‘The Crown’: cuando Thatcher arrolló a Diana
El papel de la peleona primera ministra eclipsa al de la princesa deprimida en la cuarta temporada. La Dama de Hierro es retratada como cruel y desalmada, frente al mito de la derecha “sin complejos”
The Crown es la triunfadora de los Emmy, y no tanto porque su cuarta temporada (la última por ahora) sea la mejor, sino por el mérito acumulado de haber enganchado incluso al espectador que no tenía de entrada especial interés por los culebrones de las familias reales, ni siquiera por los de la familia real por excelencia, la más mediática del globo.
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The Crown es la triunfadora de los Emmy, y no tanto porque su cuarta temporada (la última por ahora) sea la mejor, sino por el mérito acumulado de haber enganchado incluso al espectador que no tenía de entrada especial interés por los culebrones de las familias reales, ni siquiera por los de la familia real por excelencia, la más mediática del globo.
La cuarta iba a ser la temporada de Diana Spencer, pero el personaje ha quedado eclipsado por una arrolladora Margaret Thatcher. Lady Di aparece frágil, víctima, maltratada; a ratos conmueve, tienes que compadecerla. La Dama de Hierro, sin embargo, irrita al espectador. Y también a Isabel II (una Olivia Colman más seca, distante y profesional que la joven reina que encarnaba en anteriores entregas Claire Foy, todo inocencia y candor).
El Emmy al papel de Gillian Anderson ha sido polémico porque la Thatcher que vemos en la serie de Netflix parece cruel y desalmada todo el rato, casi inhumana. Si la reina se ha vuelto fría, la Dama de Hierro es gélida. Y a la vez volcánica, peleona, capaz de ganar cualquier pulso, sea con Argentina, con los sindicatos o con los presos en huelga de hambre. Solo cuando su hijo Mark se pierde en el París-Dakar se la ve vulnerable, y no demasiado. Eso sí, cree en lo que hace: está convencida de que tiene una misión histórica que solo ella puede cumplir. Fue algo así. Thatcher dio paso, junto con Reagan, a un ciclo neoconservador, o neoliberal, cuyos efectos llegan hasta hoy, aunque las últimas crisis de 2008 y 2020 hayan derribado buena parte de sus dogmas.
Los que abogan por una derecha “sin complejos” reivindican a Thatcher a pesar de que ella misma se ocupó de despejar ambigüedades al visitar a Pinochet en Londres en 1998. El pretendido titán liberal ligó su leyenda a la del tirano sanguinario. Hay ahí más contradicciones que complejos.
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