La metamorfosis de Salvador Illa
El ministro de Sanidad ha sorprendido por su aplomo para gestionar la crisis, a la que se ha dedicado en cuerpo y alma siempre esquivo con la bronca política
“Si vas a Sanidad a explicar que tienes un problema, te recetan un paracetamol”. El tono caricaturesco de la frase, en boca de un dirigente socialista, sintetiza la endeblez burocrática y administrativa que caracteriza a un ministerio que se partió en cuatro a primeros de enero tras el acuerdo del Gobierno de coalición. Con las migajas del pastel se quedó Salvador Illa, un perfecto desconocido en la política española. Aterrizó en Madrid con la idea de encarar la agenda catalana y ha acabado gestionando la peor crisis s...
“Si vas a Sanidad a explicar que tienes un problema, te recetan un paracetamol”. El tono caricaturesco de la frase, en boca de un dirigente socialista, sintetiza la endeblez burocrática y administrativa que caracteriza a un ministerio que se partió en cuatro a primeros de enero tras el acuerdo del Gobierno de coalición. Con las migajas del pastel se quedó Salvador Illa, un perfecto desconocido en la política española. Aterrizó en Madrid con la idea de encarar la agenda catalana y ha acabado gestionando la peor crisis sanitaria del último siglo en España desde una cartera que en su día rechazó la líder de Podemos Irene Montero.
Disponía de muy pocos mimbres porque las competencias de gestión estaban traspasadas a las comunidades autónomas, pero, con las inmensas atribuciones que le otorgó el decreto del estado de alarma, Illa ha sorprendido por su aplomo. Siempre esquivando la bronca política hasta culminar con su sorprendente intervención del pasado jueves en el Congreso, cuando alabó uno a uno a los diputados de la oposición en la Comisión de Sanidad. Sin despeinarse, incluso sonriendo, con ese aspecto bonachón y de apariencia gris, como los trajes que utiliza.
Los intensos meses vividos han dejado fundido mentalmente a este licenciado en Filosofía y máster en Dirección de Empresas de 54 años. Este es el primer fin de semana que ha viajado a Barcelona desde finales de febrero para reunirse con su esposa y su hija, aunque en este tiempo nunca faltó a una videoconferencia diaria. Seguramente habrá despertado después de las siete de la mañana, la hora a la que llega a la sede del ministerio del paseo del Prado de Madrid, en edificio compartido con Pablo Iglesias, vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Derechos Sociales, y Alberto Garzón, ministro de Consumo.
Illa es de dormir poco. En estos meses nunca han sido más de cinco horas. Los domingos llegaba al ministerio a las ocho, procedente del recinto de La Moncloa, donde se ha estado alojando este tiempo. Por esos jardines tampoco ha dejado de correr, normalmente, entre las 20.30 y las 21.00, al tiempo que aprovechaba para hacer llamadas pendientes. El resto del día lo consumía con un ritmo frenético. La primera reunión con su equipo más cercano empezaba a las ocho de la mañana. En los primeros 10 minutos, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, los ponía al día de las cifras en España, Europa y el mundo. Después ya venía el análisis de las decisiones a adoptar y las instrucciones para que se ejecutasen. Hacia las nueve de la mañana acudía a La Moncloa para participar en el comité de seguimiento y después preparaba las ruedas de prensa diarias o las comparecencias en el Congreso o el Senado.
Ha comido cada día en el ministerio el menú básico de 5,95 euros con su equipo más cercano que se pagaba cada uno. La cena siempre ha sido en el recinto de La Moncloa, con apenas uno o dos acompañantes, en ocasiones precedida de una cerveza antes de llegar.
Ha estado siempre pendiente del teléfono para conocer el estado de las compras cuando el material escaseaba y era muy caro. Las llamadas de Pedro Sánchez se podían producir a cualquier hora, en ocasiones hasta cuatro veces al día. La de la mañana, siempre antes de las ocho, nunca duraba menos de media hora, lo mismo que ocurría con la de la noche. Illa casi siempre tenía a mano la respuesta que reclamaba el presidente del Gobierno porque conoce las tripas de la Administración: con 29 años era alcalde de su localidad natal de La Roca del Vallès (Barcelona), más tarde tuvo rango de director general de la Generalitat con el tripartito y ejecutó un ambicioso proyecto de construcción de edificios judiciales y cárceles, y posteriormente recaló en el Ayuntamiento de Barcelona como director del área de Gestión Económica.
Los peores días fueron a primeros de abril, cuando los muertos por la covid aumentaban de mil en mil y faltaban respiradores en los hospitales. Nunca perdió la compostura en público por las descalificaciones políticas a su gestión o a la falta de previsión que le echaba en cara la derecha, pero el momento que más alteró su ánimo en privado fue cuando se pretendió perseguir penalmente a Fernando Simón por las manifestaciones del 8 de marzo.
Illa lo vivió como si lo estuviera sufriendo en carne propia. Con él compartió ruedas de prensa casi a diario pero, lejos de lo que pudiera parecer, Simón no ha sido su mano derecha en esta crisis. No por nada, simplemente porque los gestores determinantes de la pandemia han sido personas con menos protagonismo público, como María Jesús Lamas, directora de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios; Patricia Lacruz, directora general de Cartera Básica de Servicios del Sistema Nacional de Salud y Farmacia, o Alfonso Jiménez, director del Instituto Nacional de Gestión Sanitaria.
“Salvador escucha a la gente que lo rodea, pero siempre decide él”, explican quienes lo han tratado en este tiempo, para rebatir la idea de que Illa se ha dejado llevar por los técnicos dada su condición de paracaidista en un ministerio que le era totalmente ajeno. “Tampoco Ernest Lluch sabía nada del ramo cuando llegó, porque era economista, y universalizó la sanidad en España”, recuerdan fuentes del PSC, partido del que Illa es secretario de Organización. Con su homólogo en el PSOE, José Luis Ábalos, tejió una estrecha relación en el proceso de primarias y ahora se ha intensificado al coincidir en el Consejo de Ministros.
En estos meses no ha recaído en el tabaquismo que abandonó antes de llegar a Madrid ni ha tenido tiempo para hacer buena su condición de católico practicante. La crisis sí ha valido para que Illa exportara al resto de España el perfil de político capaz de tejer alianzas diversas: con los comunes para que Ada Colau siga de alcaldesa de Barcelona y el PSC vuelva al cartapacio municipal; con Esquerra Republicana para allanar la investidura de Pedro Sánchez y con el PDeCAT para gobernar conjuntamente y que los socialistas presidan la Diputación de Barcelona. Hay quienes lo ven en un ministerio de verdad si hay remodelación del Gobierno, pero él ha confesado que le gustaría poder “disfrutar” del cargo algún día y, por ejemplo, visitar un centro de investigación. Pero sabe que a Sánchez no le podrá decir que no.
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