María la Perrata, cantaora de flamenco
Ha muerto María Fernández Granados, es decir, María la Perrata. Cantaora de flamenco, hija de cantaores, hermana de cantaores (el Perrate de Utrera), madre de cantaores (Juan el Lebrijano) y guitarristas (Pedro Peña), prima de La Fernanda y La Bernarda, tía de El Turronero, Gaspar de Utrera y Pedro e Inés Bacán... María la Perrata estaba emparentada con casi toda la gitanería flamenca de la comarca de Utrera -donde había nacido, en 1922- y de Lebrija, donde vivía. A su abuelo le gustaban muchísimo los perros, y en el pueblo comenzaron a llamarle Perrate. Sería el apodo de una dinastía flamenca que ha hecho historia.
Nunca pudo olvidar su infancia, en una casa muy humilde, pero llena de cante. "Mi madre, Teresa, cantaba, y mi padre, que era un trabajador del campo, hacía también sillas en casa. Se ponían a cantar por seguiriyas, ¡con un eco!, al estilo de Arturo Pavón. Le acompañaba mi hermano, que ya desde chico tenía una garganta privilegiada, y ¡eso era...! Yo me embobaba escuchando a mi padre, y después salía mi hermano, y yo, que estaba con mis faenillas y mis trapitos, ¡las cosas de las chiquillas!, remataba los fandangos, y mi padre y mi hermano se miraban... ¡Qué cosa tan bonita!".
De su madre aprendió muchas cosas, cantes que nunca oyó fuera de su casa. "Yo me ponía a la verita de mi madre y le decía: mamá, cántame las cantiñas. Siempre he llevado ese cante en mi alma. Yo las canto como las cantaba mi madre. Ahora ya no se escuchan esos cantes". Por la casa de los Perrate aparecían a veces Antonio Mairena y otros profesionales del cante, que querían escucharles. Ella no le daba todavía importancia al cante. "Pero los gitanos de Utrera se volvían locos por escucharme. Se ponían de rodillas delante mía, ¡era increíble!, y me decían: 'Perrita, hija, cántanos, que queremos llorar'. Y entonces me ponía yo, una niña, a cantarles, y se ponían todos los gitanos, delante mía, a llorar".
Tenía 13 años cuando la conoció el lebrijano Bernardo Peña, quien la robó al estilo gitano y la llevó a casa de sus padres. Se casaron y nunca más la dejó cantar en público, mientras él vivió. Pero en aquella casa de Lebrija se vivía el cante como antes se había vivido en la de Utrera, con intensidad, apasionadamente.
Hasta años después de ser viuda, y con los hijos ya mayores, María la Perrata no volvió a cantar en público. Entonces fueron los propios hijos quienes la animaron a cantar, porque lo necesitaba anímicamente, y tuvo unos años de esplendor. Ella conservaba el modo de cantar de su gente, hacía un cante muy puro, muy de raíz, sin concesiones hacia una modernidad que no le decía nada.
Después, cuando la enfermedad comenzó a aquejarla, se vio obligada a dejarlo definitivamente. Ha sido una enfermedad larga, cruel, que no dejaba lugar a la esperanza. A sus hijos, Pedro, Juan, Tere, el testimonio de nuestra solidaridad en estas horas de dolor.-
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