Adiós con una carcajada a Diane Lockhart
Diane Lockhart no terminó de acomodarse entre nosotros hasta que no rompió a reír, allá por 2009. Ahora que ha terminado ‘The Good Fight’, habrá que reírse a su salud.
De la misma forma que damos por traído un niño al mundo cuando rompe a llorar, Diane Lockhart no terminó de acomodarse entre nosotros hasta que no rompió a reír. La vimos hacerlo por primera vez en 2009, en un episodio de la primera temporada de The Good Wife, la serie protagonizada por Alicia Florrick en la que ejercía de secundaria con hechuras de prima donna. Tengo que ...
De la misma forma que damos por traído un niño al mundo cuando rompe a llorar, Diane Lockhart no terminó de acomodarse entre nosotros hasta que no rompió a reír. La vimos hacerlo por primera vez en 2009, en un episodio de la primera temporada de The Good Wife, la serie protagonizada por Alicia Florrick en la que ejercía de secundaria con hechuras de prima donna. Tengo que tirar de memoria para recordar la trama, porque, inexplicablemente, ahora mismo The Good Wife no está en ninguna plataforma, pero hay cosas que no se olvidan. En un programa de televisión, se sugería que un miembro del bufete de abogados que Diane copresidía era homosexual. Los espectadores suponíamos amenazada por el rumor a Kalinda, a la que ya habíamos visto asomar la patita fuera de la heterosexualidad, pero finalmente los tertulianos del programa daban el nombre de Diane. ¿Su respuesta ante la mentira? Una carcajada sinfónica, una risa que, en más de una ocasión, ha sido, como escribió Luis Alberto de Cuenca de la de su amada, una ducha en el infierno.
Diane Lockhart cerró The Good Wife dándole una bofetada bien merecida a Alicia Florrick y comenzó The Good Fight, el spin-off que ha protagonizado durante los últimos cinco años, recibiéndola ella: Trump acababa de ganar las elecciones. Desde 2017, la hemos visto desolarse, tratar de conspirar contra el gobierno, drogarse, vestirse de dominatrix, practicar aikido y desahogarse lanzando hachas. La hemos visto perdida, sin rumbo y en el lodo, como a tantos norteamericanos, presa de un desconcierto que no habla bien del mundo en el que vivimos, ni de ellos. Robert y Michelle King, sus creadores, y Christine Baranski, su intérprete, han fraguado con maestría a alguien a quien echar mucho de menos. Y eso que ni siquiera existe. Habrá que reírse a su salud.
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