‘Gomorra’: Shakespeare, cocaína y balas en los callejones de Nápoles
La serie basada en la novela de Roberto Saviano, uno de los productos televisivos de ficción más influyentes de la historia reciente de Italia, concluye con una trepidante quinta temporada
Cuando Roberto Saviano (Nápoles, 42 años) publicó su novela Gomorra en 2006 no tenía ni idea de lo que aquellas páginas iban a desencadenar. Nunca imaginó, con 26 años recién cumplidos, que el libro que radiografiaba las costumbres, fechorías y sistema económico de los principales clanes de la camorra napolitana le acarrearía una condena a muerte del clan de los Casaleses y una vida en el exilio forzoso que todavía sufr...
Cuando Roberto Saviano (Nápoles, 42 años) publicó su novela Gomorra en 2006 no tenía ni idea de lo que aquellas páginas iban a desencadenar. Nunca imaginó, con 26 años recién cumplidos, que el libro que radiografiaba las costumbres, fechorías y sistema económico de los principales clanes de la camorra napolitana le acarrearía una condena a muerte del clan de los Casaleses y una vida en el exilio forzoso que todavía sufre. Tampoco pudo ver venir entonces que vendería tres millones de copias, se traduciría en 40 países y se convertiría en la base de una fabulosa película de Matteo Garrone y de una serie que acompañaría de forma religiosa las costumbres catódicas de los italianos durante ocho largos años. Gomorra termina ahora tras cinco temporadas y un sinfín de polémicas y pasiones. Pero su impacto cultural y social ha sido descomunal, convirtiéndose en uno de los productos televisivos de ficción más influyentes del siglo XXI en Italia.
Gomorra ha sido para los italianos algo así como Los Soprano en EEUU. La historia de una familia que comandó con mano de hierro el tráfico de drogas desde el barrio de Secondigliano, en el norte de Nápoles, y cuyas desavenencias provocaron una suerte de Big Bang criminal que marcó a fuego y plomo toda la ciudad. Una especie de Rey Lear —las referencias a las obras de Shakespeare son recurrentes, con mayor o menor finezza— de la camorra que arranca con el temible Pietro Savastano, viejo emperador de la organización mafiosa, inspirado en el histórico Paolo Di Lauro, y termina con su hijo Gennaro (el mismo nombre que el patrón de la ciudad y que interpreta Salvatore Esposito inspirándose en Cosimo Di Lauro) resolviendo sus conflictos fratricidas con su amigo del alma, Ciro di Mazio (Marco D’Amore). Ese es el epílogo y la quinta temporada de una historia que, detrás de tantas capas y enrevesados giros, de miles de muertos, retrata la historia de amor a garrotazos entre dos amigos, huérfanos de padres de un modo u otro, que se necesitaron hasta el final como hermanos.
La serie (orginal de Sky y producida por Cattleya) también tuvo un cierto valor documental y ha configurado un recorrido, más o menos libre, por casi todas las historias criminales de los últimos 30 años en la ciudad. Desde los tiempos de Cuttolo hasta los llamados Secesionistas, que sembraron de cadáveres Nápoles. Ahí estaban casi todos sus protagonistas. Los Giuliano, que comandaron en Forcella y festejaron con Maradona antes de ser devorados y resucitados por un grupo de chavales; los Nuvoletta —en la serie convertida en la despiadada familia de los Levante—, o el grupo de adolescentes del centro de Nápoles, inspirado de algún modo en la revuelta del clan de Emanuele Sibillo, un chico de 17 años que lideró uno de las mayores revoluciones criminales y juveniles que ha vivido Nápoles en las últimas décadas.
