Los deportados con los que Trump amenazó a Petro aterrizan en Colombia: “No somos narcos”
Dos aviones militares colombianos llevan de Estados Unidos a 201 migrantes cuyo retorno estuvo cerca de provocar una guerra comercial entre Bogotá y Washington
Carlos Arias nunca se imaginó que iba a quedar en medio de un conflicto internacional entre la primera potencia del mundo y su país, Colombia. Lo subieron el domingo a un avión militar de Estados Unidos, esposado de pies y manos. Los agentes de migración los trataron “como perros” a él y a los otros 200 deportados. Tuvieron la cabeza sobre las rodillas durante todo el trayecto. Eran objeto de burlas si intentaban ir al baño. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo de ellos que eran unos delincuentes. El suyo, Gustavo Petro, enfureció por ese trato indigno y no dejó que aterrizaran. E hizo lo mismo con un segundo vuelo. Entonces Trump amenazó con una guerra comercial que, a la larga, habría provocado un daño catastrófico a la economía colombiana. “Estuvimos 12 horas amarrados”, recuerda. A Arias, un camarero de 34 años, lo trataron como a un terrorista.
Un turista mexicano pensó en la mañana de este martes que se esperaba la llegada de una estrella internacional en el aeropuerto de El Dorado, en Bogotá. Unos funcionarios de la alcaldía, divertidos por la ocurrencia, le explicaron rápidamente que se trataba de la llegada de dos vuelos de la Fuerza Aérea Colombiana con 201 deportados de EE UU. Para ellos, y para casi cualquier colombiano, tanta repercusión era una obviedad: a diferencia de los otros 475 vuelos en los últimos cinco años, los de este martes motivaron que Trump amenazara a Petro con hundir su economía.
Minutos después, comenzaron a salir los primeros migrantes. Entre ellos, 26 niños y niñas escoltados por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). Todos llevaban mascarillas y una bolsa de plástico, transparente, con las pocas pertenencias que cargaban —las autoridades estadounidenses les confiscaron sus maletas—. Algunos explicaban que estaban cansados y que preferían seguir con el regreso a casa lo más rápido posible. Otros estaban ansiosos por denunciar los maltratos a los que fueron sometidos en EE UU. “Nos trataron como si fuéramos perros”, afirmó Daniel Figueroa.
Estos maltratos son aún mayores que los que se denunciaban durante la Administración del demócrata Joe Biden. Al enterarse de que los migrantes llegaban esposados en un avión militar, Petro rechazó el aterrizaje de los dos aviones, que tuvieron que regresar a San Diego (California) y El Paso (Texas). Trump no se quedó de brazos cruzados y aprovechó la oportunidad para mandar un mensaje ejemplarizante al mundo entero: anunció aranceles del 25%, canceló visados de funcionarios colombianos y suspendió la expedición de visas de la Embajada de Bogotá. “Estas medidas son solo el comienzo. ¡No permitiremos que el Gobierno colombiano viole sus obligaciones legales de recibir criminales!”, escribió en redes sociales.
Los migrantes cuentan que no tenían idea de la dimensión de lo ocurrido. Arias, proveniente de Medellín, dice que las autoridades estadounidenses les dieron información a cuentagotas. Según reconstruye, el recorrido del domingo fue así: su vuelo salió de San Diego, aterrizó de emergencia en Houston por problemas médicos de varios pasajeros, siguió para Colombia, regresó a EE UU y aterrizó en El Paso (Texas). Todo eso con la cabeza sobre las rodillas —por los grilletes—, con dificultades para orinar y con burlas constantes. Después, los devolvieron “al calabozo” en El Paso con explicaciones inexactas, como que el Gobierno colombiano no había aprobado a tiempo los permisos de aterrizaje.
Con las horas, sin embargo, conocieron a través de llamadas a familiares todo lo que había pasado. También la violencia con la que Trump se refirió a ellos el lunes. “Nos regañaron porque los teníamos esposados en un avión y él [Petro] dijo: ‘Esta no es forma de tratar a la gente’. Ustedes entienden que son asesinos, capos narcos, miembros de bandas, la gente más ruda que has conocido o visto”, acusó el presidente estadounidense. Arias responde que él no es ningún narco y que eligió migrar al país norteamericano porque allá tiene familia. “Somos gente de bien. Buscamos salvar nuestras vidas y ayudar a nuestras familias”. Daniel Oquendo, un mecánico de 33 años, agrega: “Puede mirar mi historial, yo no he pasado por el narco. Él juzga a los demás y generaliza. Es como si nosotros dijéramos que todos los estadounidenses son asesinos porque allá hay tiroteos a cada rato”.
