‘Los Bridgerton 2’, una Regencia más inteligente y mejor
La exitosa serie producida por Shonda Rhimes regresa a Netflix con una segunda temporada en la que la frondosidad de la trama prometen más de lo mismo pero mejor
En un momento dado de esta segunda —y más frondosa, inteligente y mejor— temporada de Los Bridgerton (Netflix), Penn Featherington (Nicola Coughlan) le confiesa a Eloise, la más inadaptada y rebelde de las hermanas Bridgerton (Claudia Jessie...
En un momento dado de esta segunda —y más frondosa, inteligente y mejor— temporada de Los Bridgerton (Netflix), Penn Featherington (Nicola Coughlan) le confiesa a Eloise, la más inadaptada y rebelde de las hermanas Bridgerton (Claudia Jessie) que cuando eres invisible —ella lo es, alejada como está del estándar de belleza de la época, de todas las épocas, en realidad—, cuando no pesan sobre ti las expectativas de nadie, eres libre. O, al menos, lo sientes. Eloise, que aún no sospecha que su mejor amiga es la narradora de la historia, la temida y misteriosa Lady Whistledown —identidad que se reveló al espectador al final de la primera temporada—, le pregunta si será esa la razón por la que esta sigue actuando desde el anonimato. Penn le contesta que es lo más probable. Y si en algún sentido parece un punto de inflexión en esta historia ―que sigue las idas y venidas amorosas de los ocho hermanos de una familia de la alta sociedad londinense en el periodo Regencia, a principios del siglo XIX― es porque lo es.
Se diría que, de alguna forma, el éxito ha liberado a Shonda Rhimes —productora de esta impecable dramedia— y le está permitiendo ahondar en lo esbozado en la primera entrega. Es decir, el punto de partida de la segunda es el mismo, pero inverso. Ahora es el vizconde Anthony Bridgerton (Jonathan Bailey) el que busca esposa, y se enamora de la que no debería —la hermana del diamante de la temporada—, y por supuesto, está el intento de que Eloise parezca mínimamente una dama y no se escabulla cada vez que tiene un baile porque le ha llegado el momento de jugar al juego de encontrar marido, que en esta ocasión se repite como farsa, y una, desde el principio, algo más ambiciosa altura, porque el absurdo y la inadaptación al sistema están por todas partes.
Están los chicos que hacen cola, flores y todo tipo de cosas en mano, a las puertas de la habitación de Edwina Sharma (Charithra Chandran), el diamante en cuestión —esto es, la jovencita que la reina Charlotte (una cada vez más, de otro mundo Golda Rosheuvel) decide que es la más valiosa de la temporada—, pero también está el propio Anthony tratando de huir de tomar cualquier tipo de decisión dejando que sea la reina, eligiendo a Edwina, quien lo haga por él. O el primo Jack, que salva a las Featherington de la ruina pero impone una decoración horrenda en casa. Los hombres son, en esta temporada más que nunca, no tanto personajes secundarios como otro tipo hombres. Hombres que no se diferencian ya, por fin, en prácticamente nada de las mujeres.
Y eso, en un artefacto de semejante éxito, resulta valiosísimo. No olvidemos que Los Bridgerton fue la puerta de entrada de Shonda Rhimes en Netflix, tras la firma de un contrato multimillonario, y que consiguió convertirse en la segunda serie más vista del año, solo superada por El juego del calamar. Y aún es más valioso, tratándose como se trata, de una ficción que escapa a un pasado —el de la idealizada Regencia, satirizada a su manera en las novelas de la que parte la serie, obra de Julia Quinn— en el que las mujeres —pero también los hombres— eran, a cierta edad y en ciertos ambientes, poco más que engranajes de un sistema que les necesitaba para sobrevivir. En realidad, les necesitaba para tener algún tipo de sentido.
Y el choque de épocas —¿cómo se atrevía Rhimes, en plena ola feminista, a devolver a la mujer al papel de preciada pieza de baile?—, que en la primera temporada, un tanto injustificada y torpemente, trató de salvarse o combatirse con sexo, un sexo explícito que liberaba a los protagonistas de hasta el último corsé, aquí, en un sentido más victoriano, se hace a partir del diálogo y la situación, y un más frondoso, desde el inicio, cruce de tramas y subtramas que buscan, de alguna forma, liberarse de cualquier tipo de corsé. Pero no es un corsé físico esta vez sino uno mental. Hay, en ese sentido, dos personajes bomba, dos que intentan hacerlo estallar desde dentro, que sumar al de la curtida Lady Whistledown (a la que sigue dando voz Julie Andrews): Eloise, y Kate Sharma (Simone Ashley).
Como sacadas, a la vez, de una novela de Jane Austen y Louisa May Alcott, Kate y Eloise son las heroínas al margen del sistema. La primera, porque lo único que quiere es volver a la India, y olvidarse del aborrecible té, y vivir sola, y feliz para siempre. Pero para eso tiene antes que colocar a su hermana Edwina. Y su irredenta forma de ser va a complicar las cosas. En realidad, lo que va a complicarlas es el hecho de que no admita que ha perdido ligeramente la cabeza por el principal pretendiente de su hermana, el soltero de oro, Anthony Bridgerton. Pero al hacerlo estará rizando el rizo de su pequeña revolución, y admitiendo que en toda revolución existe una teoría, y luego una práctica que, en este caso, se lleva a cabo de una forma tan poco adecuada que resulta de lo más valiosa.
Eloise, por su parte, en tanto que casi hermana gemela de la Emily Dickinson de Dickinson —aunque sustituyendo versos por aburrimiento y cosas que supuestamente no deberían decirse ante la reina—, es, junto a Lady Whistledown, el personaje que trata de impulsar esa otra Regencia, inteligentemente recatada esta vez, en la dirección contraria. Eloise es el personaje más inadecuado, y también el más contestatario, el representante de estos tiempos. Y su amistad con Penn es el verdadero diamante de esta segunda entrega porque contiene a la vez una reflexión sobre la batalla que se libra entre lo que parece —lo que Lady Whistledown cuenta— y lo que es, y un jugoso guiño al miedo del creador a repetirse.
“La echaba de menos”, le dice en un momento dado Eloise a Penelope, en referencia a Lady Whistledown y su maliciosa publicación —eje que vertebra la historia, en un juego de espejos entre lo real y lo contado que es, sin duda, su principal acierto—, y su amiga parece feliz, porque en el fondo está diciéndole sin saberlo que la echaba de menos a ella. “Pero ahora que ha vuelto”, añade a continuación, “solo me recuerda lo atrapada que estoy”. Una línea de diálogo que, en sí misma, contiene todo aquello que ha cambiado desde la primera temporada, y sirve al fenómeno para revolverse contra sí mismo, y tomar conciencia de aquello que idolatraba —una época que era, por encima de todo, una cárcel— sin cuestionarse demasiado la forma en que lo hacía.
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