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El procesamiento judicial de Quequé: cómo convertir un chiste en una amenaza

El filósofo Henri Bergson señala que “el mayor enemigo de la risa es la emoción”

Hector de Miguel Queque
El director y presentador del informativo satírico 'Hora Veintipico', Héctor de Miguel.
Jaime Rubio Hancock

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Un juez ha procesado al cómico Héctor de Miguel por un delito de odio, tras una querella de Abogados Cristianos. De Miguel, que es cómico, dijo lo siguiente en el informativo satírico que dirige y presenta, Hora Veintipico: “Toda esta gente que estamos aquí tenemos un deseo, que es llenar de dinamita la cruz del Valle de los Caídos y volarla por los aires. Si puede ser un domingo, mejor, para que vaya más gente”.‌

Y añadió: “Lo que queremos hacer (...) es coger todos los pedacitos que salgan de la Cruz del Valle de los Caídos y, de la misma manera que vosotros vais a las clínicas abortivas a acosar a las mujeres que van a abortar, nosotros iremos con esas piedrecitas a las puertas de las iglesias y los monasterios a tirárselas a los curas que se hayan follado a algún niño... O sea, a todos. Sí, igual nos faltan piedras. ¡Igual necesitamos volar también la Almudena!”.‌

El juez considera que las expresiones no son solo exageraciones o hipérboles cómicas, sino que “implican la imputación de un delito sumamente grave a todo un colectivo, llamando por ello a agredirles mediante el lanzamiento de piedras”.

No me voy a meter en los argumentos legales del juez, que este es un artículo de filosofía. Además, la ley y la ética no siempre coinciden y precisamente la libertad de expresión es uno de los ámbitos en los que esto es más evidente: muchas declaraciones nos pueden parecer poco éticas, pero eso no significa que sean ilegales. Por ejemplo, yo no estoy de acuerdo con quienes dicen que Dire Straits son aburridos, pero entiendo que no sería correcto meter a esa gente en la cárcel.‌

¿Y qué ocurre con el humor? ¿Podemos reírnos de todo? ¿Incluso de la religión? ¿Y de los Dire Straits?‌

Veamos algunos argumentos frecuentes en contra:

1. Hay temas demasiado serios para el humor

En La risa, el filósofo Henri Bergson escribe que “el mayor enemigo de la risa es la emoción” y que lo cómico necesita de “una anestesia momentánea del corazón”. El también filósofo John Morreall añade en Comic Relief que el humor se basa en gran medida en la “desconexión emocional”, un mecanismo psicológico que nos ayuda a tomar distancia para reírnos. La risa nos permite ver las cosas desde una perspectiva diferente y, cuando al cómico le sale bien, enriquecedora.‌

Si hace falta anestesiar momentáneamente las emociones es porque están presentes: hacemos humor sobre lo que nos importa y no sobre lo que nos da igual. Por eso no hay temas demasiado serios ni demasiado importantes para el humor. Y por eso hubo chistes y memes sobre tragedias, como la pandemia, y hay y habrá chistes sobre la religión, el amor y la muerte.‌

En todo caso, se podría argumentar lo contrario: hay temas demasiado banales para el humor. Hace falta alguien con la capacidad de Jerry Seinfeld o de Luis Piedrahita para convertir lo trivial en asombroso.

2. Pero eso es de mal gusto, no tiene gracia

El psicólogo Peter McGraw explica en The Humor Code que uno de los mecanismos claves para el humor es lo que llama “benign violation”, la agresión benigna. El humor tiene que transgredir alguna norma social o alguna idea preestablecida, pero dejar claro al mismo tiempo que no se trata de una agresión. Es decir, el humorista ha de provocar incomodidad, pero no inseguridad.‌

Una escena de 'La vida de Brian'.
Una escena de 'La vida de Brian'.

Es decir, el humor no tiene límites, pero nosotros quizás sí: un chiste muy bruto sobre la religión puede hacer reír a alguien (incluidos muchos católicos), pero puede resultarle excesivo a otra persona. Esto solo significa que cada chiste tiene su público, igual que hay gente que lo pasa mal con las películas de terror y nadie (creo) propone prohibirlas.

