El legado de ‘The Crown’: tres reinas de la interpretación y una corte de futuras estrellas
Las intérpretes que han dado vida a Isabel II han liderado una serie que ha sido también cantera de nuevos talentos como Claire Foy, Vanessa Kirby y Elizabeth Debicki
¿Por qué nos gusta tanto The Crown? Son muchas las razones que han convertido la obra de Peter Morgan en la serie de la década. Para empezar, la maestría con la que han adquirido vida, carne, corazón y tripas esos personajes que observamos encerrados en su protocolo y pompa en todas las circunstancias. También, una puesta en escena que ha realzado la solemnidad a la misma altura que la humanidad de sus protagonistas. A eso, añadámosle la capacid...
¿Por qué nos gusta tanto The Crown? Son muchas las razones que han convertido la obra de Peter Morgan en la serie de la década. Para empezar, la maestría con la que han adquirido vida, carne, corazón y tripas esos personajes que observamos encerrados en su protocolo y pompa en todas las circunstancias. También, una puesta en escena que ha realzado la solemnidad a la misma altura que la humanidad de sus protagonistas. A eso, añadámosle la capacidad discreta y al tiempo descarnada de adentrarnos en las alcobas de sus palacios y la ambición a la hora de retratar un periodo histórico —la última mitad del siglo XX e inicio del XXI— que corre demasiado paralelo a nuestro presente. Aparte, muy importante, el tino y la habilidad con que mediante la mejor ficción audiovisual nos hemos tragado encantados la más espectacular operación de propaganda que se ha llevado a cabo en la época contemporánea sobre una institución secular.
Pero una gran serie no llega a nada sin actores en estado de gracia. Por un lado, un buen puñado de consagrados que marquen un nivel de excelencia y, por otro, rostros frescos que jueguen su papel de descubrimientos para la liga de futuras estrellas. También por eso nos ha gustado The Crown: porque la alineación y las combinaciones han marcado época con un resultado absolutamente sobresaliente.
Elegir tres intérpretes para un mismo papel es una decisión de riesgo. Si a eso unimos que el personaje es un icono, el temblor se multiplica. Tanto para quien elige —en este caso, Morgan y su equipo— como para quien acepta. En el caso de la reina, esa oportunidad que al tiempo ha sido responsabilidad ha caído en Claire Foy, Olivia Colman e Imelda Staunton. La primera tuvo la audacia de la recién llegada y puso su rostro inexperto al servicio de un personaje cuyos primeros pasos fueron complejos y delicados por la necesidad que tenía de aprender a hacerse respetar. Foy dotó a Isabel II de una inocencia que debía contrarrestar con carácter. Bordó su papel a la hora de ir encontrando el lugar que debía representar, el peso de una corona todavía imperial en la cabeza de una muchacha que en principio no había nacido para heredar el trono.
Su historia al comienzo es la de un destino impuesto y la necesidad de adaptarse a él con un bagaje escaso. La de una construcción que fue improvisada y debía funcionar sin que afectara al vértice del Estado. Como contrapunto, en las temporadas de Claire Foy, brillaron a su altura Matt Smith, en su papel de Felipe de Edimburgo, y Vanessa Kirby como la princesa Margarita. Una actriz que recientemente le ha comido cacho ni más ni menos que a Joaquin Phoenix dentro del Napoleón de Ridley Scott, metida en la piel de Josefina.
Los conflictos a tres bandas entre estos personajes durante las primeras temporadas fueron de lo más destacado de la serie. Pero también lo han sido los cara a cara que Foy mantuvo con John Lithgow, como Churchill. Sus momentos de mentor y discípula, la delicadeza con la que ambos afrontaban sabiduría e inexperiencia con el tacto necesario para preservar cada cual el lugar que les correspondía, pusieron de manifiesto la brillante capacidad sutil y perdurable de la serie con base en sus actuaciones.
