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Gobierno de Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Economía para futuros presidentes

Antes de que hubiera política, hubo economía. Si cree que es presidencial definir los precios y las cantidades de lo que se produce y se intercambia, está equivocado

Peatones en un mercado callejero en Medellín, Colombia
Vendedores ambulantes en Medellín, Colombia.Edinson Arroyo (Bloomberg)

Antes de que hubiera política, hubo economía. Si la economía no funciona, y las personas no pueden gozar de una vida buena, la comunidad se disuelve, escribió Aristóteles. El ánimo de juntarse en sociedad, de dos o más familias, resulta de que unidas les va mejor.

Desde el principio de los tiempos, los seres humanos cazamos en bandas. Las presas que valían la pena y que daban carne para semanas o meses, eran de tamaño, e incluso habilidades, muy superiores a cada cazador individual. Para vencerlas se necesitaba la acción concertada de varios cazadores. Separaban de la manada a un mamut o un rinoceronte lanudo, y, con gran peligro, lo empujaban hacia un desfiladero. La carne que se recuperaba era el resultado de ese contrato primigenio entre las familias. Las mujeres se dedicaban a la recolección de frutas, raíces, nueces, miel y huevos. Esa división del trabajo fue esencial en el desarrollo de destrezas, técnicas, armamentos, reciprocidad e instituciones.

Desde los cazadores y recolectoras de hace 400.000 años, hasta hoy, cuando hay una economía tremendamente sofisticada y el trabajo dividido en millones de actividades, vale el principio aristotélico de que la unión debe ser mutuamente beneficiosa, de lo contrario la sociedad se disuelve.

La primera lección para futuros presidentes es, pues: si se rompe el principio de que la colaboración es mutuamente beneficiosa, se llega a que la economía no funcione y la sociedad se disuelva. Puede que lenta e imperceptiblemente. Un síntoma de esa disolución será que sus miembros emigren de forma permanente a otra sociedad donde la economía y la colaboración sí funcione. Dos casos paradigmáticos están a mano: de Venezuela han salido ocho millones de personas y de la Colombia actual salen 1.000 al día. Algo equivocado hacen en la economía para que eso suceda.

La segunda lección tiene que ver con la simpatía y la antipatía. Hace 250 años un agudo observador constató que en cada transacción se forman unas micro-sociedades económicas, muchas de las cuales se repiten. La madre de familia conoce a las marchantas de la plaza de mercado a las que les compra cada semana, y al panadero al que visita cada día, y al verse se saludan con amabilidad. Él le dice cuál pan acaba de salir y está caliente, y aquella señala la fruta más fresca.

Esa simpatía es un sentimiento moral que se desarrolla por el mutuo beneficio de comprar y vender. En el mejor interés del panadero, el plomero, el ferretero y el vendedor de muebles, está darnos un buen producto que nos haga sus clientes, y que queramos hablar bien de él o ella, y volver a comprarle cuando surja la necesidad.

No es sobre el odio, la desconfianza y la antipatía que se basan las miles de transacciones que hacemos cada mes. Es sobre el interés mutuo, que implica un trato comedido y respetuoso, en el que el vendedor sabe qué necesita el comprador, y cumple complacido con la entrega de su producto, bien sea un objeto o un servicio, con la esperanza de que regrese.

Si como presidente cree que en el odio entre la gente, y la antipatía o la disociación entre empresarios y trabajadores, es donde radica la clave, destruirá su economía. La economía se basa en el interés mutuo y en la simpatía de encuentros repetidos entre personas que se conocen, respetan y establecen relaciones estables de cliente y vendedor. Eso es aún más cierto si la relación de trabajo (a pesar de muchos malos jefes que hay por ahí). la relación entre empleado y empleador es mutuamente beneficiosa y tiene un fundamento de respeto y simpatía. No de odio y antipatía. El agudo observador era un escocés llamado Adam Smith.

La tercera lección de la economía es que no hay nada más misterioso que un precio. Encierra un sinnúmero de consideraciones sofisticadas tanto del lado de quien vende, como de quien compra. El primero, el vendedor, debe asegurarse de que sus costos son cabalmente tenidos en cuenta; de los cuales hay muchos tipos: salarios, arriendo del local, interés de un préstamo, materias primas, maquinaria, entre otros; con lo cual, no sólo debe saber de la técnica de producir (ser un buen panadero o productor de autos, etc.), sino además conocer en detalle cómo contabilizar el efecto de cada uno de esos costos en el producto individual que entrega al cliente a cambio de un precio.

