La llegada de Lula al poder en Brasil impulsa la política exterior de Gustavo Petro
Bogotá y Brasilia, parte de un eje progresista reforzado, apuntan a ser socios clave en la búsqueda de la paz y los asuntos ambientales
Brasil está de regreso, después de años de aislamiento. Con la posesión de Luiz Inácio Lula da Silva este 1 de enero, Gustavo Petro ya cuenta con el eje progresista latinoamericano que tanto vislumbró. Un bloque heterogéneo y diverso en el que Bogotá y Brasilia apuntan a una sintonía especial que permita a la nueva diplomacia colombiana, que tiene el viento a favor en una región cada vez más poblada por líderes de izquierda, avanzar posiciones de la mano del gigante sudamericano en temas como las negociaciones de paz o la lucha contra el cambio climático.
La región ha celebrado por todo lo alto el regreso al poder del primer presidente obrero de Brasil, que ya gobernó del 2003 al 2010. Pero en esta ocasión el antiguo sindicalista barbudo debe incluir en su Gobierno a una amplia coalición de fuerzas que incluye a distintos sectores que van más allá de la izquierda, a semejanza de Petro en Colombia.
“Brasil dejó de existir durante cuatro años. El gran trabajo de Lula ahora en las relaciones internacionales es reconstruir y recomponer la presencia de Brasil en el mundo”, subraya Julio César Gomes Dos Santos, exembajador brasileño en Bogotá, en referencia al “desgobierno” del ultraderechista Jair Bolsonaro. Además de la afinidad ideológica entre Lula y Petro, la política exterior colombiana puede verse favorecida por la “resurrección” de ciertos organismos regionales que Bolsonaro decidió ignorar, como la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
Petro, desde el primer momento, ha puesto la Cancillería colombiana al servicio de su política de paz total, que incluye tanto una implementación más decidida del acuerdo de paz con las FARC como la negociación en marcha con el ELN, la última guerrilla activa en el país. La mesa de diálogos, que ya cumplió su primer ciclo de conversaciones en Venezuela y en enero se traslada a México, ha invitado también a Brasil a sumarse como país garante, un estatus que abre la puerta para que sea sede de nuevos ciclos de negociación. El robusto respaldo al proceso se evidencia en que Cuba, Venezuela, Noruega, México y Chile ya han aceptado esa invitación, a la espera de que Lula también lo haga una vez instalado en el Palacio de Planalto.
“El triunfo de Lula representa para Colombia en primer lugar un apoyo decidido en la búsqueda de la paz en que estamos empeñados”, señalaba a EL PAÍS el expresidente Ernesto Samper con ocasión de las presidenciales de octubre. También, añadía, la posibilidad de que Colombia se incorpore al proceso reactivado de integración, con el probable resurgir de instancias como Unasur. Pero sobre todo, concluía, representa el regreso del liderazgo de un país que “se dedicó a un autismo nacionalista peligroso, injusto, antiecológico y que en este momento representará nuevamente una especie de faro de luz para América Latina”. Por esas razones, valora el también exsecretario general de Unasur y coordinador del Grupo de Puebla, que reúne a líderes progresistas de Iberoamérica, “Colombia va a terminar siendo beneficiaría de la elección de Lula”.
Con Brasil, las cinco principales economías de la región están por primera vez en manos de líderes progresistas o que se vanaglorian de ello –a Petro y Lula se suman el mexicano Andrés Manuel López Obrador, el argentino Alberto Fernández y el chileno Gabriel Boric–. Así la destitución de Pedro Castillo en Perú haya dejado en evidencia que abundan las diferencias y matices en ese bloque. Aunque la izquierda tradicional en la región no solía tener el medio ambiente entre sus principales preocupaciones, Petro y Francia Márquez han sumado a la agenda de búsqueda de paz y justicia social en Colombia un importante acento en la transición energética y la crisis climática. El progresismo que despunta con Petro y Boric, que han intercambiado visitas y elogios, entiende a los combustibles fósiles y las industrias extractivas como parte del pasado, a la espera del tono que asuma Lula III.
Petro ha tachado de fracaso tanto la lucha contra el cambio climático como la guerra contra las drogas, dos temas de alcance global que le obsesionan. Brasil y Colombia comparten un destino como dos de los países más biodiversos del mundo, y pueden encontrar allí importantes coincidencias. Así se anticipa desde la cumbre de cambio climático celebrada en Egipto en noviembre, la COP27, a la que asistieron tanto Petro como Lula, en calidad de presidente electo. Aunque los dos líderes de izquierda intentaron coordinar sin éxito un primer encuentro en ese marco, en Sharm el Sheikh sí se reunieron la vicepresidenta colombiana y la ambientalista brasileña Marina Silva, una aliada clave de Lula que vuelve a ser ministra de Medio Ambiente, como hace 20 años.
Esa reunión es prometedora. Ya desde la propia campaña que lo llevó al poder, Lula sacó lustre a sus credenciales ambientales, al reforzar el mensaje de que ese será un frente neurálgico en la nueva política exterior brasileña, en contraste con Bolsonaro, considerado un paria internacional. El flamante presidente de Brasil ha prometido “cero tolerancia” con la deforestación, impulsar metas climáticas más ambiciosas y reforzar la cooperación internacional para proteger la Amazonia, en línea con el discurso ecologista que ha abrazado Petro.
Una alianza entre Brasil y Colombia, dos vecinos que suman el 70% del territorio amazónico, sería una de las mejores noticias para la Amazonia y para el futuro del clima planetario, valora el abogado y sociólogo César Rodríguez, profesor de la Universidad de Nueva York, NYU, que ha acompañado las negociaciones de las COP. “Lo que Lula agrega es peso geopolítico y capacidad diplomática”, señala Rodríguez, coautor de La nueva izquierda en América Latina. Brasil es un peso pesado en las negociaciones tanto regionales como globales en un conjunto de temas que van desde políticas de drogas hasta cambio climático y biodiversidad, subraya. “La alianza más natural es entre Brasil, Chile y Colombia, especialmente si Lula tiene una política de izquierda ecológica”, apunta.
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