El canciller de Colombia, Luis Gilberto Murillo, confirmó este martes que ninguno de los 201 migrantes tiene antecedentes penales, ni en su país ni en Estados Unidos. “No son criminales”, enfatizó. El presidente Petro, por su parte, les dio la bienvenida a través de X y volvió a cuestionar la estigmatización que hace de ellos Trump. “Son colombianos, son libres y dignos y están en su patria, donde se les quiere. El migrante no es un delincuente; es un ser humano que quiere trabajar y progresar, vivir la vida”, declaró. Algo similar comentan los migrantes en El Dorado: algunos enfatizan que escapan de la violencia; otros que buscan mejores oportunidades económicas.
Arias y Oquendo se hicieron amigos durante los días de detención. Ahora, sin cordones siquiera en sus zapatos —se los quitaron también— y con sus bolsas plásticas, buscan cómo continuar su viaje hacia Medellín. El primero está particularmente frustrado por el maltrato en EE UU. En el pasado, trabajó en un hotel de Medellín y veía constantemente a los estadounidenses que llegan a su ciudad para involucrarse en actividades delictivas. “Ellos vienen a consumir cocaína y explotar sexualmente a menores de edad. Eso es peor de lo que hacemos nosotros”, dice en referencia a que él buscaba escapar de la violencia —es desplazado del conflicto armado y relata que sus victimarios cumplieron su condena en noviembre—. Oquendo coincide: “Trump tiene que mirar más hacia dentro antes de mirar hacia afuera”.
Los grilletes
El Gobierno de Trump señaló el domingo en la noche que la crisis había sido superada después de que Colombia se echara para atrás en todos sus reclamos. La Cancillería colombiana, con un lenguaje más diplomático, aseguró que seguiría “recibiendo ciudadanos que retornen en condición de deportados, garantizándoles condiciones dignas”. Sin embargo, es difícil cumplir con este compromiso de mejorar las condiciones de los deportados: hace años que Colombia se queja por los maltratos, sin que nada cambie. Juan González, exasesor para América Latina del expresidente Biden, reconoció el lunes que estas condiciones también existían en la Administración anterior. “A veces no se sabe si las personas que están siendo deportadas tienen antecedentes criminales (...). Cuando se los ve esposados en las cámaras, ofende un poco. Pero hay que reconocer que es por seguridad [de la tripulación]”, dijo en W Radio.
La gran diferencia de esta ocasión ha sido que Trump mandó a los migrantes en aviones militares y que Petro, molesto ante este detalle más degradante, decidió traerlos de regreso en aviones colombianos. También eran militares, pero los migrantes ya no iban esposados ni eran víctimas de insultos. Algunos migrantes están muy agradecidos con Petro, como Jhony y Daniel Figueroa, del departamento del Putumayo, en la frontera con Ecuador. “Está bien lo que hizo porque ahora vinimos bien. Está haciendo respetar nuestros derechos”, dicen. “Los guardas de allá, en cambio, están entrenados para torturar. Nos decían: ‘Wey, ¿cuál es la cansadera? ¿Quieres que te desaparezca?”, relatan.
Arias y Oquendo coinciden parcialmente. Reconocen que viajaron mucho mejor en el avión colombiano, pero no dejan de lado su antipatía por Petro. “Si nos recibía el domingo, nos ahorrábamos dos días más de calabozo. Me siento utilizado. Lo hace para verse como un salvador y está muy bien, pero que lo haga con los próximos [antes de que estén en vuelo]”, remarca Oquendo.
Liliana Gutiérrez, por su parte, aún espera a su sobrino Mateo, un trabajador de carga y descarga de camiones. Llegó a Bogotá tras un viaje de nueve horas en autobús desde Medellín y una vendedora de café la ayudó a montarse en el transporte público para llegar a El Dorado. Está a un costado del resto, apoyada sobre un ventanal a través del cual se ve la zona de recogida de equipaje. Dice que Mateo, de 21 años, está demacrado e insiste en que su sobrino solo viajaba en busca de mejores oportunidades. Lamenta que Trump manche el buen nombre de su gente. “Es un niño sano, trabajador y ya. No como dijo el presidente Trump, que eran delincuentes, gente mala [se quiebra]. No puede decir que jochi con todos los marranos [poner a todos en el mismo saco], porque mi sobrino es un niño que fue en busca de mejores oportunidades”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.