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En colaboración conCAF

El exfutbolista rebelde argentino Mauro Amato quiere transformar la vida de jóvenes convictos

El ex goleador argentino dicta un taller en un centro de menores, donde 29 chicos aprenden sobre respeto, solidaridad y compañerismo

El ex goleador argentino Mauro Amato dicta el taller ‘Fútbol y Valores, en La Plata, Provincia de Buenos Aires, el 13 de febrero 2025.
El ex goleador argentino Mauro Amato dicta el taller ‘Fútbol y Valores, en La Plata, Provincia de Buenos Aires, el 13 de febrero 2025.Anita Pouchard Serra

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Mauro Amato fue un temible goleador en los años 90 e inicios de los 2000. Jugó en Estudiantes de La Plata, Atlético Tucumán y muchos otros clubes del país. También llevó sus goles al Aucas de Ecuador. En el mundo del fútbol argentino, que esquiva los compromisos políticos y sociales por la buena salud del negocio, él fue una suerte de rara avis. Por ejemplo, durante un partido mostró una camiseta de las Abuelas de Plaza de Mayo en la Tucumán gobernada por el genocida Antonio Domingo Bussi. En otro encuentro, hizo lo mismo con una imagen de José Luis Cabezas, el fotoperiodista asesinado durante el gobierno de Carlos Menem.

Cuando dejó el fútbol, comenzó a trabajar en las divisiones inferiores de Estudiantes de La Plata. Pero había algo que no le cerraba de ese mundo en el que un chico de 12 años ya tiene representante. Quiso que el deporte fuese algo más que la búsqueda de gloria y dinero. “A mí del fútbol me quedaron valores como la perseverancia y la tolerancia. Ahora intento transmitírselos a los chicos. ¿Por qué logro conectar con ellos? Porque conozco sus historias y me vinculo con la persona y no con su condena”, dice Amato.

El exfutbolista creó el taller Fútbol y Valores, que se realiza en el Centro Cerrado Francisco Legarra, un instituto que alberga a adolescentes y jóvenes privados de la libertad en La Plata, provincia de Buenos Aires. En el lugar, donde se alojan 29 chicos de entre 16 y 20 años, se brindan talleres de electricidad, carpintería, herrería y huerta, entre otros. Además, ofrece la posibilidad de terminar la escuela secundaria. Los internos esperan con entusiasmo los martes y jueves por la mañana, cuando Mauro aparece con sus pelotas, sus conos de entrenamiento y una energía que contagia a todos.

Jóvenes escuchan las consignas de Mauro Amato.
Jóvenes escuchan las consignas de Mauro Amato.Anita Pouchard Serra

Al llegar, lo primero que hace es marcar el perímetro de la cancha con una pequeña tela y estacas. Un gesto que, visto desde afuera, parece innecesario porque más allá hay un alambrado y las paredes del centro. Pero él lo considera fundamental. “Estoy marcando los límites, pero no sólo de la cancha, sino otros que van más allá. El año pasado, en las primeras prácticas, algunos me dijeron: ‘Profe, acá adentro se juega así...’ Así era con muchas faltas, valía hacerlo con la mano y con violencia. El juego era muy agresivo y sin ley”, cuenta.

De a poco, Amato fue acercándose al grupo, con la idea de darle sentido al juego asociado. Por ejemplo, en cada uno de sus encuentros hay una pequeña competencia, en la que se lleva un premio -en general, alguna comida o bebida sin alcohol- no el mejor gol, sino la mejor jugada colectiva que deriva en un tanto. Para eso, es necesario conectarse con el otro, motivarlo y cambiar los insulto por aliento.

“Cuando los chicos bajan a la cancha, hago lo que yo llamo un check-in emocional. Veo si hay tensiones y cómo llegan al taller. Me meto en la historia de cada uno, conozco sus emociones y, a partir de ese vínculo, puedo generar confianza y quizá aportar con algunos mensajes. ¡Fijate hasta dónde me lleva el fútbol!”, se entusiasma.

Ya están listos los conos de entrenamientos, las pelotas y las pecheras de colores para armar los equipos. Los chicos bajan de sus celdas. En el primer turno jugarán dos equipos. El ganador queda y disputa la final de un mini torneo con los del segundo turno. La entrada en calor es con un juego recreativo de velocidad. Después, el partido: siete contra siete.

Amato celebra los aciertos. “¡Qué linda jugada, Rulo!”, le dice a uno. Cuando algo no sale bien, busca el lado bueno. “Lástima. Buena intención”, anima a otro. Cuando los minutos avanzan y todos quieren ganar, el partido se pone áspero. Todos raspan. Él levanta las manos en señal de paz. “Todos juntos podemos eh...” dice. Todo sucede dentro de una cancha, pero también sirve para afuera.

