Angela Davis señala a las mismas heridas… 50 años después
La filósofa y activista afroamericana presentó su más reciente obra, una compilación de su trabajo intelectual del último medio siglo. El pensamiento de esta feminista y exmilitante comunista no ha perdido vigencia. Cala hondo en el mundo de hoy
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En enero pasado, Angela Yvonne Davis cumplió 80 años. La melena afro de esta pantera negra acusada de terrorismo -y entre las diez más buscadas del FBI en los años setenta- es blanca, blanquísima. Ahora camina lento, como midiendo cada paso. Pero cuando Angela Y. Davis habla, el resto calla. Su voz se abre espacio entre el ruido de esta era caótica. Así fue a finales de marzo, cuando presentó su más reciente libro en el Sydney Goldstein Theater, en el centro de San Francisco (EE UU). Sus ideas, a diferencia del cuerpo, no envejecen, hacen resistencia al paso del tiempo.
Abolition: Politics, Practices, Promises (Abolición: política, prácticas, promesas) reúne varios de sus ensayos y discursos más relevantes en dos volúmenes. Los textos son la prueba de su mutación entre académica radical, presa política, ícono revolucionario, hasta consagrarse una de las intelectuales más respetadas del mundo. “Estos ensayos se escribieron en un momento histórico muy distinto al actual”, apunta Davis. Pero la aclaración resulta ambigua. Su obra se siente tan oportuna y relevante que resulta incómoda. Es como si sus palabras dibujaran una escena perpetua donde poco ha cambiado. O quizá como si, donde hubo luz, hoy hay sombra. La opresión y la violencia a la que Davis se resistió desde hace medio siglo asfixian y atacan a los mismos objetivos.
“El bienestar, la inmigración y la delincuencia son temas populares en el discurso político estadounidense actual”, escribió en 1996, en uno de los textos que reúne la antología. ¿El contexto? Una campaña donde movilidad humana y crimen fueron temas de debate en la disputa entre Bill Clinton y Bob Dole. Este 2024 es un año crítico en la política de Estados Unidos. En noviembre se celebrarán elecciones presidenciales. La polarización, los prejuicios y la violencia marcan el ritmo de la carrera a la Casa Blanca. En 1996, el clima social era prácticamente el mismo. Republicanos y demócratas recurrieron, en palabras de la filósofa, “a los discursos del inmigrante y el criminal para construir una política racial retrógrada que supone una gran amenaza para las posibilidades democráticas en el futuro”. Ese futuro que la activista entonces avizoraba es el presente. Es hoy.
El trabajo intelectual de Davis es pilar del pensamiento crítico sobre el carácter ahistórico de la prisión, el racismo, la persecución a personas LGBTIQ+ y migrantes. Desde los ochenta, Davis insiste en que el número de personas en la cárcel crece de forma sostenida como resultado del fracaso del sistema punitivista del país con la población penitenciaria más alta del mundo. En la actualidad, Estados Unidos se mantiene a la cabeza de ese ranking con 1.230.100 personas privadas de la libertad, según datos oficiales. La cifra, correspondiente a 2022, supone un incremento del 2% en relación a 2021.
Del total de la población carcelaria, un 32% son afroamericanas; 31% blancas; y 23% de origen hispano; un porcentaje en el que es preciso detenerse cuando, este 2024, Donald Trump se asegura un cupo en la papeleta con un discurso xenófobo y supremacista que gana adeptos. El republicano no ha dudado en reforzar su retórica y señalar que las personas inmigrantes “envenenan la sangre” de Estados Unidos y ofrece una “limpieza” del país a través de cambios en la legislación para controlar la frontera con México. Es aún más dramático que las encuestas recientes revelan que el apoyo al magnate aumenta entre las comunidades latinas.
Pero hay otras rejas que Davis insiste en abrir. Barrotes que constriñen la posibilidad de la libre existencia humana en su sentido más amplio. “El amor y la sexualidad han soportado el peso de la libertad”, reconoce hoy la autora que, en 1997, se asumió como lesbiana ante una sociedad que encierra y clasifica las identidades en etiquetas que uniforman. Paradójicamente, a finales de los 90 la pensadora se oponía al principio de que lo personal es político. Para ella, la política era la esfera pública y prefería mantener su intimidad fuera de esa arena. Pero cuando se acercó a las mujeres músicas que, a través del blues, cantaban sobre desear a otras mujeres, sobre la violencia machista, sobre celos, emancipación, Davis se enfrentó a que las lecturas no pueden ser sino interseccionales: desde la raza, la clase, la identidad, el género. Básicamente estaba encarnando lo que actualmente se nombra interseccionalidad. Fue esta pionera la que entendió —antes de que si quiera se introduzca el término en las teorías y estudios de género— que lo que se ubica en la esfera privada puede catalizar cambios en la política pública.
Por eso se incomoda un poco cuando le endosan adjetivos particulares. “No soy valiente”, dice. “Soy parte de un todo, de la lucha”. Y agrega que, a pesar de los vaivenes, ha vivido lo suficiente para atestiguar cambios que solo fueron posibles gracias a la organización de base, al trabajo colectivo. Lo que no ha podido presenciar es su deseo máximo de que la educación sea el vehículo para el gran proyecto que es la libertad y la herramienta para cerrarle paso a iniciativas inquisidoras que persiguen y atentan contra derechos conquistados.
Angela Yvonne Davis cumplió 80 años y la abolición todavía es una utopía. Pero ella no se cansa. Como si fuera una última provocación, escribió: “Para Gina” en la dedicatoria de su antología. Gina, su compañera.
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