Matrimoniadas de vanguardia
Acaba de estrenarse la nueva temporada de ‘Master of None’, y todo lo que antes era delicado y encantador se ha vuelto pedante, aburridísimo y detestable
Han pasado cuatro años desde el último episodio de Master of None, una serie algo costumbrista, un poco autoficcional y otro poco chaplinesca que rebosaba ternura y talento. Cuatro años son una eternidad y bastan para echarse a perder. Acaba de estrenarse la nueva temporada, y todo lo que antes era delicado y encantador se ha vuelto pedante, aburridísimo y detestable.
Parece que ...
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Han pasado cuatro años desde el último episodio de Master of None, una serie algo costumbrista, un poco autoficcional y otro poco chaplinesca que rebosaba ternura y talento. Cuatro años son una eternidad y bastan para echarse a perder. Acaba de estrenarse la nueva temporada, y todo lo que antes era delicado y encantador se ha vuelto pedante, aburridísimo y detestable.
Parece que Aziz Ansari lleva desde 2017 viendo pelis de la nouvelle vague, sobre todo las de Rohmer. El resultado es una cosa subtitulada Momentos de amor, rodada en formato cuatro tercios (¿por qué? Pues porque queda europeo y erudito, digo yo) mediante una serie de planos generales fijos larguísimos que agotan la retina del espectador más entregado, al que se le exige casi una prueba de fe. Está claro que Ansari y Lena Waithe no han venido a entretenernos y acompañarnos, sino a hacernos pensar gravemente sobre el sentido de nuestras vidas. Aquello es una confesión en el más religioso de los sentidos, con penitencia incluida.
El personaje de Lena Waithe, que era un secundario simpático y un poco extremo, al pasar a protagonista se ha vuelto un peñazo. Qué gente tan muerma, qué pagados de sí mismos, qué banales, qué poco apetece sentarse con ellos a cenar. Si le quitas a la serie toda la hojarasca seudotrascendente, las moralinas de última hora (“¿cómo le contaremos el racismo a nuestro hijo?”, se preguntan antes de concebirlo) y los recursos de alumno de escuela de cine que quiere sacar buena nota, se queda en un Matrimoniadas de José Luis Moreno narrado por un escritor de autoayuda.
Se nos viene encima el pasado de pana y barba, el arte como compromiso, liturgia y oración. Vuelve la brasa de hace medio siglo, el sermón como forma narrativa, la moraleja como única conclusión posible. El sopor, el sopor.
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