La vida en el limbo de Juan Valentín Gamboa, el periodista que escapó de Arauca por las amenazas
Desde 2022, más de 150 informadores colombianos han sido amenazados y cinco han sido asesinados. El país figura entre los más peligrosos para ejercer el periodismo en el mundo
El pasado 9 de abril, a las cuatro de la tarde, una mujer interceptó al periodista Juan Valentín Gamboa, de 27 años, con una amenaza de asesinato. “Si no sale de Arauca, lo van a matar”, le dijo la desconocida en medio de la calle, mientras él caminaba rumbo a una rueda de prensa en la que no fue capaz de formular ninguna pregunta. El miedo a su muerte lo paralizó, pues días atrás ya se oían rumores sobre posibles represalias de la guerrilla del ELN, que hace décadas hace presencia en ese departamento del oriente de Colombia, en su contra.
Gamboa, periodista independiente y fundador del medio digital Jet-Set Criollo, había empezado a recibir comunicados diarios del grupo armado a su número de WhatsApp. Todo tras una entrevista publicada en YouTube a alias Antonio Medina, máximo comandante regional de grupos disidentes de las extintas FARC, que disputan con el ELN el control del departamento azotado por conflicto, en el que, según los cubrimientos de Gamboa, hay un muerto asegurado casi todos los días.
Atemorizado de sumarse a la pila de cadáveres, cuatro días después de la amenaza frontal, el periodista huyó de su apartamento con el celular y un morral de 10 kilos. Tenía la esperanza de volver dentro de un par de semanas a la pequeña ciudad en la frontera con Venezuela, pero eso no iba a suceder. “Pensaba salir por un tiempo corto mientras las cosas se calmaban, y regresar con medidas de protección para seguir con mi trabajo”, recalca el comunicador.
Para Gamboa, era normal ver a varios de sus colegas con escoltas y vehículos blindados en una región que ha dejado 871 desplazados, solo en 2024, según el Comité Internacional de la Cruz Roja. Sin embargo, con ocho años de experiencia como informador en la zona, no pensó que también se convertiría en un blanco de guerra. Incluso con medidas de seguridad, Gamboa sabe que sobrevivir en Arauca no está escrito. Desde inicios de 2022, 600 personas que tenían esquemas de protección han sido asesinadas, según datos de la Defensoría del Pueblo.
El conflicto en el departamento petrolero y ganadero no ha dejado de recrudecerse. “En Arauca siempre se habla de los mismos temas: inundaciones a mitad de año, política, orden público y muertos de un lado y del otro. La guerra no ha parado”, señala Gamboa, con un tono de hastío. En la soledad de una habitación sin vistas exteriores, fuera de Arauca, el joven no sabe hacia donde irá su vida.
Por momentos, se da el permiso de llorar en silencio sentado en el colchón inflable en el que duerme hace más cuatro meses. En el cuarto en el que se refugia se pueden contar los objetos sin dificultad. En una esquina está su morral negro en el suelo, junto a una gorra con la inscripción de la palabra “prensa”, seguida de cuatro pares de zapatos ordenados en fila. Frente al colchón, hay un televisor prestado apoyado en cajas de cartón y, en una de las paredes, está colgado un chaleco antibalas.
“Sin garantías, no puedo volver”, recalca Gamboa, convencido de que las amenazas de las guerrillas no son un chiste. “En Arauca, la vida no vale nada”, dice tras un suspiro de decepción acumulada. Desde que huyó como un prófugo de la región, Gamboa espera que la Unidad Nacional de Protección (UNP) le provea un esquema de seguridad para regresar y retomar su vida. Asegura que un chaleco antibalas no es suficiente. “Allá saben que lo usas y te disparan en la cabeza o en las piernas”, señala el hombre, con el tono cortante de alguien acostumbrado a un clima de muerte.
En el limbo actual de su existencia, Gamboa dedica sus días a cocinar y a subir las notas que puede realizar a distancia a su medio digital. En 2021 fundó Jet-Set Criollo para documentar lo que pasaba en Arauca. En Facebook tiene más de 33.000 seguidores, una penetración alta para un departamento de poco más de 300.000 habitantes. “Quería contar las noticias de una forma diferente”, explica el periodista de formación empírica, que inició contando historias en la emisora de su pueblo, ocho años antes.
Este año, Gamboa estrenó la página web de su medio con su mayor hazaña periodística. La entrevista que lo enorgulleció y lo condenó al mismo tiempo, un video que ya suma casi medio millón de visitas en YouTube. Para conseguirla, Gamboa cuenta que insistió durante un año con distintos enlaces de las disidencias de las extintas FARC y la guerrilla del ELN. “Yo quería entrevistar a los altos mandos de las dos guerrillas. Mostrar ambas caras de la guerra”, señala el joven, que solo recibió una respuesta afirmativa de las disidencias. “El ELN nunca contestó”, apunta, mirando al celular.
Para conversar con Antonio Medina, Gamboa tuvo que internarse en el corazón de la selva, vigilado por los custodios del comandante. En el video se ve al periodista sentado junto a Medina. En la mesa que se halla en el medio, un guerrillero tiene un fusil que apunta al comunicador todo el tiempo. Alrededor de ellos, hay tres disidentes más. Gamboa cuenta que el ELN lo acusa de simpatizar con las disidencias por esa entrevista. “Creen que me senté todo el día con él a tomar café, pero no me demoré ni dos horas allá” cuenta el periodista, quien no olvida la adrenalina de ese encuentro. “Me temblaban las manos mientras armaba el trípode”, comenta el hombre.
En casi 80 minutos de entrevista, Gamboa le preguntó abiertamente a Medina sobre reclutamiento forzado de menores, los homicidios, las posibilidades de acordar un cese al fuego con el ELN y sobre atentados puntuales en el territorio. El periodista se marchó con la convicción de haber hecho un buen trabajo. Lejos, estaba de pensar que su logro lo dejaría marcado. Días después, algunos conocidos empezaron a decirle frases como “estoy rezando por usted” o “debería irse un tiempo”.
La letra escarlata
“Con las amenazas lo que viene es casi que una letra escarlata en la que ya se tiene identificado al periodista de cierta manera”, explica Jonathan Bock, director de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP). Según el experto, estas situaciones derivan en hostilidades en el trabajo y la vida personal. “Muchas veces las fuentes les dejan de hablar, las presiones se vuelven constantes, y hasta pueden afectar a familiares y amigos”, sentencia Bock.
Ese es el temor más grande de Gamboa. “No quiero hacerle daño a mi familia”, señala con un asomo de llanto. De hecho, pensando en ellos fue que se hizo periodista. “Quería que mi papá escuchara mi voz en la radio que prendía todos los días desde las cuatro de la mañana”, comenta el hijo de una pareja de campesinos de un pueblo de Boyacá.
Su sueño era poder ayudar a las comunidades con información. A pulso, se hizo periodista en la emisora de su pueblo, y en 2016 se aventuró a ir a Arauca a aprender en las estaciones de radio regionales. Gamboa cubría cada atentado, cada muerto en la carretera, cada mitin político, y hasta algunas liberaciones de secuestrados, en compañía de organizaciones humanitarias.
En un territorio manchado de sangre, afirma que la gente de a pie respeta a quienes se atreven a señalar las cosas por su nombre. “Las personas de las comunidades aún creen que sus periodistas pueden ayudarlos”, apunta Gamboa, con un brillo fugaz en los ojos. A pesar del miedo, le queda pasión por lo que hace: “Todavía sueño con ganarme un premio Simón Bolívar y darle una mejor vida a mis papás”.
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