Las latinas en ciencia espacial quieren dejar de ser la excepción
Una argentina que diseña paracaídas supersónicos, una costarricense que controla 1.500 millones de dólares en la NASA y una guatemalteca que quiere llevar los frijoles nativos a Marte hablan con América Futura de sus retos y sus logros
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Sally Ride pasó a la posteridad no solo por ser la primera astronauta estadounidense, sino por haber protagonizado uno de los episodios más vergonzosos de la NASA. Sí, el de los tampones. A ella fue a quien le empaquetaron 100 tampones atados por un hilo como salchichas para la misión espacial STS-7 de seis días en 1983, algo que —ella respondió molesta— bien podrían haberlo reducido a la mitad. Pero la menstruación era algo completamente ajeno entre los científicos más prestigiosos del país: hasta ese momento, pocos se habían cuestionado cómo la gravedad no aumentaría el sangrado de las mujeres. Muchos menos imaginaban que el espacio podría ser explorado por ellas. Así que, ¿para qué hacer trajes a su medida o hablar de la regla?
Esta anécdota es para muchas de las ingenieras y científicas espaciales un recordatorio de que ninguna institución se zafa del machismo y de cómo no hace tanto apenas se las tenía en cuenta. Mucho menos a las latinas. La herencia sigue fresca en la memoria de Katherinne Herrera-Jordán, Clara O’Farrell y Sandra Cauffman, tres mujeres latinoamericanas que soñaron con conocer el espacio cuando eran niñas y cuyos estudios han contribuido a entenderlo un poco mejor.
Aunque el camino parece estar algo más despejado para las mujeres, cuentan que el síndrome de impostora no se va nunca y que les siguen explicando cosas que ya saben. Por eso, cuando a Herrera-Jordán le preguntan qué tanto se piensa en ellas en el espacio, responde con ironía: “Igual de poco que en la Tierra”. Pero el feminismo también está haciendo mella y todas coinciden en que dejan un terreno menos hostil para quienes les siguen y que hoy las astronautas pueden hablarle a la prensa sobre los vuelos de transbordadores espaciales y no de cómo se peinarán en el espacio, como le pasó a la rusa Elana Serova.
La guatemalteca que ayuda a llevar frijoles nativos al espacio
Katherinne Herrera-Jordán no sabía que le gustaba la ciencia hasta que descubrió que las preguntas que se hacía de pequeña las resolvían la física o la química. De niña, sus padres recurrían a artículos científicos y al programa de MythBusters (Cazadores de mitos) para responderlas. Ahora las respuestas a sus dudas —que siguen siendo muchas— las busca en el laboratorio. La primera oportunidad para hacerlo fue en un proyecto del grado de Bioquímica y Microbiología. El objetivo que se propuso fue ambicioso: entender cómo se comportan ciertos microorganismos en el espacio. ¿Los recursos para ello? “Ninguno”, dice entre risas esta guatemalteca de 26 años.
Aliada con el doctor Luis Zea, un rockstar en materia aeroespacial de Guatemala, y con Fredy España, un compañero que cursaba ingeniería mecatrónica, se lanzó a crear su propio simulador de microgravedad, un aparato que sirve para someter a muestras de laboratorio a condiciones similares a las del espacio, y que en el mercado cuesta casi 30.000 dólares. Tres meses y 31 dólares después lo habían conseguido; su pequeño armatoste hecho a base de electrodomésticos reciclados había dado sus frutos. “Nunca pensé en hacerme rica con esto, pero los empecé a comercializar a precios más asequibles [entre 500 y 5.000 dólares] porque está pensado para que todos podamos hacer ciencia”, cuenta la fundadora de Verne Technologies. “Se siente feo que los latinoamericanos no tengamos el mismo acceso al sector espacial. Esta es una herramienta para que investiguemos desde aquí, no solo desde Estados Unidos”.
Gracias al equipo que desarrolló, Herrera-Jordán apoya investigaciones como el proyecto desarrollado por la Asociación Guatemalteca de Ingeniería y Ciencias Espaciales (Agice), que tiene que ver con una semilla que creció comiendo: los frijoles nativos. Ya descubrió que si se cultivaran Phaseolus acutifolius en el espacio, germinarían más rápido y tendrían la capacidad de absorber más nutrientes. Ahora se pregunta qué hacer con ello: se podría desde utilizarlo para paliar la desnutrición infantil en su país hasta alimentar a los astronautas o plantarlo en la Luna. “Hay muchas instituciones que están diseñando la tecnología para cuando haya comunidades viviendo allá. Ojalá lleguen los frijolitos guatemaltecos”.
