Stephen King adora ‘Stranger Things’ y viceversa
Con tantas referencias a la cultura pop de hace cuatro décadas, ¿qué aporta la serie de Netflix al género fantástico? Nada y mucho
Stephen King, superventas de la novela de terror y misterio, adora Stranger Things, lo que no sorprende porque la serie de Netflix lo adora a él. El autor de It y Carrie escribió en Twitter: “El penúltimo episodio de Stranger Things es tan bueno, y a la vez tan lleno de terror, que casi tengo miedo de ver el último”. Tan ansioso estaba King que antes se había quejado por tener que esperar durante un mes los dos últimos capítulos de la cuarta temporada. Le respondieron los creadores que los estaban terminando. Cabe pensar que la dosificación estaba bien calculada para generar expectación.
The penultimate episode of STRANGER THINGS is so good, and yet so full of dread, that I'm almost afraid to watch the last one.
— Stephen King (@StephenKing) July 3, 2022
Hay mucho Stephen King en Stranger Things, como hay mucho Spielberg, Cazafantasmas, Pesadilla en Elm Street y hasta Scooby Doo. La serie es un fenómeno intergeneracional gracias a una fantasía desbordante, personajes logrados y guiños continuos a la nostalgia de los ochenta (¡la camiseta de Hulk Hogan!, ¡una canción de Metallica!, ¡el walkman!), que fue la última década analógica. Netflix, en apuros por un catálogo tan excesivo como falto de excelencia, exprimirá hasta el final de la quinta entrega este filón. Por eso echa la casa por la ventana: cada capítulo le cuesta ya 30 millones de dólares.
Con tantas referencias a la cultura pop de hace cuatro décadas, inspirada en relatos fantásticos de ese tiempo como los de Stephen King, ¿qué aporta de nuevo Stranger Things? Nada y mucho. Es la renovación de un género añejo sin su cutrez y con el poderío visual de hoy. También la saga Piratas del Caribe se apropió de viejas películas de aventuras en el mar, añadió zombis y fantasmas y acabó ensamblando un producto apabullante. Hace falta dinero, sí, pero también talento para eso. La pregunta es si no queda nada por inventar. O si, más bien, no queríamos que inventaran nada, porque estamos muy cómodos en la calidez de un pasado que resulta tan familiar.
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