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Las críticas a la Federación de Cafeteros en plena búsqueda de una nueva cabeza para el café colombiano

Media docena de caficultores de diferentes regiones abre el debate sobre un sector dominado por un gremio que demanda una modernización urgente

Un grupo de mujeres impulsa el proceso y comercialización del café que cosechan en "La Sonora", en El Paujil, Caquetá, Colombia el 11 de junio de 2022.
Un grupo de mujeres impulsa el proceso y comercialización del café que cosechan en "La Sonora", en El Paujil, Caquetá, Colombia el 11 de junio de 2022.Anadolu Agency via Getty Images
Camilo Sánchez

Dedicarse en Colombia al negocio del café por fuera de los canales tradicionales de la Federación Nacional de Cafeteros, el poderoso gremio privado, es una labor improbable. La Federación tiene 350.000 agremiados y la tarea de trazar, junto al Gobierno, la política cafetera del país, con todo el poder que aquello acarrea. Los cambios de rumbo no son un rasgo consustancial de su organización.

Seis pequeños y medianos caficultores y empresarios del café con posturas independientes explican en EL PAÍS sus críticas al conglomerado y sus propuestas para enderezar el rumbo del otrora gran motor y símbolo de la economía colombiana, hoy agobiado por serios desafíos económicos y administrativos.

A lo largo de este mes, precisamente, se definirá la terna de candidatos para elegir al reemplazo de Roberto Vélez, un pereirano de 62 años que estuvo al frente de la gerencia hasta finales de diciembre. Alexander Taborda, de 31 años, es representante de los cafeteros en el departamento de Antioquia (noroeste), uno de los bastiones tradicionales del cultivo del grano. El agricultor explica que este es el momento justo para hacer un balance del papel de la Federación en el último medio siglo.

En tiempos de redes digitales y emprendimientos, casi todas las fuentes consultadas plantean la posibilidad de alivianar una estructura burocrática tan pesada y difícil de mover como un portaaviones. Sus inquietudes, mucho más que críticas avinagradas, nacen del reconocimiento hacia el trabajo de una Federación que ha marcado sus vidas. El objetivo es que ese impacto positivo se mantenga en una realidad diferente.

“El mundo ha cambiado tanto en los últimos años”, sostiene Taborda, “como el comercio global y el negocio de la caficultura. Sin embargo, las necesidades de los productores siguen siendo muy similares”. Pedro Miguel Echavarría, empresario paisa de 36 años, advierte en la misma línea que en Colombia siempre se ha dado por sentado que va a haber café para toda la vida, sin reflexionar en los problemas demográficos que amenazan su subsistencia.

El campesinado envejece a un ritmo acelerado, según las cifras oficiales, mientras las generaciones más jóvenes prefieren emigrar hacia la ciudad en lugar de seguir en un negocio que no resulta rentable ni los cautiva.

La experiencia de Echavarría, que gestiona la selecta marca Pergamino, corrobora que algo debe estar funcionando mal en un entorno donde el 54,4% de los productores vive en situación de pobreza y el 55%,3 no tiene servicio de acueducto, según cifras de 2020 publicadas por la Federación: “Estamos hablando de una organización que se estancó, en buena medida, en su arquitectura de los años 80″.

Eloísa Abdala, mujer cafetera y dirigente departamental, cuenta que por las costas de su Guajira natal, al extremo norte del país, entraron los primeros sacos y salieron las primeras exportaciones de grano. Hoy representa ante la Federación a una zona marginal en la producción nacional y con escaso peso político en las decisiones federativas. Por eso, quizás, se queja de que la desconexión entre la dirigencia y el “caficultor de a pie” es tan grande que, en ocasiones, persisten conductas coloniales como de señores “feudales y vasallos”.

Taborda refrenda sus palabras. Y apunta que, sobre el papel, las propuestas de “valor institucional” y los objetivos federativos “suenan muy bien” en Bogotá, pero sobre el terreno, en los municipios, resulta difícil reivindicar sus logros: “no se están resolviendo los problemas y reclamos de los caficultores en temas de gestión de riesgo del impacto climático, con seguros y mejor información, o la reducción de la producción y la escasez de la mano de obra ligada al empalme generacional”.

