La viceministra de Ciencia de Colombia: “Los niños de las zonas excluidas tienen que poder llegar a Harvard”
La tumaqueña Yesenia Olaya Requene está impactada por la poca representación de las regiones indígenas y afrodescendientes de Colombia
Yesenia Olaya Requene, de 33 años, tuvo que salir a los 13 del lugar donde nació: el municipio de Tumaco (Nariño), una de las zonas del Pacífico colombiano más golpeadas por el conflicto armado. Para protegerla de la presencia de grupos ilegales, que históricamente han atemorizado a la población con asesinatos, reclutamiento de menores, desplazamientos y desapariciones forzadas en su disputa por el territorio, sus padres, una maestra y un mototaxista, prefirieron enviarla a Pasto, la capital del departamento.
Después de terminar la secundaria, Olaya Ruquene se graduó como socióloga de la Universidad de Caldas, una institución pública. Becada por la Universidad Nacional Autónoma de México, estudió una maestría en pedagogía y un doctorado en antropología, el primer título de ese nivel educativo en su familia. Su experiencia académica la llevó a la Universidad de Harvard, donde se desempeñó como coordinadora del Certificado en Estudios Afrolatinoamericanos del Afro-Latin American Research Institute. Dejó la prestigiosa universidad para asumir, hace cinco meses, como viceministra de talento y apropiación social del conocimiento del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.
Ahora es una de las figuras afrodescendientes en cargos de alto nivel en la presidencia de Gustavo Petro. Pasó del mundo de la academia al sector público con el objetivo de llevar la ciencia a las regiones y comunidades vulnerables, pero se ha encontrado con serios desafíos, incluso al interior del Gobierno.
P. Usted llegó al viceministerio con la visión de llevar la ciencia a las regiones. ¿Cómo ha sido ese camino?
R. Ha sido todo un desafío. Uno de los principales obstáculos es que la ciencia en Colombia ha sido mayoritariamente un tema de élite, que se limita a pocas ciudades donde se concentra el desarrollo científico. Históricamente han existido fuertes barreras de exclusión de regiones como la Amazonia o el Pacífico. El 60% de los investigadores con doctorado reconocidos por Minciencias son nacidos en las principales ciudades del país: Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Manizales o en el exterior. En contraste, solo el 3% de los investigadores reconocidos pertenecen a comunidades indígenas, negras, afrocolombianas, raizales, palenqueras o rom (gitano). Es en esas grandes ciudades donde se han desarrollado los centros y grupos de investigación.
P. ¿Cómo empezar esa transformación?
R. Generando pedagogía para democratizar el acceso al conocimiento científico. La ciencia no es un asunto exclusivo de los laboratorios y universidades, como se ha construido en el imaginario colectivo, sino que debe estar al servicio de la población, brindando soluciones a los problemas locales, alternativas para el desarrollo económico y potenciando aspiraciones en niños, niñas y jóvenes. Que la ciencia se pueda convertir en su proyecto de vida.
P. Lo ha sido para usted. Nació en Tumaco, estudió, llegó a Harvard y decidió aceptar el viceministerio. ¿Está satisfecha con sus primeros meses de gestión?
R. He realizado mi carrera en el exterior, pero mis investigaciones se han centrado en Colombia y países fronterizos: migración, desplazamiento forzado y desigualdades raciales. Siempre quise regresar al país. El balance ha sido positivo: abrimos el programa Orquídeas mujeres en la ciencia para vincular a 60 doctoras y jóvenes investigadoras a proyectos que permitan atender problemáticas asociadas a diversas formas de violencia; creamos cinco clubes de ciencia, enfocados en paz, soberanía alimentaria, bioeconomía y robótica con menores de distintas regiones, incluida la comunidad indígena Nukak Makú de la Amazonía, y pusimos en marcha la misión MIT-Harvard para llevar cada semestre a diez niñas entre 14 y 16 años, de poblaciones indígenas y afro, a conocer laboratorios de última tecnología en Estados Unidos. Estarán acompañadas por docentes de comunidades y podrán participar en un conversatorio con el físico Wolfgang Ketterle, Premio Nobel de Física 2001.
P. ¿Qué le ha sorprendido del sector público?
R. Es otro mundo. Pero lo que más me ha impactado es la poca representación de las regiones excluidas en cargos de toma de decisiones. En el Minciencias soy la única mujer del Pacífico colombiano en un cargo directivo; la segunda que viene de Tumaco. También me sorprende el desconocimiento de la Colombia profunda. Cuando interactúo con funcionarios del Gobierno, hay un distanciamiento con esa Colombia de los ríos, los manglares y los mares. Es importante reconocerlo porque debemos generar una formación al interior del propio Gobierno en asuntos étnicos, de inclusión de género y lucha contra el racismo.
P. El propósito de conectar la ciencia con los territorios, ¿está marcado por su experiencia personal?
R. A mí mi mamá me dijo, cuando tenía 13 años, “mija, usted tiene que irse. Y cuando regrese a Tumaco tiene que llegar convertida en una doctora”. A los 13 años uno no entiende eso, pero cuando naces en el Pacífico maduras muy rápido. Tienes conciencia de los problemas sociales, del hambre porque lo ves en tu familia, de las desigualdades laborales. Mi madre vendía verduras en el mercado y con eso logró pagar su licenciatura. Ese impulso lo lleva a uno a construir un proyecto de vida. Yo soy la primera doctora en mi familia, eso en mi familia ha sido un acontecimiento histórico. También asumes una responsabilidad porque inspiras a otras niñas a seguir adelante con su proyecto educativo. Cuando sales del Pacífico, sales representando un propósito colectivo, no uno individual.
