco plazas, y ya saben cuál es su lugar en la terraza. “Soy de Malí, es el primer año que he venido. Estoy bien”, defiende uno de los ocupantes del turismo. Ninguno critica las medidas de seguridad en las empresas o campos agrícolas.

Un responsable de marketing de Frutas La Espesa denuncia que le han paralizado la fábrica. “Nosotros hemos cumplido con todos los protocolos. Aquí se ha juntado temporeros que no han dicho que estaban enfermos para seguir trabajando junto con un par de chicas que estuvieron en un botellón en Binéfar donde ha habido varios casos y luego han venido a trabajar. Ha sido la tormenta perfecta y encima estamos pagando nosotros el pato”, lamenta Adrià, el jefe de este departamento de la compañía.

Cae la tarde en Fraga y cada vez llegan más temporeros. “Aquí, a diferencia de en Lleida, hay muchos más trabajadores procedentes de Rumania. Nosotros trabajamos mejor”, advierte ironizando Salibah, de Gambia. “Lo que sí es verdad es que no todos podemos ser felices en este mundo y a nosotros no nos ha tocado. No pasa nada, seguro que esta semana viene un jefe que nos contrata muchos días y nos paga bien”, se ilusiona Chikh Oumarov. Tras 10 años en España quería volver a su país. Tenía billete para mediados de abril. Su vuelo se suspendió. Ahora busca desesperadamente trabajo en la zona cero de los rebrotes en España.

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