El taller Fútbol y Valores se realiza en el Centro Cerrado Francisco Legarra, un instituto que alberga a menores privados de la libertad.
El taller Fútbol y Valores se realiza en el Centro Cerrado Francisco Legarra, un instituto que alberga a menores privados de la libertad.Anita Pouchard Serra

Daniel -por razones legales se preserva su apellido y el de sus pares- está en el Centro Cerrado Francisco Legarra hace tres años. Trabajaba en una fundición, donde hacía mancuernas para gimnasios. “Hasta que por una equivocación caí acá”, dice. Antes de esta experiencia, nunca había jugado al fútbol porque su papá solía decirle que eso no era para él y que tenía que trabajar.

“Cuando comenzó el taller, Mauro nos dijo que no importaba quién sabía o no sabía jugar. Yo no podía ni pegarle al balón. Me fue enseñando de a poquito y con el tiempo mejoré un montón. Ahora jugamos entre todos sin tanta pelea. Cada vez que nos pegábamos patadas, tocaba el silbato y paraba. Nos decía que teníamos que jugar. Cuando comenzás a jugar, te conectás con los pibes. Le pedís a un compañero que te pase la pelota; quizá es uno con el que nunca te hablaste, pero está jugando de tu lado”, dice Daniel, que tiene a Amato como referente. “Le cuento toda mi vida. Más que profe, es un amigo porque me da consejos y siempre me respeta a mí y a todos. Él nos transmite una buena energía. Quedamos todos contentos”.

“Antes jugábamos al fútbol, pero todo era re bruto”, recuerda Jonatan Uriel, que lleva dos años en el centro y juega de defensor en el taller. “Ahora tratamos de hacer más jugadas en colectivo, mejoramos la técnica y no nos agarramos a las piñas. Siento que hay más compañerismo. Cuando hacés una jugada buena, el chabón te motiva un montón. Querés mejorar”, dice.

Felipe llegó al centro hace dos años. Tiene experiencia jugando al fútbol de salón y un temperamento que, en ocasiones, le trae dolores de cabeza. “Este es el mejor taller que hay. Esperamos que lleguen los martes y los jueves para jugar con Mauro y ganar los partidos”. Cuenta que disfruta del juego, pero también de las charlas después del taller. “Me gusta cómo te explica las cosas, cómo nos habla y la onda que le pone. Nos habla de fútbol, pero también de la vida y de cómo manejarse. Él fue futbolista profesional y vivió muchas cosas. Yo me enojaba mucho en la cancha. Me aconsejó que bajara un cambio y que no me tomara todo tan a pecho”.

Mauro Amato, ex jugador de fútbol del club Estudiantes de La Plata.
Mauro Amato, ex jugador de fútbol del club Estudiantes de La Plata.Anita Pouchard Serra

En la jerga de los pibes, “cortar el patio” es perder el momento del juego. Generalmente, ocurre por alguna pelea o disturbio. Todos cuidan este espacio y hablan con entusiasmo del taller. Pablo Franconnere, director del Centro Cerrado Francisco Legarra, dice que ayuda a sobrellevar las rivalidades, y valora el trabajo de Amato “por su esencia de tipo generoso y bueno”.

“La rivalidad siempre está presente entre los pibes y en las habitaciones. A eso sumale la convivencia de todos los días durante mucho tiempo. Tienen que aprender a llevarla. En ese aprendizaje, el fútbol aparece como algo positivo. Hacen deportes, bajan la ansiedad y ponen la energía en el juego. El que sabe jugar no desplaza al que no sabe. Todos conviven y quieren participar del taller”, cuenta.

Cuando los partidos terminan, el profe recoge los materiales con calma. La gran mayoría vuelve a sus habitaciones y se prepara para el almuerzo. Algunos se quedan charlando. Uno le cuenta que en breve tendrá una salida de doce horas. Otro, tendrá una entrevista con el juez. Los escucha y les habla con cariño.

En Argentina, muchos exjugadores aspiran a ser técnicos o seguir vinculados de alguna forma al fútbol de alto rendimiento. Mauro Amato nunca dejó de ser un rara avis. Alguien que no es futbolero porque le perdió el gusto a un deporte devorado por el negocio. Alguien que quiso ir a un lugar donde no hay intereses ni dinero de por medio. Antes de irse, de guardar las pelotas y saludar con un beso a los chicos, dice que la pelota es una excusa y que él también está aprendiendo: “Acá logré conectarme con la pureza del fútbol. Acá intentan hacer un lindo gol de jugada colectiva. ¿Sabés cómo se hace? Se sale desde abajo y entre todos. Eso es el fútbol”.

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