P. Ya en el Gobierno, una cosa es decirlo, y otra es hacerlo. ¿Ha sido fácil aterrizar esas intenciones?
R. No lo ha sido. Pasar del discurso a las realizaciones es un camino muy complejo. En Colombia hemos naturalizado el racismo, la exclusión. Acá decimos “el que no llega a la universidad es porque no quiere”, pero en la Colombia profunda la realidad es que no hay opciones. Hay un desafío muy fuerte para que el Estado logre arrebatarles los jóvenes a los grupos armados y las niñas a redes de prostitución; que la educación se convierta en el camino. Eso requiere de recursos y estrategias sostenibles. Es un camino complejo, avanzas un paso y al día siguiente hay retrocesos por la forma como opera la burocracia, como se distribuyen los recursos. Cuando empiezas a mover esas estructuras, aparecen los problemas. Necesitamos consensos que pongan en el medio la defensa de la dignidad de las personas.
P. ¿La ciencia está ocupando el lugar que merece en la agenda nacional?
R. Hasta el momentom no. Sin embargo, el esfuerzo que estamos haciendo en el Gobierno es que haga parte de las grandes transformaciones. Hablar de la transición energética, de mayor acceso a la educación, de sustitución de cultivos ilícitos requiere de ciencia, tecnología e innovación. Pero de una ciencia apropiada por el pueblo, que sea una herramienta y no se vea como algo aislado a las comunidades. En el Plan Nacional de Desarrollo han quedado artículos muy importantes para democratizar la ciencia. El desafío es que la ciencia sea transversal a todas las reformas que se están construyendo.
P. ¿Tiene ejemplos concretos de cómo conectar la ciencia con esas otras apuestas?
R. La ciencia y la paz, por ejemplo, son un mismo derecho. Espacios donde las comunidades realizaban actividades cotidianas como la pesca o la agricultura, se convirtieron en geografías del terror producto de la guerra. En los ríos donde la gente pescaba aparecían cuerpos humanos. Volver a las prácticas tradicionales requiere de tecnologías para reconstruir el tejido social comunitario y sanar la memoria del dolor. Si pensamos un proyecto de transferencia de tecnología para saneamiento del agua en el Pacífico colombiano, para la sustitución de cultivos ilícitos en la Amazonía o para recuperar los bosques arrasados por la deforestación, hay que pensar que esa transferencia se acompañe de pedagogía comunitaria. Así construimos ciencia para la paz.
P. ¿Qué experiencia la ha marcado como viceministra?
R. Estuve en la vereda Imbilí, en Tumaco, una zona golpeada por la violencia, donde hay un centro de robótica con seis computadores en el que desarrollaron un sistema de alertas para medir las inundaciones del río Mira. Lo primero que me dijo la comunidad es que nunca un funcionario de alto nivel los había visitado y me pidieron apoyo en salud mental. No se puede hacer robótica cuando los estudiantes están pensando en los flagelos de la guerra. Esos jóvenes tienen desafíos todos los días. La ciencia es un camino para la construcción de paz en el territorio.
P. ¿Cómo demostrarles a esos niños, niñas y jóvenes que la ciencia es una puerta hacia otras oportunidades?
R. Necesitamos mayor inversión social. Que los proyectos de ciencias lleguen con inversión que permita adecuar esos centros tecnológicos, dotarlos de los instrumentos que los jóvenes requieren para ser creativos. Y requiere presencia del Estado. Esa es una manera de demostrar que para el Gobierno la ciencia es importante. Esas inversiones se deben acompañar de oportunidades reales de educación, con programas para que puedan estudiar una carrera científica. Que la ciencia no se vea como un asunto de élite, sino que el joven campesino del Guainía, del Vichada, vea que sí puede llegar a una carrera universitaria, estudiar una carrera científica y ponerla al servicio del desarrollo de su comunidad.
P. En la ciencia hay poca plata, pero hay. ¿Está llegando a donde tiene que llegar?
R. Ese es otro de los desafíos. Tenemos que rediseñar las convocatorias para que haya mayor participación de las comunidades. Establecimos que el 30% de los cupos de las becas Fulbright que apoyan la la formación de alto nivel de profesionales e investigadores de Colombia sean para indígenas y afrodescendientes. También se definieron criterios de género, territorio y etnicidad en las convocatorias de doctorados y postdoctorados.
P. ¿Hay esperanza para que más niños y niñas, como los de Imbilí, puedan soñar con llegar a universidades como Harvard?
R. Totalmente. Pero para eso, quienes ya llegamos a estos espacios de poder tenemos que abrir puentes para quienes no han llegado. Es posible, pero se requiere un proceso de articulación. No podemos quedarnos en solitario con ese conocimiento o experiencia. Hay que generar acciones concretas para mirar a los territorios.
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