La costarricense que controla 1.500 millones de dólares de la NASA
Tratar de recopilar el currículum de Sandra Cauffman es una tarea difícil. En las casi cuatro décadas que lleva trabajando para la NASA, ha recorrido prácticamente todos los puestos desde que empezó como contratista “poniéndole gafas” al telescopio Hubble en 1991, que tenía un fallo en el espejo, hasta la actualidad como directora adjunta de la división de astrofísica de la NASA del directorado de Ciencia. Sin embargo, esta costarricense de 62 años se acuerda perfectamente de cada escalón hasta llegar a su puesto actual, en el que controla un presupuesto de 1.500 millones de dólares. “Mi trabajo siempre ha sido entender qué es lo que quieren los científicos y construirlo”, cuenta esta ingeniera que se enamoró de la ciencia leyendo a Julio Verne.
Cauffman reconoce que, en un sector tan masculinizado, el liderazgo femenino es un reto. “Varios compañeros me han dicho que ellos estaban más preparados que yo. No es fácil responder, pero aprendí que el problema lo tenían ellos”. Es por ello que intenta “dejar la puerta abierta” para las que vienen detrás: “Tenemos que conseguir que las niñas se pongan en nuestros zapatos y vean que se puede. El espacio también es para nosotras y tenemos mucho que aportar”.
La misión Maven es de sus recuerdos más preciados, la primera vez que una sonda de la NASA fue a Marte para medir su atmósfera superior y analizar cómo se produjo la pérdida de compuestos volátiles como dióxido de carbono, dióxido de nitrógeno y agua. Fue una expedición para entender de qué manera se produjo un cambio climático en el planeta rojo. Sus conclusiones son claras: “La Tierra es nuestro bote salvavidas. Aunque haya más de 10.000 exoplanetas, en ningún otro podremos vivir como aquí”, zanja.
La argentina experta en medusas que desarrolla paracaídas supersónicos
Clara O’Farrell dedicó cuatro años de su vida a estudiar el comportamiento y movimiento de las medusas en el mar, pensando en crear robots autónomos que recolectasen información submarina. Nunca pensó que ese conocimiento pudiera usarse para construir paracaídas supersónicos que aterrizaran en Marte. Pero, cuando la llamaron de la NASA, dijo que sí sin pensarlo dos veces. Sin darse cuenta, unió sus dos grandes pasiones: la biología marina y la ingeniería espacial, dos modalidades que tienen más que ver de lo que uno imaginaría.
La ciencia espacial lleva casi dos décadas volviendo la mirada a la flora y la fauna para aprender de sus movimientos y tejidos: hélices que imitan las alas de las aves; equipos que optimizan el espacio inspirándose en los cerebros de los insectos. Mediante la bioingeniería, esta argentina de 38 años consiguió darle forma al paracaídas supersónico más amplio y resistente que jamás ha creado la NASA, en la operación que buscaba resolver si hubo vida en Marte. Con más de 21 metros de diámetro y desplegándose a casi dos veces la velocidad del sonido, el Perseverance aterrizó en el planeta rojo el 18 de febrero del 2021 para traer respuestas: ”Se encontraron compuestos orgánicos mezclados con unos unos minerales muy particulares que indican que en algún momento hubo vida”, cuenta.
Pero, como suele pasar cuando uno resuelve una duda, surgieron más. ¿Cómo fue? ¿Era parecida a la nuestra? “Esa es la siguiente misión y será lo más complicado que hemos hecho”, comenta. Ahora, desde el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de California, sigue desarrollando nuevos paracaídas; más resistentes y más grandes. “Si uno quiere traer muestras de Marte o realizar misiones tripuladas, necesitaremos aterrizar cosas más pesadas. Hay mucho trabajo”, cuenta emocionada.
O’Farrell, además, siente la responsabilidad de atraer a más niñas y jóvenes a las oportunidades que se abren en la región: “Los números muestran que lo que me pasó fue algo extraordinario; soy la excepción. Y eso tiene que dejar de ser así”.
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