Además de nuestros límites personales, los cómicos también disponen de herramientas y elementos que nos dejan claro que estamos en un marco de juego, en el que se transgreden ciertas normas y se rebasan ciertos límites, pero solo a modo de simulación. Es decir, nos proporcionan esta seguridad que hace falta para reírnos. Por ejemplo, si estamos en una sala de comedia, entendemos que estamos en un espacio en el que todo lo que se dice busca la risa y no el insulto. Pasa lo mismo con una serie cómica (¡es ficción!), si conocemos al cómico (¡es muy bruto!), o si está interpretando a un personaje que es un patán (como John Cleese en Fawlty Towers).‌

Por supuesto, no tenemos que estar de acuerdo con lo que dice el cómico para reírnos. Ni siquiera el cómico tiene que estar de acuerdo con lo que está diciendo. Por ejemplo, Bill Burr tiene un chiste muy famoso en el que dice que es normal que los hombres cobren más que las mujeres: “Te diré por qué. Porque en el improbable caso de que los dos estemos en el Titanic y se empiece a hundir, por algún motivo tú te puedes marchar con los niños y yo me tengo que quedar. Por eso gano un dólar más a la hora”. Podemos reírnos y pensar que a Burr no le darán el Nobel de Economía.‌

Además, el humor no está exento de la crítica: igual que ocurre con una película o una canción, podemos explicar por qué creemos que no funciona.‌

Aquí vemos también cómo actúan en Abogados Cristianos: sacan lo que dice De Miguel de su contexto, un programa en el que cada noticia se comenta entre bromas, y borran ese marco de juego. Su objetivo es presentar un chiste, que puede hacer gracia o no, como si fuera una amenaza.

3. Los chistes tienen consecuencias

El sociólogo Christie Davies estudió los chistes que se contaban en las dictaduras comunistas.‌

Ejemplo: ¿Cuál es la novela de detectives más aburrida del mundo? La historia del Partido Comunista, porque en la tercera página ya sabes quiénes son los asesinos.‌

Davies recuerda que el humor no provocó la caída de la Unión Soviética ni la de ninguna dictadura (también se contaban chistes de Franco). En su opinión, el humor es un termómetro y no un termostato. Es decir, indica cuáles son los temas que nos preocupan, los que son un poco tabú o los que nos dan tema de conversación. Nos dicen lo que ocurre, lo que consideramos un problema o simplemente lo que nos sorprende. Como mucho, nos ayudan a mantener la moral en situaciones difíciles.‌

La broma de De Miguel no provocó nada: llamó a la demolición y al apedreamiento el 27 de junio del año pasado y, desde entonces y hasta donde yo sé, el Valle de los Caídos sigue en su sitio y nadie ha apedreado a ningún cura. Es decir, los oyentes entendieron sin problema que se trataba de otra broma más del programa y que su objetivo era hacer reír.‌

O son muy vagos, que también puede ser.‌

Se puede argumentar que el comentario de De Miguel no llevó a su público a apedrear a curas, pero quizás sí influyó en la opinión que tienen los oyentes de la Iglesia católica. Incluso si admitimos que un chiste pueda tener esa capacidad de persuasión, no tendría nada de malo que pasara eso. ¿O es permisible cambiar la opinión de alguien con un argumento serio, pero no con humor negro?

4. La libertad de expresión tiene límites

‌Por supuesto. Aparte de lo que dice la ley (injurias, calumnias, etc.), el ejemplo filosófico clásico es el que da John Stuart Mill en Sobre la libertad, donde defiende que el límite a nuestras libertades está en el daño a los demás. Escribe que no pasa nada si alguien opina en un periódico que los tratantes de maíz matan de hambre a los pobres, pero esa misma persona podría merecer un castigo justo si le dice lo mismo a una muchedumbre reunida frente a la casa de uno de esos tratantes de maíz.‌

Es decir, no solo importa lo que digamos, sino también el contexto. Y el contexto en este caso, recordemos, es el de un programa satírico, no un mitin a la entrada del Valle de los Caídos. Además de eso, el humor amplía los límites: no es lo mismo que un político llame en el Congreso a apedrear curas a que lo haga un cómico. Insisto: nos puede parecer que está mal, que es criticable, que se lo podría haber ahorrado… Pero no es lo mismo: a mí no me gustaría que un cómico hablara de apedrear a periodistas, pero si lo dijera un político igual teletrabajaba un par de días por si acaso.‌

Además de todo esto, me parece justo preguntarse qué quiere Abogados Cristianos. Entendería una querella de la Conferencia Episcopal, por ejemplo, ya que el chiste se dirige sobre todo a ellos. Pero estos abogados llevan años llevando a los tribunales a cómicos sin ganar ni un solo juicio (alguno en primera instancia, pero ninguno tras las apelaciones). Lo que buscan no es justicia, sino repercusión mediática y pública con el objetivo de meternos miedo y de que no digamos lo que tenemos derecho a decir. Guste o no.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Redactor en Ideas y columnista en Red de redes. Antes fue el editor de boletines, ayudó a lanzar EL PAÍS Exprés y pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor. Estudió Periodismo y Humanidades, y es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', y de la novela 'El informe Penkse'.
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