‘La Sagrada Familia’ rescata el mito Pujol y disecciona su caída
La serie documental de David Trueba para HBO Max explora en un fresco monumental las luces y sombras del expresidente catalán, una figura que, pese a todo, no se agota
El 25 de julio de 2014, cuando faltaban pocas horas para acabar la jornada y menos días aún para coger vacaciones, llegó a mi bandeja de entrada un correo. No recuerdo quién lo envió, pero imagino que algún abogado pensó que era una buena idea que lo leyera. No era uno de esos comunicados absurdos que uno elimina sin haberlo leído apenas, casi enfadado. Lo firmaba Jordi Pujol i Soley. Me puse en alerta. Estaba al tanto de las informaciones de los días previos sobre supuestos movimientos bancarios de la familia Pujol...
El 25 de julio de 2014, cuando faltaban pocas horas para acabar la jornada y menos días aún para coger vacaciones, llegó a mi bandeja de entrada un correo. No recuerdo quién lo envió, pero imagino que algún abogado pensó que era una buena idea que lo leyera. No era uno de esos comunicados absurdos que uno elimina sin haberlo leído apenas, casi enfadado. Lo firmaba Jordi Pujol i Soley. Me puse en alerta. Estaba al tanto de las informaciones de los días previos sobre supuestos movimientos bancarios de la familia Pujol en Andorra. Conocía la investigación abierta al hijo mayor, alias Júnior, por sus negocios turbios. Y, pese a todo, tras una primera lectura apresurada no comprendí lo que estaba en juego. Pujol hablaba de una herencia no declarada que habían recibido sus hijos y pedía perdón. Era todo tan alucinante que me costó entender que estaba ante una confesión histórica que iba a cambiar, para siempre, la percepción de uno de los personajes más relevantes de la historia contemporánea de Cataluña, inabarcable siempre pese a todos los esfuerzos por explicarle.
Me ha tranquilizado saber, por La Sagrada Familia —el monumental fresco sobre los Pujol dirigido por David Trueba que este jueves estrena HBO Max (el primer episodio se verá en abierto en DMAX este jueves a las 22.30— que no fui el único al que la noticia bomba se le indigestó. El último de los cuatro capítulos de la serie arranca con la carta de Pujol y el estupor que desencadenó ese “borrón” (”esguerro” en catalán, según lo ha llamado el expresident) en su carrera política. El documental sugiere que esa mancha es imborrable y, sobre todo, nos recuerda que la figura de Pujol empezó a ensuciarse mucho antes, solo que entonces casi nadie supo localizar o ver las manchas: la serie repasa con rigor intachable la descapitalización de Banca Catalana, que a punto estuvo de llevarle a juicio, o los negocios turbios de su mujer, Marta Ferrusola, y de muchos de sus hijos, asuntos todos ellos que sobrevolaron la presidencia de Pujol casi desde su primer mandato, en 1980.
La serie de Trueba perfila el espíritu de una época, explora una determinada forma de entender el poder y, sobre todo, disecciona la biografía de una familia poco corriente, con un matrimonio de tres (Jordi, Marta y Cataluña) que pretendió perpetuarse como dinastía. En una época de memoria frágil, La Sagrada Familia tiene la virtud de revisitar el mito de Pujol con un generoso despliegue de imágenes de archivo que parecían olvidadas y que, a la luz de los nuevos tiempos, permiten una curiosa reinterpretación. Las leyendas que han jalonado su trayectoria—como la que sostiene que, de niño, sintió el impulso de reconstruir Cataluña desde la cima del Tagamanent— se exponen a la crítica de los periodistas en una obra que analiza de forma obsesiva la figura de Pujol sin despejar del todo el misterio. El expresidente sigue escapando, de algún modo, al análisis más sesudo.
La gran virtud del equipo dirigido por Trueba es haber logrado que personas que caminaron junto a Pujol en la lucha antifranquista y que le acompañaron durante su larga andadura en el Govern como aliados o como rivales (o ambas cosas a la vez) hayan aceptado echar la vista atrás. La aparición de los expresidentes Felipe González y José María Aznar da caché. La exposición, rica y clara, de un elenco de periodistas de primera mantiene vivo el relato y permite comprender con claridad un entramado de sucesos que es complejo. Pero hay dos personajes del lado oscuro de la fuerza que suben un punto el nivel de intensidad.
