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La resurrección de los Windsor

¿Puede la monarquía española recuperar la popularidad como hicieron sus primos británicos?

La reina Isabel II de Inglaterra y el rey Juan Carlos I, en 1988.
La reina Isabel II de Inglaterra y el rey Juan Carlos I, en 1988.Marisa Flórez

Cuando el 25 de julio de 1992 el príncipe Felipe de Borbón irrumpió en las pistas del Estadio Olímpico de Montjuïc como abanderado del equipo español, la monarquía restaurada en 1975 alcanzó uno de sus puntos más álgidos de popularidad. Pero en aquellos mismos días, una de las monarquías europeas más rancias, la británica, padecía lo que la reina Isabel II denominó su “annus horribilis”. Una crisis que bordearía la tragedia cinco años después, al final del verano de 1997, cuando la soberana británica insistió en seguir en Balmoral tras la trágica muerte de Diana y el rancio protocolo llevó a los Windsor a cometer la torpeza de impedir que ondeara el pabellón real en el palacio de Buckingham porque la soberana no estaba en él.

Algo más de 20 años después, todo es diferente. La monarquía española, por razones que muchos otros explican en estas páginas, ha perdido la popularidad interna y el prestigio externo que tenía en 1992, y la británica está en la cima de su popularidad dentro y fuera de las islas. ¿Qué ha pasado? ¿Pueden los Windsor ser un ejemplo a seguir por los Borbones españoles?

El cambio de los Windsor no ha sido algo que haya surgido de la nada. Es el fruto de un profundo trabajo de profesionales de las relaciones públicas que han conseguido que los miembros de la familia real se comporten como lo que en realidad son: personajes famosos en el mundo mediático del siglo XXI.

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Cuando, en noviembre de 1992, Isabel II se dirigió a la City en su tradicional discurso anual en Guildhall, no solo pronunció la famosa frase del annus horribilis; también puso a la City “como un buen ejemplo de la manera en que el proceso de cambio se puede incorporar respetando la estabilidad y la continuidad de una gran institución”. “Habéis sentado un precedente de cómo es posible seguir siendo efectivo y dinámico sin perder vuestras cualidades, carácter y estilo indefinibles”. No hacía más que anticipar lo que le ocurriría en unos años a ella y a su familia.

Los Windsor parecen especialmente adaptables a los cambios y capaces de reinventarse a sí mismos, quizá siguiendo la máxima que dejó escrita Lampedusa: “Algo ha de cambiar para que nada cambie”. Durante la I Guerra Mundial se cambiaron el nombre de familia: el germánico y en aquellos tiempos inconveniente nombre de Saxe-Coburgo-Ghota se transformó en el muy británico Windsor. En 1936 fueron capaces de superar la abdicación de Eduardo VIII, que se casó con una rica estadounidense divorciada cuando llevaba menos de un año en el trono. Y en los últimos años han conseguido superar la crisis de la etapa de Diana de Gales.

Lo han hecho de la mano de profesionales que han tratado a los Windsor como una empresa, controlan hasta el último detalle de lo que hacen ante el público y han sabido explotar las cualidades de cada uno. La frialdad de la reina Isabel II se ha transformado en seriedad profesional. Las meteduras de pata de su marido, el duque de Edimburgo, son ahora una prueba de carácter y bonhomía. Las polémicas opiniones del príncipe Carlos son una prueba de que es un hombre de convicciones y en muchos aspectos un adelantado a su tiempo. Camila ya no es esa tercera persona que ayudó a destrozar el matrimonio de Lady Di, sino el amor de toda la vida del Príncipe de Gales, ayer, hoy y siempre.

El príncipe Enrique ya no es el cabra loca capaz de disfrazarse de nazi para una fiesta, sino el joven soldado que ha servido en Afganistán, aunque sigue mostrando de vez en cuando que su lado juvenil aún le marca mucho. Guillermo, por supuesto, se ha consolidado como futuro rey desde su matrimonio con Catalina y el nacimiento de su hijo Jorge. Tímido como su madre y casi tan estirado como su padre, la llegada de Kate ha sido una bendición para reforzar su imagen. A todo eso se añade algo quizás aún más importante: los llamados minor royals, la familia real de segunda fila, ya no protagoniza tantas polémicas mediáticas como en el pasado, algo que no puede ser en absoluto casual.

¿Pueden los Borbones seguir el mismo camino en España? Hay muchas diferencias y más bien poco favorables. Los británicos son mayoritariamente monárquicos y eran los Windsor, más que la monarquía, lo que estaba en crisis: España ya era un país muy dividido acerca de la institución antes de cuestionar a su cabeza visible; incluso en los buenos tiempos, de los españoles se decía que eran más juancarlistas que monárquicos. Los escándalos económicos de los Windsor han sido acallados muy pronto y nunca han llegado a los tribunales. Y el problema territorial es completamente diferente: hasta los independentistas escoceses quieren que Isabel II siga siendo su reina.

A favor del futuro Felipe VI juega el hecho de que, a pesar de todo, el palacio de la Zarzuela parece una modesta vivienda de obra vista al lado de la pompa y el gasto de la monarquía británica. La cuestión, quizás, es conseguir que la gente aprecie esa diferencia.

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