Dinero y clichés
Gomorra también viajó y estableció conexiones con Centroamérica o con España. De hecho, en la primera temporada el personaje Salvatore Conte está inspirado en el sanguinario Raffaelle Amato, conocido también como O’Spagnuolo, tras haber pasado media vida en la península Ibérica después de haber sido el sicario de Paolo di Lauro y de controlar el tráfico de cocaína desde Galicia hasta Italia. “Gomorra no solo habla de Scampia, sino de la periferia de todas las grandes metrópolis, como París, Manila, El Cairo o Ciudad de México”, dijo Saviano en la presentación de la última temporada.
Nápoles, es cierto, no era exactamente la ciudad que retrataba la serie Gomorra. Ni siquiera lo era con esa crudeza el barrio de Secondigliano o Scampia, un monstruo de cemento convertido en epicentro del tráfico de cocaína en la periferia norte. En algún momento se abusó también del cliché. Y parte de la ciudad se rebeló y atacó la serie (hubo amenazas al equipo de rodaje, intentos de soborno, pancartas contra Saviano) hasta que muchos, como sucede siempre, vieron beneficios económicos en ello. En muchos casos, los clanes y aprendices de camorrista puede que tuvieran poco que ver con los que retrataba la primera temporada de la serie. Sin embargo, poco a poco la policía, los magistrados y los sociólogos se fueron dando cuenta del contagio recíproco que surgió entre la calle y la pantalla. Hoy, ocho años después, es difícil distinguir la estética de la realidad de la que construyó la ficción dando una vuelta por algunos de los barrios del centro de la ciudad como Forcella, Sanità o Quartieri Spagnoli, donde tantos han copiado peinados y vestimenta de una serie que nació inspirándose en ellos.
Gomorra fue desde la primera temporada, quizá la más cruda y documental, un híbrido de realidad y ficción que necesitaba también esquivar los conflictos legales y alargar las tramas con personajes que dieron más de sí que sus inspiradores. Pero había aspectos irrenunciables para que funcionase. Todos los diálogos de las cinco temporadas están construidos en un profundo napolitano. Tanto, que los italianos del resto del país tuvieron que acostumbrarse a ver cada semana un nuevo capítulo subtitulado para poder entenderla. El fenómeno tuvo un enorme valor cultural y ha dado a conocer también a todo el mundo una lengua frondosa y popular, tratada a menudo con desprecio, que constituye una fabulosa riqueza cultural para una de las regiones más pobres de Italia.
Equilibrios complicados
El riesgo de Gomorra, sin embargo, como el de todos los productos narrativos relacionados con la mafia, fue siempre el de mitificar el modo de vida de sus personajes. Por eso todas las tramas incluían también un frágil equilibrio entre el mal y el bien y la necesidad de que los héroes nunca sobreviviesen a su propia obra criminal. La serie, donde la policía es casi un elemento fuera de campo, ha dejado poco espacio a redenciones o beatificaciones de sus personajes. Tampoco a los sentimientos elevados o a la compasión entre ellos. “La confianza es un lujo que no nos podemos permitir”, dice el protagonista en un cierto pasaje de la última temporada, cuando ha comenzado ya la guerra total entre clanes. Solo la última parte se convierte en ese duelo de emociones entre los dos protagonistas, a ratos casi homoeróticas (Rolling Stone les retrató en su portada de noviembre besándose en la boca), con la que Gomorra trasciende a la obra original de Saviano.
Los cambios se han ido produciendo también en la factura de la serie o en el tipo de interpretación, que nunca ha bajado el nivel pese a la exigencia lingüística de que la mayoría del reparto fuese de origen napolitano. Claudio Cupellini, director de la última temporada —junto a Marco D’Amore, que interpreta también a Ciro Di Marzio— han subido un escalón más la calidad. La música de Mokadelic, esos silbidos desde las azoteas de los edificios donde se vendía la droga, el clásico grito de Guagliu’ (algo así como tío en nao decenas de hits de la música neomelódica napolitana politano) o toda una ristra de temas de trap han contribuido también a crear una atmósfera que será ya para siempre reconocible.
Puedes seguir EL PAÍS TELEVISIÓN en Twitter o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.