El desparpajo de Josep
Mi preferido es Josep Pujol Ferrusola, único miembro de la familia que aparece en la serie. El tercer hijo del expresident se revela como un maestro delante de la pantalla y regala algunos de los momentos más suculentos. Ya había dado señales de su desparpajo en la comisión de investigación del Parlamento catalán sobre el caso Pujol, donde dijo (los Pujol son unos fieras para parir expresiones célebres o desafortunadas, según se mire) aquello de “jo als 30 anys ja era riquet”. O sea, un poco rico. Pero no mucho. Con soltura, Josep nos abre (metafóricamente) las puertas de la casa familiar, en la ronda General Mitre de Barcelona, para explicarnos los modales austeros de una familia regida por la madre y con un padre ausente, y donde los más de los días se cenaba tortilla a la francesa y merluza frita. Y para aclararnos que en una familia numerosa, de siete hijos, caben muchas familias porque las afinidades son también generacionales.
El otro baluarte de Pujol en La Sagrada Familia es Lluís Prenafeta, condenado por corrupción urbanística en el caso Pretoria y que fue mano derecha de Pujol cuando llegó a la presidencia de la Generalitat. Según todas las voces que aparecen frente a la pantalla, Prenafeta fue al mismo tiempo solucionador de problemas y muñidor de los aspectos más oscuros del pujolismo. Él lo niega todo y ensalza sin asomo de crítica a Pujol, del que dice, en un desliz delicioso que los editores han hecho bien en mantener: “Conocía Cataluña como si fuera su bolsillo; mejor dicho, su mano”. Pero que haya aceptado dar su versión es una prueba más de la ambición global de una serie que no ha querido dejar a nadie atrás ni nada por explicar.
Y, pese a todo, hay preguntas que siguen sin responder. Para los pujólogos, profesionales o aficionados, y para quienes hemos examinado a fondo el caso Pujol, La Sagrada Familia apenas aporta novedades. El espectador seguirá sin saber a ciencia cierta cuál es el verdadero origen de la fortuna andorrana. O qué hay de verdad en la deixa (herencia) del abuelo Florenci. O si se enriqueció la familia con Banca Catalana. O si Pujol fraguó (o permitió, o toleró) la corrupción política con la que, presuntamente, sus hijos se enriquecieron. Sería, en todo caso, pedir demasiado, porque ni siquiera la investigación judicial ha logrado, hasta la fecha, acreditarlo de forma fehaciente. Pero el espectador que no sea un friqui del asunto encontrará una claridad abrumadora y una confección cuidadísima en una serie que se ve como un thriller político, con finales en suspenso y comienzos de capítulo gloriosos. Como cuando Hristo Stoickhov llama a Pujol “nuestro rey de Cataluña” y le hace saltar, en el balcón del Palau de la Generalitat, durante la celebración de un título del Barça.
La Sagrada Familia no es una damnatio memoriae del pujolismo. Tampoco una hagiografía. Sin el paternalismo de la voz en off, son los testigos (periodistas, escritores, fiscales, políticos, amigos, enemigos) quienes van señalando lo que les parece o no salvable de la herencia. En el haber de Pujol está sobre todo su papel como luchador antifranquista, aunque incluso aquí se percibe cierta ambigüedad: tras los fets del Palau, Pujol espera en casa a ser detenido e ingresa en prisión, condenado por un consejo de guerra. ¿Hasta dónde llega la convicción y hasta dónde el cálculo político? Con él nunca se sabe. Su etapa al frente del Govern (de 1980 a 2003) también merece elogios, aunque la luz que proyecta como artífice de la Cataluña moderna queda atenuada por las sombras de una corrupción que floreció, no nos queda claro si por empuje suyo o mero descuido, en su familia. “¡No soy un político corrupto!”, reivindica siempre que puede un expresidente que hizo de la ética su bandera y que por la ética cayó del pedestal.