La falsa enferma de cáncer de ‘Anatomía de Grey’
La guionista de la serie, Elisabeth Finch, se ha inventado todos los traumas, y no se inventó más porque su esposa le pilló y le obligó a confesar
Hasta hace nada, Elisabeth Finch, Finchie para los amigos, era la reina de las guionistas de Anatomía de Grey, encumbrada por la emperatriz Shonda Rhimes, a quien conmovió su condición de enferma de cáncer: tenía un condrosarcoma letal que podía matarla en cualquier momento. Lo contó en un relato en la revista Elle y acabó en una de las tramas de la serie de médicos. Finchie escribió los episodios que ...
Hasta hace nada, Elisabeth Finch, Finchie para los amigos, era la reina de las guionistas de Anatomía de Grey, encumbrada por la emperatriz Shonda Rhimes, a quien conmovió su condición de enferma de cáncer: tenía un condrosarcoma letal que podía matarla en cualquier momento. Lo contó en un relato en la revista Elle y acabó en una de las tramas de la serie de médicos. Finchie escribió los episodios que narraban el diagnóstico y tratamiento de un condrosarcoma bestial del personaje de Catherine Fox. Como enferma, se volvió intocable entre los guionistas. Cuando Finchie hablaba, todos asentían, y sus ideas siempre acababan en los guiones, sin que nadie las cuestionase, algo insólito para un trabajo colectivo que se basa en la discusión.
Ahora, Vanity Fair ha revelado que todo era mentira. Finchie no tuvo cáncer. Tampoco recogió los restos de un amigo suyo muerto en la masacre de la sinagoga de Pittsburgh en 2018, ni tenía un hermano suicida. Se había inventado todos los traumas, y no se inventó más porque su esposa, una enfermera a la que conoció en un centro de salud mental, haciendo terapia contra el estrés postraumático, le pilló y le obligó a confesar.
Se especulará mucho sobre este caso digno de otros grandísimos mentirosos, como El adversario, de Carrère, o El impostor, de Cercas, pero la respuesta al porqué está en el trato que recibió de la productora. Cuantas más tragedias se inventaba, más le subían el sueldo, más protagonismo le daban en la serie y más metros cuadrados de despacho le concedían. A su esposa no le costó más que un rato en Google confirmar sus sospechas. Nadie se molestó antes porque las víctimas son tan sagradas, que contrastar sus declaraciones es blasfemo. Y eso —oh, paradoja— es hermoso, pues habla de una sociedad que prefiere pasarse de ingenua antes que ser cínica.
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