Un paseo por el mosaico del ajedrez
La mezcla de edades, etnias, religiones y vestimentas en dos pabellones enormes hacen de la Olimpiada un espectáculo único
Velos junto a camisetas escotadas; uniformes de chándal y colores chillones frente a trajes discretos y muy elegantes o vestidos regionales; blancos, negros, mulatos, asiáticos, niños, mayores, hombres, mujeres. Todos (unos 2.000 si solo se cuentan jugadores titulares, capitanes y árbitros) mezclados en un recinto inmenso durante dos semanas, representando a más de 180 países. Eso es una Olimpiada de Ajedrez, cuya edición 44 ha comenzado este viernes en Chennai (India).
Para las jugadoras omaníes (traje blanco, velo negro), palestinas (traje negro, pañuelo colorado), timorenses (uniforme de camisetas de colores) o de las Islas Maldivas (chaqueta roja, pañuelo negro), la Olimpiada (bienal, aunque la de 2020 se canceló por la pandemia) es ante todo una fiesta enorme con gentes de todo el mundo. Lo mismo ocurre con los hombres de países que han entrado hace poco en la Federación Internacional (FIDE) o donde el ajedrez está muy poco desarrollado aún, como Burundi, Papúa Nueva Guinea, San Vicente y Granadinas, Islas Comoros o Bhután. Lo normal es que pierdan la primera ronda por 4-0 porque se enfrentan a selecciones mucho más potentes, pero se les ve felices cuando abandonan la sala.
Lo descrito en el párrafo anterior es apenas una muestra muy pequeña de lo que puede dar de sí un paseo por ese inmenso y colorido mosaico, si uno aguanta un aire acondicionado potentísimo, diseñado para ahuyentar cualquier vestigio de covid pero que puede matar a alguien por pulmonía doble. Y con curiosidades muy llamativas. Por ejemplo, una familia sueco-española que aporta tres miembros a la selección femenina de Suecia: madre e hija, Pía y Anna Cramling, son jugadoras; y el padre, Juan Manuel Bellón, capitán. O que los dos primeros tableros de la selección absoluta de Luxemburgo (Elisa Berend y Fiona Steil-Antoni) sean mujeres, algo que nadie recuerda haber visto antes en ningún equipo.
O que un árbitro que además es gran maestro, el polaco Michal Krasénkow, decida pasar el detector de metales en plena partida por el cuerpo de Smilo Hlope, de Eswatini (antigua Suazilandia) ante la sospecha de que esconda algún artilugio electrónico que le permita hacer trampas con ayuda de computadoras. El juez no carece de motivo, porque Hlopke tiene 600 puntos menos en el escalafón (una barbaridad) que su rival, el venezolano José Luis Castro, y por tanto es asombroso que llegue a lograr una ventaja ganadora. Pero el escaneo es negativo y el caribeño termina ganando.
En otra zona están los grandes favoritos, y ahí la tensión se nota y todo es muy estricto porque se juegan mucho. Entre ellos figuran los españoles, cuartos en la lista inicial, que empezaron ganando por 4-0 a Gales (y las chicas a Japón). Pero estamos en India, donde el ajedrez se vive con una pasión desmedida, lo que se traduce en periodistas gráficos muy agresivos capaces de poner su cuerpo a escasos centímetros de algunos de los mejores jugadores del mundo, y apoyar su rodilla en la mesa, junto al tablero, con tal de sacar al ministro de turno que hace el saque de honor unos metros más allá. Desde esa perspectiva, esta Olimpiada es muy especial.
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