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El Chocó se queda huérfano tras el asesinato de Jesusita Moreno, la lideresa social más querida del río San Juan

Doña Tuta, como le decían sus amigos, falleció el pasado martes en la casa de su hijo en Cali después de ser baleada por dos sicarios

Juan Miguel Hernández Bonilla
Jesusita Moreno, doña Tuta, líder social del río San Juan en Chocó.
Jesusita Moreno, doña Tuta, líder social del río San Juan en Chocó.Ramón Campos

El Chocó está de luto. En la noche del pasado martes 7 de junio, dos hombres armados entraron a la casa de uno de los hijos de la lideresa social Jesusita Moreno, en el barrio La Floresta de Cali, y la balearon hasta matarla. El asesinato ocurrió mientras celebraban el cumpleaños de un familiar. Doña Tuta, como la conocían sus amigos, tenía 60 años y había llegado hacía dos semanas a Cali para hacerse un procedimiento médico. Aunque las autoridades capturaron a los sicarios, aún no se sabe con certeza quién dio la orden de matarla. En las últimas semanas, la lideresa había denunciado hostigamientos y violaciones de derechos humanos por parte de un batallón del ejército en el Chocó. Con Moreno, ya son 82 los activistas asesinados en 2022 y 1.309 desde la firma del acuerdo de paz, más de uno cada dos días.

Doña Tuta vivía en Noanamá, un pequeño pueblo en la orilla del río San Juan, en el corazón de las selvas del Chocó, abandonado desde siempre por el Estado y víctima de la confrontación violenta entre las guerrillas del ELN, las FARC y los paramilitares. Los habitantes de la región, en su mayoría de comunidades negras e indígenas, llevan décadas sufriendo las consecuencias de estar en medio del fuego cruzado: desplazamientos masivos, asesinatos, reclutamiento de menores y mucha pobreza. La casa de Tuta fue para muchos en la región un lugar de resguardo y protección en medio de la guerra.

Ramón Campos, un periodista que compartió con ella en distintos momentos de los últimos años, recuerda que doña Tuta era la vida del pueblo, el corazón del río San Juan. “Estos pequeños caseríos del Chocó se expanden o se contraen dependiendo del negocio de la coca o de la minería. A veces, el pueblo está lleno de gente, después se queda vacío, pero Tuta siempre estaba ahí, defendiendo los derechos de su gente”, cuenta Campos por teléfono. “En toda esa zona, Tuta era la que organizaba a las familias, la que recibía a las personas de afuera, la que decía a dónde se podía entrar y a dónde no”.

Campos aún no se acostumbra a la partida de Tuta. “Las comunidades de toda la rivera del San Juan la conocían porque en Noanamá estaba el único puesto de salud de la zona y, a veces, ella lo atendía”. Según Campos, Tuta era una de las pocas personas de la región que sabía poner inyecciones. “Tenía algunos conocimientos médicos. Sabía, por ejemplo, cómo tratar la malaria y el paludismo, que aún afecta a muchos niños en la región”.

Además de sus habilidades curativas, a Tuta la querían y la respetaban porque se había enfrentado con valentía a todos los grupos armados que operaban en los afluentes del río. En los últimos años, fue la gestora de un acuerdo para no agredir a los civiles entre el bloque móvil Arturo Ruiz de las FARC, el frente occidental del ELN y las estructuras paramilitares de las Autodefensas Gaitanistas. “Tuta logró que los comandantes de los tres grupos firmaran un compromiso para respetar los cascos urbanos, no hacer campamentos a menos de un kilómetro de los pueblos y no reclutar niños”, cuenta Campos.

El escritor Juan Miguel Álvarez, que la conocía desde hace tiempo y fue uno de los primeros en publicar la noticia de su muerte en redes sociales, recuerda que Tuta era una mujer muy respetada dentro de la comunidad. “Era la líder de los líderes”, dice por teléfono, “tenía mucho carácter, hablaba muy despacio, con mucho cuidado. Era una mujer que no iba regalando sonrisas fácilmente”. Álvarez explica que Tuta fue la mujer más veterana en el liderazgo comunitario de esa región del río San Juan.

Desde los años noventa, Jesusita Moreno se destacó por su habilidad para generar consensos y para resolver conflictos. La gente creía en su palabra. Por eso, Alfredo Molano Bravo la entrevistó en su programa Travesías, que se trasmitía por la televisión pública. “Por medio de la organización, nosotros hemos aprendido a trabajar en conjunto, entre comunidades, entre las dos etnias, indígenas y negros”, decía doña Tuta en el video que el periodista Campos rescató de los archivos 20 años después. Su sabiduría llevaba décadas. Con su asesinato también mueren valiosos procesos de reconciliación en medio de la guerra. En el último año, doña Tuta lideraba la construcción de un espacio físico en Noanamá para acoger a cientos de personas desplazadas por los constantes bombardeos en el río.

Juan Miguel Álvarez aún no asimila la muerte de doña Tuta. Varias veces en la conversación se refiere a ella como si siguiera viva. “Tuta conoce muy bien las propiedades de las plantas curativas”, dice y se corrige: “Conocía”. En la cultura del pacífico colombiano ese conocimiento es muy importante porque, como no hay médicos, la gente se cura con yerbas. Álvarez explica que en Noanamá no hay luz eléctrica ni acueducto, las casas son de madera y zinc, las calles de barro y muchos de sus habitantes pasan hambre y viven en la miseria. En esas circunstancias, Doña Tuta fue durante muchos años la coordinadora en la región de un proyecto para llevar filtros de agua potable a los hogares más pobres.

Campos y Álvarez recuerdan que en la casa de Tuta siempre había viche curado, una especie de aguardiente de caña con distintas yerbas que pasa por la garganta como “gasolina” y que desde hace siglos sirve como medicina ancestral para estas comunidades del pacífico. “Tuta se sabía muchas leyendas de la tradición oral de las comunidades negras del Chocó. Era un repositorio impresionante de información. En ese pueblo ya no quedan viejos así”, recuerda Campos.

Después de su asesinato, el Consejo Comunitario General del San Juan (ACADESAN), al que doña Tuta pertenecía, publicó un contundente comunicado en rechazo al homicidio. “Este asesinato se presenta en un contexto de crisis humanitaria que se inició hace un año, en el que la población civil ha padecido confinamientos, asesinatos, accidentes con minas antipersonales, reclutamiento y utilización de niñas, niños, y jóvenes, amenazas de muerte, humillaciones, abusos de poder, y otras agresiones contra la dignidad humana”, concluye el comunicado.

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Sobre la firma

Juan Miguel Hernández Bonilla
Periodista de EL PAÍS en Colombia. Ha trabajado en Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS, en Madrid, y en la Unidad Investigativa de El Espectador, en Bogotá. En 2020 fue ganador del Premio Simón Bolívar por mejor reportaje. Estudió periodismo y literatura en la Universidad Javeriana.

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