El 20% de los adultos se siente solo en España, donde los jóvenes son los más aislados
La soledad no deseada también se relaciona con el nivel educativo. A mayor formación, menor exclusión social, según un estudio de las Fundaciones ONCE y AXA
Rosa Jurado, de 89 años, se quedó viuda en 2010 y desde entonces hubo momentos en los que se encontró bastante sola. “En Madrid las distancias son muy largas y mis hijos y nietos tienen una vida muy ocupada por sus extensas jornadas laborales”, cuenta, tras aclarar que su positividad le ha impedido “ser arrastrada por la situación”. La soledad está especialmente extendida entre los jóvenes, de 18 a 24 años, decrece progresivamente con la edad, pero vuelve a repuntar en las personas mayores de 75, con una tasa del 20%. Aún así, este porcentaje está lejos de superar a la prevalencia del 34,6% de aislamiento que soporta la juventud. Así lo revela un estudio de las fundaciones ONCE y AXA, realizado en el marco del Observatorio SoledadES, presentado este lunes en Madrid.
El 20% de los adultos que viven en España se siente solo en este momento, lo equivalente a una de cada cinco personas. Esta falta de compañía es, además, un problema persistente. El 67,7% de los ciudadanos que sufren soledad lleva en esta situación más de dos años. La cronificación del aislamiento es preocupante. Además, de los habitantes que actualmente creen que sí cuentan con una red social de apoyo, el 63% vivió una etapa en la que se encontró solo. De esta manera, siete de cada diez personas han convivido con la soledad no deseada en algún momento de su vida.
Esta situación afecta más a las mujeres (21,8%) que a los hombres (18%) y golpea con mayor fuerza a la juventud, como lo notifica este estudio llamado Barómetro sobre la soledad no deseada en España 2024, tras entrevistar por teléfono a 2.900 adultos. Las personas con discapacidad, extranjeras y del colectivo LGTBI son más vulnerables a la soledad, pero el informe resalta que los ciudadanos de entre 18 y 24 años sufren los niveles más elevados de aislamiento en ambos sexos.
De ellos, el 34,6% se siente solo. Por ello, los residentes en España, mayores de edad y que no alcanzan los 30 años, tienen una probabilidad mayor de padecer este desamparo social, sobre todo en el mundo rural. Sin embargo, entre los ancianos sucede a la inversa, la soledad crece en las grandes urbes.
El director del estudio, Raúl Ruiz, considera que muchos jóvenes no ven cumplidas las expectativas sobre sus relaciones sociales “porque suelen ser más amplias y ambiciosas que las del resto de la población”. Más de la mitad de los ciudadanos que padecen soledad no deseada afirma tener menos vínculos familiares y de amistad de los que desean, un 53,3% y un 63,2% respectivamente.
La cifra de aislamiento disminuye a medida que aumenta la edad hasta los 75 años en adelante, cuando la prevalencia vuelve a aumentar. Para revertir esta situación, Jurado recomienda el programa Convive de la organización Solidarios para el Desarrollo, en el que participa desde hace nueve años y que pone en contacto a ancianos que viven solos con estudiantes que buscan un hogar.
El análisis también arroja que la falta de compañía está relacionada con la formación académica. Los ciudadanos con un nivel educativo inferior a primaria tienen una prevalencia de soledad que supera los diez puntos respecto a los que gozan de estudios superiores, los cuales se consideran un factor protector contra el aislamiento por ofrecer mayor garantías de inserción laboral e ingresos.
Los desempleados tienen una tasa de soledad que duplica a la de los ocupados, un 36,3% frente al 16,2%. Por ello, el estudio asocia la falta de una red de contactos a la baja capacidad económica. Los miembros de los hogares con dificultades para llegar a fin de mes se sienten el doble de solos (30,1%) que los que no tienen problemas con las facturas (13,3%).
El efecto de la situación profesional es radicalmente diferente según la edad. La diferencia de la prevalencia de la soledad entre las personas ocupadas y desocupadas en la juventud es muy leve. Aún así, el arranque del capítulo dedicado a los jóvenes en el informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) relata cómo los veinteañeros españoles tienen más dificultades que los de otros países de su entorno para realizar la transición hacia una vida adulta “independiente, productiva y feliz”. El desempleo juvenil se sitúa entre los más altos de los países de la OCDE, y aunque han mejorado los indicadores de temporalidad, los salarios continúan siendo bajos y las condiciones laborales mediocres.
Entre los 30 y los 55 años el aislamiento de los desempleados es el triple respecto a los que gozan de un puesto de trabajo. Cumplir con las expectativas vitales para cada etapa repercute en la soledad. Se trata de un factor que no está relacionado con una mayor o menor compañía, sino con una consecuencia de la vulnerabilidad social de las personas.
La disponibilidad o carencia de medios repercuten en la capacidad para participar en actividades sociales en las que relacionarse. Además, los ingresos del hogar se asocian con una mejor salud, factor que protege contra el aislamiento. Desde otra perspectiva, las retribuciones pueden ser especialmente relevantes para las personas con bajo bienestar.
La prevalencia de la soledad no deseada entre los ciudadanos que gozan de una mala salud es seis veces superior a la de los habitantes que carecen de enfermedades. Además, la mitad de los ciudadanos con problemas de salud mental sufren entre tres y cuatro veces más aislamiento social que las personas cuyo estado psicológico es bueno. Casi la mitad de la población sin una red de apoyo ha tenido pensamientos suicidas o autolesivos.
Por otra parte, el uso frecuente de redes sociales online también se asocia con la soledad. El porcentaje de personas solas que se relacionan a través de Internet con su familia es del 45,1%, frente al 24,8% de los ciudadanos que se sienten acompañados. En algunos vínculos la comunicación digital no es una alternativa a la presencial, sino la única opción.
El núcleo de convivencia juega un papel muy relevante. La tasa de aislamiento forzoso entre las personas que viven solas por no contar con nadie que pueda o quiera vivir con ellas es más del doble que entre los residentes que viven solos por elección. No obstante, la prevalencia de la soledad no deseada entre los ciudadanos que no comparten hogar por una decisión personal es mayor que la media, del 25,4% frente al 20%.
Las personas que viven en pareja, con o sin hijos, son las que tienen una menor tasa de aislamiento. Por el contrario, las familias monomarentales y las personas que viven en pisos compartidos sufren una prevalencia de soledad muy por encima de la media, aunque inferior a las personas que viven solas.
Ruiz reclama más políticas de sensibilización y estrategias correctivas específicas para combatir este problema social. “Cuando una persona va al médico con un problema de salud mental, el especialista debe indagar si la soledad es una de las causas”, explica. E insiste en que es un asunto que golpea cada vez con mayor fuerza a las sociedades modernas, donde se alarga la esperanza de vida: “Casi el 70% de la población conoce a alguien que se encuentra en soledad en un país de más de 48 millones de personas. Nadie está exento de vivirla”.