Robinsones urbanos
Aunque solo los ricos y famosos puedan comprar una isla desierta, visitarlas es una experiencia posible Con más o menos aventura, el lujo consiste sobre todo en alejarse de la civilización
Para quienes vivimos en ciudades, la soledad se ha convertido en un raro lujo, como el silencio (entendiendo el lujo como algo difícil de conseguir que nos hace más felices). Hartos de coches y muchedumbres, tendemos a imaginar el paraíso como una isla desierta.
Marlon Brando tuvo la suya, el atolón de Tetiaroa, en la Polinesia Francesa (la adquirió en 1966, poco después del rodaje de Rebelión a bordo); Mel Gibson se compró Mago Island, una de las Fiji, en el océano Pacífico; Blackadore Cay, en Belice, pertenece a Leonardo DiCaprio, y Johnny Depp disfrutó tanto haciendo de pirata del Caribe que se quedó con Little Halls Pond Cay, en las Bahamas. Algunas de ellas se anuncian en portales como Vladi Private Islands (www.vladi-private-islands.de) o Private Islands Online (www.privateislandsonline.com); pasar una noche en Necker Island, uno de los dos islotes que el multimillonario sir Richard Branson, dueño de Virgin, tiene en las Islas Vírgenes Británicas cuesta entre 2.500 y 5.000 dólares al día.
Hay opciones más asequibles. Álvaro Cerezo es el fundador de Docastaway (del inglés do cast away, algo así como haz el náufrago), una agencia española con menos de dos años de existencia que ofrece “experiencias” en islas desiertas de Filipinas, Indonesia y Centroamérica. A través de su web (www.es.docastaway.com) ofrecen programas Modo Aventura, vacaciones en las que puedes pescar tu comida, dormir en una hamaca entre dos palmeras y hacer fuego frotando palitos con la ayuda de un guía, y Modo Confort, estancias en cómodos lodges ecológicos donde, aunque no hay luz eléctrica, te lo dan todo hecho. Los precios, comparados con el alquiler de la isla de Branson, son casi low cost: desde 975 euros por persona una estancia de nueve días en Modo Aventura hasta 1.690 euros para un paquete de la misma duración en Modo Confort en Blue Lagoon, también en Indonesia. La tarifa no incluye los vuelos internacionales, pero sí todos los traslados y vuelos domésticos.
Estamos en contacto permanentemente y en caso de emergencia iríamos al rescate"
Cerezo asegura que la suya es la primera empresa del mundo en ofrecer la posibilidad de convertirse en náufrago por unos días, aunque también dice que ya han empezado a copiarle la idea. ¿Realmente quedan islas desiertas? “Pocas”, reconoce. “Por eso en nuestra web aparecen con nombres ficticios, queremos evitar que aquellas en las que trabajamos se llenen de turistas, algo incompatible con nuestro modelo de negocio”.
El 95% de sus náufragos proceden de otros países. Cerca del 80% son jóvenes parejas. “Quienes van en plan aventura tienen entre 22 y 35 años; los que prefieren el Modo Confort –el más demandado para lunas de miel–, entre 27 y 55”.
El viajero elige el nivel de aventura. Algunos prefieren vivir su experiencia como Tom Hanks en Náufrago y llegan a la isla con la intención de sobrevivir de lo que les ofrece la naturaleza, “aunque están en contacto permanentemente con nosotros por walkie-talkie o teléfono móvil y en caso de emergencia iríamos inmediatamente a rescatarlos”, explica Cerezo. “El año pasado tuvimos a un canadiense que pasó 45 días solo, sin guía, en una isla deshabitada, y este año ya se han apuntado otras dos parejas que permanecerán aisladas durante 60 días”.
El neoyorquino John Bonessi pasó 11 días solo en la isla de Gambolo, en Indonesia. Decidió prescindir de la tienda de campaña y del guía para construir su refugio con hojas de palma y bambú. Salió encantado de su experiencia, incluso a pesar de que en una de las primeras noches acabó calado tras una formidable tormenta tropical. Durante su estancia recibió la visita de unos pescadores locales, y él mismo probó suerte intentando pescar con arpón o con sedal y anzuelo desde su canoa, aunque al final el mejor método fue usar su mosquitera como red. En esos días también descubrió lo útil que es el humo de la hoguera para ahuyentar a los insectos, por lo que la mantenía encendida por las noches. Aunque John encontraba a menudo huellas de cerdos salvajes, nunca consiguió verlos (ni cazarlos). Los grandes varanos, o lagartos piloto, en cambio, se convirtieron en unos aliados que mantenían alejados a roedores y otros animales.
Los franceses Audrey y Terence estuvieron las pasadas Navidades en Marooning, una remota isla de Filipinas, con un programa de aventura en versión light. “Durante dos semanas tuvimos varios kilómetros de playa blanca y una laguna coralina para nosotros”, dice Audrey. Estaban solos, pero no aislados. “Nos facilitaron un móvil con el que estábamos en contacto con el resort de una isla a tres kilómetros en canoa”, explica. “Nos traían agua potable, y a veces íbamos hasta allí con la barca para darnos un pequeño festín”. Una vez por semana se acercaban al mercado de una aldea para comprar provisiones: “Salimos a pescar un par de veces y nos comimos las capturas (pocas) asadas en una hoguera en la playa; parece que a los peces no les gustaba nuestro cebo”. Al final de su estancia, Terence y Audrey se prometieron.
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