Después de faenar toda una vida en los campos del Tolima, al sur del país, el caficultor Huber Porras, de 73 años, lamenta por su parte que la cooperativa a la que está afiliado se encuentre al borde de la ruina por cuenta de las criticadas ventas de café a futuro de la Federación. Asevera que solo en un mundo al revés una base campesina envejecida como la colombiana, que “sostiene la institucionalidad con los seis centavos de dólar que paga por cada libra de café exportada”, acabe endeudada por los desaciertos de la dirigencia.

Su crítica se centra en la opacidad en el manejo de las cifras del gremio. Dice que no es posible verificar las estadísticas sobre “importaciones, producción y consumo. Los costos de la federación son objeto de secretismo. Nadie sabe cuánto ganan el gerente y los ejecutivos”. Y apostilla: “Al cafetero raso le da miedo preguntar porque las respuestas de los burócratas de la federación vienen cargadas de tecnicismos y miedo”.

Hugo López tiene 42 años y es ingeniero agrícola. A través de su compañía de analítica digital Innovakit busca facilitar la vida de los agricultores cafeteros en “la base de la pirámide”, concentrada en un 90% en pequeñas familias, enlazándolos con mercados de lujo internacionales.

Por su discurso desfila un menú de soluciones que podrían acelerar el cambio que reclaman casi todos: “Yo he recibido recursos y patentes de la Federación. Pero es claro que tenemos un atraso notable en tecnología, debido en parte a que la reacción institucional frente a las innovaciones es muy demorada”.

En ese sentido, reconoce que la Federación tiene un programa para jóvenes que aborda aspectos importantes, como la gestión de una finca o los pasos para solicitar un crédito en un banco. Pero, dice, hoy resultan insuficientes. En su opinión, la “transformación digital rural” puede ser el gancho perfecto para amortiguar la desbandada de chicos que solo buscan “discoteca, Internet, redes sociales, piscina y tecnología en un entorno donde no hay ninguna de las anteriores”.

Luis Fernando Vélez, empresario bogotano de 65 años y dueño de la exclusiva marca Amor Perfecto, va más allá. En su opinión, la política no debería estar enlazada con los planes de un solo gremio, por grande, poderoso o exitoso que sea. Echavarría coincide: “Nunca queda del todo claro si es una entidad pública o privada. Es un agente comercializador, pero ejecuta recursos públicos en el campo, pero también tiene funciones de regulador y al mismo tiempo presta atención técnica y vende sus productos en medio mundo a través de las tiendas de Juan Valdez”.

Su arquitectura es tan pesada, afirma, que es muy fácil que se pierda “recurrentemente el norte”. Una cuestión, según Vélez, que ha evidenciado cuando ha buscado contactar a alguien del Gobierno y lo han remitido a la Federación. “A su vez también limitada porque tienen al Ministerio de Hacienda, al de Agricultura y a Planeación Nacional”, argumenta.

Vélez concede que el conflicto de intereses que se forma en la confluencia entre el Estado y el gremio, cuyo cordón umbilical es una cuenta parafiscal llamada Fondo Nacional del Café, ha lastrado las posibilidades de tener un sector más amplio y eficaz: “Nos quedamos en la exportación de grano verde. No hemos sido capaces de promover en serio la cadena de valor hacia delante y desarrollar el negocio de café tostado en origen, que es, básicamente, como si Francia se hubiera quedado en la exportación de la uva y nunca hubiera sacado adelante su industria vinícola”.

Según cifras de Hugo López, el consumo en el mundo asciende a los 168 millones de sacos, que incluye una franja selecta de consumidores que compran cafés especiales, más costosos, y que capta unos 25 millones de sacos. López se lamenta: “Colombia no llega a exportar, entre los 13 millones que vende en promedio, ni siquiera un millón de granos con valor agregado, diferente, exclusivo”.

Representaría, en opinión de López, un incremento notable en el ingreso neto de miles de familias: “El mundo está comprando café caro a Burundi, Hawái, Guatemala. La oferta está y nuestra demanda es muy bajita a pesar de tener uno de los mejores cafés del mundo”. Se trata, en últimas, de un ejercicio de repensar cuál es el alma de un sector amenazado por los caprichos del clima y la volatilidad de un mercado que establece sus precios en el parqué de una bolsa de valores en una lejana calle del centro financiero de Nueva York.

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Sobre la firma

Camilo Sánchez
Es periodista especializado en economía en la oficina de EL PAÍS en Bogotá.

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