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GUERRA EN UCRANIA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La guerra fría se calienta de nuevo

Hay mucho detrás de la visita de Xi Jinping a Rusia, pero en realidad sería más preciso decir que hay mucho delante: porque es en el futuro próximo donde se proyectan las consecuencias de esta visita que está teniendo lugar ahora

Xi Jinping
Los presidentes de China y Rusia, Xi Jinping y Vladimir Putin, durante la visita oficial de Xi a Moscú, este martes.Grigory Sysoyev (AP)
Juan Gabriel Vásquez

No sé si quede todavía algún latinoamericano que crea, como creía el presidente Petro hace unos meses, que lo de Ucrania sucede en otra parte. “Qué Ucrania ni qué ocho cuartos”, dijo en su momento, cuando le resultaba políticamente rentable guardar silencio frente a ciertas cosas y amistarse con ciertos vecinos. Pero lo de Ucrania sucede aquí mismo y nos sucede a todos, y, si no estaba claro hasta ahora, uno pensaría que tiene que estarlo desde el lunes pasado: con la visita de Estado (totalitario) que hizo el presidente chino a Moscú. Frente a las cámaras, Xi Jinping ha hablado de prosperidad y de solidaridad, porque las palabras aguantan cualquiera cosa, y los dos autócratas se han lanzado elogios que daban vergüenza ajena, y los que seguimos las noticias tuvimos que recordar tantas visitas previas en las cuales los dos personajes se llamaron “mejores amigos” y los medios recordaron que a veces se habían encontrado para cocinar juntos.

(La imagen de la cocina puede ser perturbadora, sobre todo si uno se deja influenciar por los programas de sátira que nos han mostrado a Putin desnudo de la cintura para arriba, muy metido en su papel de macho de la KGB. Ése es el personaje que admiran los matones de barrio convertidos en figuras políticas, y cuanto más acomplejados, con más razón: los Trump, los Orban, los de Vox en España. Nunca dejará de sorprenderme que la nueva extrema derecha disfrazada de demócrata se haya enamorado tanto de un antiguo comunista de línea dura. Pero tal vez es equivocada esta manera de describir a Putin, un personaje de una profunda complejidad, de una ambigüedad de serpiente que es una de las razones de su longevidad en el poder. Pero no nos desviemos.)

Lo que quiero decir es que hay mucho detrás de esa visita diplomática de la China de Xi Jinping a la Rusia del criminal de guerra, y mucho, sobre todo, que nos concierne a ciudadanos del resto del mundo: este mundo nuestro donde hace mucho rato que las cosas no suceden solamente donde suceden. Porque no hay que ser demasiado suspicaces para darnos cuenta de que Xi Jinping persigue cosas que no están a la vista; sobre todo, no hay que tener una imaginación desbordada para ver en esa reunión, que es supuestamente una cumbre de paz (y ha comenzado, como todas las cumbres de paz, con fanfarrias militares y música marcial), el comienzo de algo que muy bien podemos entender como una nueva Guerra fría. Hay mucho detrás de esa visita, acabo de escribir, pero en realidad sería más preciso decir que hay mucho delante: porque es en el futuro próximo donde se proyectan las consecuencias de esta visita que está teniendo lugar ahora.

La gente de Xi Jinping ha enmarcado la cumbre dentro de una labor diplomática que quiere propiciar o favorecer conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania. Pero creo que tenemos derecho a un cierto escepticismo: pues otra de las cosas que han compartido Putin y Xi Jinping desde 2012, cuando el presidente chino llegó al poder, es una campaña multiforme y diversa cuyo único objetivo es contrarrestar a Estados Unidos. Hace unas semanas apenas, Xi Jinping se quejaba de que la Europa occidental, liderada por Estados Unidos, ha implementado políticas que China considera hostiles o aun agresivas. Un amigo que sabe más que yo de estas cosas me explicó que la retórica de Xi Jinping había incluido un concepto interesante: contención. De eso acusaba a los países europeos y a los Estados Unidos de Biden: de estar implementando políticas de contención contra China. ¿Por qué es importante esa palabra? Porque remite directamente a la retórica de los momentos más críticos de la Guerra Fría. Tal vez lo recordarán ustedes, si se han interesado en estos temas o si han leído, como yo, demasiadas novelas de John Le Carré.

