Danilo Rueda, el omnipresente
El hombre a quien Petro ha encomendado la paz maneja seis negociaciones simultáneas con grupos armados y la implementación de los acuerdos de La Habana. Sus críticos sostienen que es demasiada responsabilidad para una sola persona y consideran que a menudo cae en la improvisación
Su agenda del móvil guarda los números de los hombres más buscados de Colombia. En un mismo día podría hablar con Iván Márquez, Iván Mordisco o Chiquito Malo si fuera necesario. Resulta improbable que vaya a revelar nada de esas conversaciones, salvo al presidente. Su reserva y cautela la interpretan algunos como una forma de opacidad. Danilo Rueda, al que es fácil distinguir desde lejos por la montura de madera de sus gafas, está acostumbrado al hermetismo, a operar detrás de las cortinas. Con ese sigilo recorrió las cárceles del país propiciando la reconciliación entre víctimas y verdugos con una comisión intereclesial. Católico de convicciones profundas, sobre sus hombros recae ahora la paz de este país.
Después de ocho meses como alto comisionado para la Paz algunos han empezado a cuestionar su desempeño. Rueda trabaja con material sensible que provoca críticas y juicios severos, a veces exagerados. Todo el mundo parece tener una opinión sólida en un país que ha vivido muchas negociaciones de paz. Le acusan de manejar él solo todos los diálogos con los grupos armados (“es omnipresente”, dice una fuente que lo trata a menudo), de improvisar, de no tener una hoja ruta clara.
Nadie niega que conoce de primera mano las comunidades de paz del país y se ha movido en territorios donde distintos grupos armados fustigaron a la población civil con la mayor crueldad posible. En Cacarica (Chocó), donde en 1997 un grupo de paramilitares jugó con la cabeza de un campesino como si fuera una pelota de fútbol, Rueda es central. Como director de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, logró la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que declaró responsable al Estado colombiano por la violencia vivida y lo obligó a proteger los derechos de esta población. Allí y en otras regiones es un personaje popular.
Sin embargo, parte de las críticas es que ese conocimiento del territorio, si bien es útil, no es suficiente para la dimensión de la apuesta de paz del Gobierno. A Rueda le critican que no haya participado antes en negociaciones de paz en un país que tiene vasta experiencia en ellas. “Tampoco ha realizado estudios sistemáticos en el tema. Sí ha tenido experiencia en contactos con organizaciones de distinto tipo, pero en negociaciones, no”, ha dicho Eduardo Pizarro Leongomez, que fue relator de la Comisión histórica del conflicto durante los diálogos del Gobierno de Juan Manuel Santos y las extintas FARC, en La Habana.
El problema, agrega el experto en conflictos, es que tampoco tiene un equipo técnico detrás. Según Pizarro, recién posesionado, Rueda sacó a 50 miembros de la oficina de paz y nombró a un equipo totalmente nuevo. Pero la Oficina del Comisionado dice que “no ha suspendido a 50 personas de la nómina”. “Toda la experiencia acumulada se perdió, todos los funcionarios son nuevos, improvisados”, dice el hermano de Carlos Pizarro, el líder asesinado del M-19, la guerrilla en la que militó Gustavo Petro. “Yo no sé si él es Superman porque manejar sólo La Habana, donde yo estuve, ya era complejo. Imaginemos, además negociar con el ELN y con este universo tan complejo (de grupos armados)”, remata.
Esta última es una crítica recurrente, incluso entre congresistas de la coalición de Gobierno que han dicho a EL PAÍS que Rueda no puede estar viajando a México o a Cuba y, al mismo tiempo, reuniéndose en la selva o en las cárceles con los armados. Su ubicuidad comienza a ser proverbial. “No se puede estar en todas partes al mismo tiempo, salvo que seas el Espíritu Santo”, apunta la periodista María Jimena Duzán, también negociadora con el ELN. Rueda maneja cinco negociaciones a la vez, demasiada carga para un solo funcionario. “Está mal estructurado. Y además de eso tiene que cumplir con la implementación del acuerdo de paz, que no está ocurriendo”.
