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CRÓNICAS
Columna
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El premio de Mutis

Juan Cruz

Cuando Álvaro Mutis estuvo en la cárcel, un tiempo menor pero intenso, en la prisión mexicana de Lecumberri, recibió la visita de la intrépida periodista (y novelista) Elena Poniatowska, que le hizo pensar en la oportunidad de convertir aquella experiencia en una memoria propia. No sólo fue fructífera literaria y humanamente la decisión de escribir (Diario de Lecumberri, Alfaguara), sino que, como dice Mutis en el prefacio con el que honra la última edición de ese libro, le sirvió de inspiración a su obra posterior, que es una suma de viajes y pensamientos.

Todo lo que toca lo hace nuevo este hombre grande. Es, por otra parte, un gran hombre; si Carmen Balcells ha concitado el mayor número de dedicatorias de sus representados, Mutis es el escritor latinoamericano que más dedicatorias ha recibido (y ha hecho); muchas de esas dedicatorias son de Gabriel García Márquez, uno de sus principales compadres, que durante años ha afirmado que él no hubiera escrito ni una línea de sus mejores historias si esas historias no se las hubiera contado antes el que ahora ha ganado el Premio Cervantes de Literatura.

Lo ha ganado en buena hora, aunque también pudo haberlo tenido hace muchísimo tiempo, acaso por aquel diario o por cualquiera de sus versos. Dice Carlos Fuentes que cuando Gabo obtuvo el Nobel fue como si toda su generación lo tuviera ya; es mucho decir que ganando el Cervantes este colombiano grande ya lo ha ganado Gabo incluso, aunque se empeñe en no ser propuesto. Esta literatura de la que viene Mutis (Vallejo, Botero, Abad, Gamboa, Cobo Borda, Moreno Durán, Vázquez, Paredes, Chaparro, Restrepo, Espinosa, Castro Caycedo, tantos otros) es mucha literatura; acosada por el tiempo que vive ese país desde que nació casi, ha cincelado el idioma en todas partes, en la prensa, en los libros y en la calle.

Esta medalla española que en forma de Cervantes recibe Mutis honra también la constancia literaria del país del que proviene. Aunque vive en México desde hace tanto tiempo, este grandullón pacífico y de bigote bien cortado es un colombiano esencial, y eso es lo que decía el presidente Betancur cuando tuvo la satisfacción de celebrar, como jurado del premio, el galardón de su compatriota: es errante, pero sólo de apariencia; en su ser esencial es un colombiano, y así se muestra en la novela y en la poesía, poseído por esa bruma feraz que a los otros colegas y paisanos suyos les da el apoyo moral.

Es legendaria su voz; fue, en castellano, el narrador de las aventuras de Elliott Ness; Villoro, que imita tan bien tantas voces, a veces lo borda en las sobremesas, pero no sólo como Elliott Ness, sino como el Mutis descreído que hace de la conversación y de la risa una manera de prolongar la vida antes de que aparezcan las solemnidades. Lo único que es, entre todas las solemnidades que puede ser un hombre de su edad, es monárquico, y por eso reitera con tanta profusión que le hace más feliz que nada que sea el Rey el que en abril le entregue el premio.

No es verdad del todo, dice en seguida. Claro que no. Lo que le parece extraordinario es que por fin su nombre se asocie a un amigo impar de la infancia en Colombia y en cualquier parte, Miguel de Cervantes Saavedra. Él firmó la carta de Gabo, Vallejo y otros para que el Gobierno español mostrara mayor respeto para la identidad de los colombianos, a los que este país va a exigir visa. Dijo en esa carta que no vendría hasta que esa orden (que aún está sin efecto) fuera mordida; pero vendrá. Esperemos que con decir Mutis todos los colombianos vengan detrás de él, y sin visa.

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