Destreza natural
Luego llegó la hora de Olivia Colman. La actriz es una de las grandes damas de la interpretación británica en la actualidad y le tocó encarnar a Isabel II en plena madurez. Lo ha acometido con esa destreza natural que saben dar las muy superdotadas a la hora de afrontar grandes papeles. Con una mezcla de contundencia y riesgo. Audacia y solidez. Desparpajo y sentido del humor. Además, ha tenido con quien batirse frente a frente con rivales que acompañan una siempre bienvenida capacidad de superación. Colman contó como compañeras de reparto memorables en su momento con Helena Bonham Carter como Margarita y Gillian Anderson, en la piel siempre acerosa y displicente de Margaret Thatcher, aunque su trabajo —algo histriónico— no superara el que en su día creara Meryl Streep. Y también con otro descubrimiento del que puede presumir la serie: el joven Josh O’Connor en el papel de su hijo Carlos.
A Imelda Stauton le ha tocado la Isabel crepuscular. Más fría, más hierática en sus primeros capítulos, en la última temporada ha abordado la despedida con una solidez propia de sus predecesoras. La actriz aporta una cálida serenidad emocionante para la despedida. Conectó en la penumbra con la luz que desprendía la nostalgia de su legado y la sombra de un futuro en el que tanto ella como su marido —también glorioso, Jonathan Pryce— dejan constancia de no ver claro el futuro de la institución.
La hora de los monstruos
Igual que Foy y Coleman, Staunton ha dado una lección a la hora de saber transmitir con presencia y gesto lo que pensaba sin que pudiera salir articulado por medio del lenguaje en sus bocas, aunque ha destacado especialmente a la hora de pronunciar los discursos. Su labor en las dos últimas entregas, aparte de Jonathan Pryce y Lesley Manville en la última fase de Margarita, se ha visto acompañada por dos auténticos monstruos. Hablamos de Dominic West, como Carlos de Inglaterra, y otro descubrimiento con proyección de auténtica estrella: el de Elizabeth Debicki, como Diana de Gales.
La actriz nos ha dejado temblando con su sincronización física y psicológica de la princesa malograda. Su mirada tan turbia y desesperada como desprotegida, su elegante y frívola fragilidad nos ha desarmado. West, ya sabíamos de sobra, es un maestro de la versatilidad y aquí lo ha vuelto a demostrar. En su carrera ha sido capaz de adentrarnos como pocos en los bajos fondos de Baltimore cuando lo descubrimos en The Wire o de bajar a los infiernos por amor como se vio obligado en The Affair. Pero ahora no tenía fácil presentarse ante el mundo como un heredero de fiar después de aquello de: “Quiero ser tu támpax”.
El suyo ha sido un toro para el que resultaba necesario todo un actorazo, como él, capaz de humanizar a un personaje tocado y conseguir que el público le diera una oportunidad ―mediante esta ficción, esta es la clave del poderío de la serie— como heredero digno al trono. El trabajo de West va a ser fundamental para la aceptación de un rey que anda aún en periodo de prueba en cuanto a sus simpatías de cara a la opinión pública. No estaría de más que el monarca le agradeciera su trabajo estas Navidades a West con una buena botella de whisky.
Todas las series —muy pocas— que se han ganado su lugar como obras de arte en la historia lo han hecho con grandes personajes a los que han dado vida en muchos casos actores por descubrir o en los que simplemente no habíamos reparado. Con ello les llegó una oportunidad que supieron aprovechar. Los Soprano va unida en ese sentido a James Gandolfini; Mad Men a Jon Hamm; The Wire o Juego de Tronos a toda una cantera que consagró unas cuantas carreras...
En eso, The Crown ha destacado especialmente y ha cumplido con creces su función. No solo ha supuesto otro hito para los intérpretes que ya conocíamos, además, nos ha proporcionado una enorme lista de nuevos talentos que han despuntado en ella y pueden llegar tan lejos como los maestros que les han acompañado en esta obra fundamental. Ahora, ante el vacío que deja la excitación de recibir nuevas entregas, cabe una solución: volver a ver sus sesenta capítulos. Es todavía mejor la segunda vez.
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