‘Los Borbones’: una imagen descarnada pero humanizada de la Familia Real

La mayoría de las imágenes que aparecen en el documental de Ana Pastor y Aitor Gabilondo ya las habíamos visto, pero ahora las miramos con otros ojos

Don Juan de Borbón, con su esposa María de las Mercedes y sus cuatro hijos, Alfonso, Juan Carlos, Pilar y Margarita, en una imagen de agosto de 1945 tomada durante su exilio en Suiza. KEYSTONE (GETTY IMAGES)

La visita que hace dos semanas hizo el rey emérito a Sanxenxo (Galicia), tras 22 meses expatriado en Abu Dabi, dejó en evidencia que pocos asuntos dividen tanto a la sociedad española como la Monarquía. Mientras el líder del PP, Alberto Núñez Feijòo, dio la bienvenida a Juan Carlos I y acusó a quienes le criticaban de pretender “erosionar la Constitución”, el portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, comparó su llegada al aeropuerto de Peinador (Vig...

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La visita que hace dos semanas hizo el rey emérito a Sanxenxo (Galicia), tras 22 meses expatriado en Abu Dabi, dejó en evidencia que pocos asuntos dividen tanto a la sociedad española como la Monarquía. Mientras el líder del PP, Alberto Núñez Feijòo, dio la bienvenida a Juan Carlos I y acusó a quienes le criticaban de pretender “erosionar la Constitución”, el portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, comparó su llegada al aeropuerto de Peinador (Vigo) a bordo de un jet privado con la del narco colombiano Pablo Escobar. El primero obviaba que el antiguo monarca, al presentar dos regularizaciones ante Hacienda, había reconocido la comisión de varios delitos de fraude fiscal; y el segundo, que lo que diferencia la Monarquía de la República no es la honradez del jefe del Estado, sino su método de elección (aunque también hay repúblicas hereditarias, como Corea del Norte y Siria).

Más de la mitad de la población española nació tras la muerte de Franco y, para ella, la transición a la democracia o el golpe de Estado del 23-F forman parte, en el mejor de los casos, del decorado borroso de su infancia. Por eso tiene enorme interés, incluso pedagógico, que una serie documental, como Los Borbones. Una familia real, de Ana Pastor y Aitor Gabilondo, rescate episodios tan dramáticos como la muerte del infante Alfonso de Borbón, de 14 años, por un disparo accidental de su hermano mayor, Juan Carlos, de 18; o el enfrentamiento entre el futuro Rey y su padre, el conde de Barcelona, cuando el primero aceptó suceder al dictador saltándose la línea dinástica. Hechos ocurridos en pleno franquismo que se ocultaron a los españoles contemporáneos.

Y aún tiene más valor que el relato se presente sin prejuicios, limitándose a exponer los hechos desnudos, aderezados solo con comentarios y opiniones tanto de monárquicos confesos (Luis María Ansón o José Manuel García-Margallo) como de presumibles republicanos. Porque el tema del que trata la serie es la historia más reciente de España, aún fresca en el corazón y la memoria de sus protagonistas. E inacabada.

Tanto que su corolario podría haber sido la imagen del almuerzo que el pasado 23 de mayo celebró el rey emérito en La Zarzuela, camino de regreso a Abu Dabi, con un reducido grupo de comensales. Entre ellos, su hijo el Rey, con quien no se había visto en 22 meses; su esposa doña Sofía, a la que la covid obligó oportunamente a sentarse a una prudente distancia, menor en todo caso que el alejamiento sentimental del matrimonio; o su nuera, a la que Juan Carlos I nunca tragó y que ahora se había convertido en reina de la que un día fue su casa. Retrato de una familia desestructurada, como dice en la serie la periodista Carmen Enríquez, cronista de La Zarzuela durante años.

A falta de esa imagen, que la Casa del Rey no ha querido difundir, la mayoría de las que aparecen en el documental ya las habíamos visto, pero ahora las miramos con otros ojos. Por ejemplo, el rostro grave de los Reyes y la infanta Elena en la boda del entonces príncipe Felipe con la periodista Letizia Ortiz; o la risa de Juan Carlos I al preguntarle en 1992 la reportera británica Selina Scott si el Rey de España pagaba sus impuestos.

Seguramente sobran opiniones de periodistas (Iñaki Gabilondo, José Antonio Zarzalejos, José García Abad, Pilar Urbano y un largo etcétera) y faltan testimonios de personas que han estado vinculadas a Juan Carlos I y pueden contar de primera mano cómo era en privado. Pero eso no es culpa de los autores de la obra. Todavía hoy, quienes han trabajado en La Zarzuela se sienten ligados por un nudo de silencio que no es fácil romper, y menos aún ante una cámara. La Casa Real, por su parte, no ha querido colaborar en el proyecto. Y eso que, aunque hace un retrato descarnado de la avaricia de Juan Carlos I y su larga lista de amantes (de Bárbara Rey a Corinna Larsen) y refleja el inmenso desencanto provocado en la sociedad española por el conocimiento público de sus desmanes, la serie salva la figura de Felipe VI y humaniza incluso a su padre, al explicar las circunstancias que han modelado su carácter. Lo que hace posible sentir empatía por él y hasta perdonarlo. Aunque para eso haría falta que pidiese disculpas. Y eso ya es otra película.

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