Por este asunto se ha ganado la enemistad del último líder de las FARC, Rodrigo Londoño, Timochenko. El exguerrillero le escribió al presidente Petro quejándose de que 200 familias firmantes de paz habían sido desplazas por la violencia del Estado Mayor Central, una disidencia de las FARC con la que Gobierno está a punto de abrir una mesa de negociación. Aseguró que eso ocurría pese a que sus funcionarios lo sabían. Obviamente se refería a Rueda, que después grabó y subió a redes un vídeo en el que aseguraba que esas familias se habían marchado por motu proprio. Lo borró poco después, pero Timochenko lo vio, lo guardó y lo republicó con una dura crítica al comisionado. La Oficina del Comisionado lo volvió a subir a las redes después de informar que se trató de un error técnico. Días más tarde, Petro recibió al exguerrillero quien, cuando acabó la reunión, publicó en su Twitter que se había visto con el presidente. No mencionó a Rueda, pese a que aparecía en una foto al lado de Petro tomando apuntes en una libreta.
Su labor también tiene seguidores, algunos inesperados. José Félix Lafaurie, representante de los ganaderos y de la derecha en la mesa de negociación con el ELN, considera oportunista que ahora le lluevan las críticas a Rueda. ”Lo llevaron a bailar en una escuela de danza clásica, pero le pusieron champeta”, ejemplifica. Negociar con el narcotráfico es una utopía, porque el negocio “no está en venta”. “Creer que se va a terminar negociando un 6% (el porcentaje que se quedarían los criminales por someterse a la justicia) y pensar que no viene uno detrás que se quede con el negocio es de ilusos”. Danilo no es el problema, insiste Lafaurie. “Es la política”, remata.
Él ha defendido su labor diciendo que en poco tiempo ha logrado acercamientos con estos grupos, pero varios analistas señalan que se ha evidenciado improvisación y voluntarismo. “Ha dilapidado muy rápidamente el capital político de la paz total”, dice Luis Fernando Trejos, de la Universidad del Caribe. Las dos crisis: la del cese inexistente con el ELN y la suspensión del alto al fuego con el Clan de Golfo, le permiten decir a Trejos que la política de paz ya es un “fracaso total”. Algo similar a lo que expresa la congresista Catherine Juvinao, de la Alianza Verde, quien ha pedido que Rueda de un paso al costado. “Es insostenible en su cargo. El Gobierno aún está a tiempo de tomar los correctivos y rodearse de un equipo verdaderamente idóneo y competente para liderar un proceso de paz”.
Rueda también tiene ángel. Fue grabado en plena campaña electoral entrando en La Picota, una prisión de Bogotá, junto al hermano del presidente. Se dijo que Juan Fernando Petro ofrecía a presos de alto perfil beneficios penitenciarios que les iba a otorgar el futuro Gobierno si se acogían a la paz total. Él lo negó, pero siempre quedó un rastro de sospecha y ahora lo investiga la Fiscalía por una trama de abogados que recibía dinero de esos presos que querían ver reducidas sus condenas. Petro explicó después que su hermano, y por tanto el ahora comisionado, habían ido al presidio a explicar la teoría del perdón social, una propuesta de amnistía que elaboró el filósofo Jacques Derrida. Petro esquivó la polémica y, de milagro, el asunto se diluyó en medio de la campaña, aunque su hermano quedó señalado. Danilo, en cambio, salió indemne y poco después fue nombrado comisionado por Petro, uno de los cargos más relevantes del Gobierno.
El comisionado cuenta con la confianza del más importante de todos, Gustavo Petro. El presidente quería un humanista al frente de las negociaciones y tiene uno de altura. El comisionado estudió teología en un seminario y quiso ser sacerdote, y ahora el destino le ha puesto una prueba para la que también se requiere mucha fe: la paz en Colombia.
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