Containment: así fue como se conoció la estrategia norteamericana contra la expansión del comunismo. El primero en describir el asunto con esta palabra fue un oscuro funcionario de la administración Truman, George Kennan, y la usó, sin revelar su nombre, en un artículo de 1947 que hemos llegado a conocer —elocuentemente— como el “Artículo X”. Lo que allí se decía era que la política norteamericana frente a la Unión Soviética debería pasar por “una contención a largo plazo, paciente pero firme y vigilante, de las tendencias expansivas rusas”. Kennan no era un ideólogo, pero sí un buen conocedor de la historia de Rusia. Alargo la mano y encuentro mi Historia del siglo XX, de Eric Hobsbawm. Para Kennan, leo allí, Rusia era una sociedad gobernada por hombres a quienes impulsaba una sensación “tradicional e instintiva de inseguridad”, siempre “aislada del mundo exterior, siempre regida por autócratas”, empeñada siempre en la destrucción completa del rival, “sin llegar jamás a pactos ni compromisos”: reaccionando siempre, dice Hobsbawm, “a la lógica de la fuerza”, no de la razón.

Hobsbawm publicó su libro en 1995, pero lo que dice no me suena viejo.

El uso que hizo Xi Jinping del vocabulario más sensible de la Guerra Fría es una rareza. Yo puedo imaginar, sin embargo, lo que se ve desde su posición de autócrata preocupado: una serie de políticas diseñadas en Occidente para contener su expansión económica y su poderío militar, que comenzaron en serio con Trump y su retórica abiertamente antichina, pero que no se han quedado allí. Cuando el gobierno de Biden lanza señales de que quiere prohibir TikTok (que no es sólo una red social, salvo que uno sea completamente ingenuo o Rodolfo Hernández, sino un sofisticado instrumento de espionaje), es posible entender en sus intenciones una forma, actualizada para nuestros días y nuestras inquietudes, de la contención de toda la vida. Y hace unos días apenas, cuando el primer ministro japonés llegó de visita a Kiev, con la intención abierta de apoyar a los agredidos en la guerra, me quedó imposible no recordar que poco antes se había reunido con Biden. Se habló de misiles, de doctrina militar, de cambios estratégicos para que el ejército norteamericano pueda apoyar a Japón en caso de conflictos en el Pacífico asiático. Y claro: todo esto es nuevo.

Y también preocupante. Pues, desde el fin de la Segunda guerra, Japón ha mantenido un terco pacifismo en la zona; ahora, visitando Kiev y reuniéndose con Biden, Japón lanza señales inequívocas de colaboración —o de alineación, si ustedes quieren— que parecen dirigidas a Ucrania y a Estados Unidos, pero que en realidad se hacen con un ojo puesto en China. Y con un ojo puesto en China, y en la alianza china con la Rusia de Putin, se reunieron en San Diego los líderes de Estados Unidos, Reino Unido y Australia: una alianza inédita cuyo objetivo era compartir tecnología militar, cosa que no había sucedido desde los tiempos del miedo a la guerra atómica. Nunca, en toda su historia, había dado Australia muestras semejantes de inquietud por la posibilidad (aunque abstracta, aunque remota) de un conflicto armado.

La guerra de Ucrania también sucede en China. La guerra de Ucrania también sucede en Japón, y en Taiwán. La guerra de Ucrania, por caminos sinuosos, ha llegado hasta las costas australianas. Así se van formando alianzas y acuerdos y lealtades, pero también se van cultivando los miedos y las paranoias.

Igual que en la Guerra fría. Que sucedió también, si no me equivoco, en América Latina.

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