La buena contabilidad es tan esencial a su negocio como la técnica productiva. Si se equivoca en una de las dos (o en la simpatía), puede volverse inviable más pronto que tarde. La mejor definición de precio, de producción y de economía, es, por ende, que son complicados procesos de aprendizaje de muchas cosas: qué tan bueno y eficiente se produce, cómo se compran insumos y maquinaria, cómo se contrata y entrena empleados, cómo se maneja a grupos numerosos para la excelencia y la competencia exitosa, cómo se entiende el cambio de los gustos de los compradores, y así sucesivamente.

La economía cambia continuamente. Por eso requiere un aprendizaje incesante y exigente. El elemento individual más importante de ese aprendizaje es el precio del producto. Allí se consolida y se condensa la totalidad del aprendizaje. Cuando el vendedor pide tanto dinero por su producto, resume en ese número la totalidad de su actividad económica, de su capacidad racional, de su ímpetu de liderazgo y dirección, en la que se juega la supervivencia de su negocio y el sustento de decenas o cientos de familias. Si usted cree que el valor lo crea sólo el trabajador, no sabe de economía y no debe dirigir una sociedad, pues puede terminar por destruirla.

Algo paralelo sucede del lado del comprador. Su psicología, sus preferencias, un delicado cálculo del costo y el beneficio de cada objeto o servicio que desea, versus su ingreso y su esfuerzo, se activan frente a la vitrina, al observar el precio de algo que quiere. Allí también hay un complejo y continuo aprendizaje.

Cuando los economistas nos muestran la gráfica con las curvas de oferta y demanda, banalizan un poco qué es un precio y qué es un mercado. Esa gráfica mecaniza y oscurece la inmensa riqueza de conocimiento y aprendizaje a la base de cada transacción.

Asimismo, los burócratas que creen que los precios de la electricidad, los combustibles, la sal, los tomates o los pasajes del transporte son como controles en un tablero, que ellos pueden subir o bajar a discreción para producir efectos sociales, se equivocan en materia grave. Esas actitudes trivializan algo que es muy complejo y crítico. Y lo destruyen.

La cuarta lección para futuros presidentes es que los precios a los que se tranzan las cosas encierran la totalidad de un sofisticado proceso de aprendizaje sobre qué y cómo se produce y que técnicas se emplean. Los precios consolidan inmensa cantidad de información, y coordinan un sinnúmero de actividades diversas, separadas en el tiempo y el espacio, indispensables para poner un producto o un servicio a disposición de un cliente. Por ende, sea en extremo cuidadoso antes de pretender modificar precios a discreción, y no le de esa prerrogativa a un burócrata que ignora buena parte de esas consideraciones.

La quinta lección es sobre la libertad. En una economía sofisticada, en cada momento del tiempo, puede haber unos 25 millones de bienes y servicios, que transan decenas de millones de personas, a lo largo de una extensa geografía. Cada punto de esa geografía impone costos distintos (no es igual vender en Paraguachón que en Ipiales). Cada uno de esos 25 millones de objetos económicos viene de un sofisticado proceso de conocimiento y aprendizaje que cambia continuamente.

Dígame usted, futuro presidente o presidenta, si puede haber un proceso centralmente planificado por un cuerpo de burócrata que sepa en cada momento quién puede producir qué y a qué costo; y quién quiere qué y a qué precio.

Sólo la actividad libre de decenas de millones de personas, procesando información, que cambia continuamente, calculando y recalculando precios, actividades, costos y procesos, puede ser exitosa en poner durante las 24 horas del día, los 365 días del año, las cosas que la gente necesita para vivir. Eso sucede a través de muchos errores y aciertos. La corrección de errores es justamente el aprendizaje.

La libertad es para aprender, emprender, conocer, arriesgar, vender, ser simpático (o a veces simpático a propia su cuenta y riesgo), libertad de equivocarse hoy y acertar mañana, y viceversa.

Futuro presidente o presidenta, antes de que hubiera política hubo economía. Antes de que hubiera ciencia, hubo economía. La sociedad surgió porque fue mutuamente beneficioso, es decir, económico, asociarse. Antes de que hubiera economía hubo libertad. Desde los cazadores y recolectoras hasta hoy. Libertad de asociarse, de hacer cálculos económicos de costos y beneficios. Libertad de decidir si hago o no algo; qué hago, cuánto, cómo, cuándo, dónde, con quién, para quién, a qué precio; si continúo en eso o hago otra cosa.

Si cree que es presidencial sembrar discordia, limitar la libertad, subir y bajar botones en un tablero de control con los que mueve los precios y las cantidades de lo que se produce y se intercambia, está equivocado. No debiera ser presidente de nada. No debiera aspirar a serlo tampoco. Ni de la junta del edificio.

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La idea del título viene del libro “Física para Futuros Presidentes” de Richard A. Muller, que recomiendo con vehemencia.

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