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La fractura entre Luis Arce y Evo Morales ensombrece el futuro de Bolivia

El golpe militar fallido del 26 de junio es síntoma de las dificultades del MAS para garantizar la estabilidad política

Luis Arce y Evo Morales, en un evento en Argentina, el 23 de enero de 2020.
Luis Arce y Evo Morales, en un evento en Argentina, el 23 de enero de 2020.Anadolu (Getty Images)
Federico Rivas Molina

El jefe del Ejército de Bolivia, Juan José Zúñiga, atropelló con una tanqueta la puerta de ingreso al Palacio Quemado el pasado 26 de junio. Dos horas después, estaba preso junto a una veintena de militares y civiles. El presidente, Luis Arce, se mantuvo en su sitio y celebró el fracaso de la intentona ante una multitud reunida en la Plaza Murillo. Pero corrido el velo de la euforia democrática, Bolivia se enfrentó a sus viejos demonios. El golpe militar fue síntoma de que algo no está bien en el país andino. La fractura entre Arce y su mentor político, Evo Morales, lastra a la democracia boliviana, bloquea cualquier estrategia contra la crisis económica, mantiene paralizado al Congreso y abre la puerta a aventuras como las del general Zúñiga.

En 2025, los bolivianos elegirán a un nuevo presidente. El único partido con posibilidades serias de triunfo es el Movimiento al Socialismo, el MAS, el conglomerado de organización sociales, sindicales e indígenas que en 2006 llevó a Evo Morales al poder. La asunción del primer presidente de origen aymara en la historia del país fue un hito para Sudamérica. Bolivia entró en un acelerado proceso de reformas, con la nacionalización del gas como emblema de los nuevos tiempos. La economía creció, nació una nueva clase media indígena y, sobre todo, el país entró en un largo período de estabilidad política tras décadas de golpes de Estado recurrentes. El vicepresidente de Evo Morales, Álvaro García Linera, define ese período del MAS como “el momento progresista” del cambio.

Todo terminó abruptamente en noviembre de 2019, cuando una revuelta cívico-militar expulsó a Morales del poder en medio de denuncias de fraude electoral y en repudio a sus intentos reeleccionistas. Desde su exilio en Buenos Aires, Morales eligió como candidato presidencial a su exministro de Economía, Luis Arce. Un año después, el MAS volvió al Palacio Quemado. El país inició entonces, explica García Linera, la transición hacia “el momento administrativo institucional”, como llama al periodo en que el partido revolucionario se convierte en uno más del tablero político y se dedica a administrar lo establecido. El problema de Bolivia, dice el exvicepresidente, es que “ese tránsito se está produciendo sin gloria, de una manera muy mezquina”. Y es aquí donde entran en el juego la fractura entre Luis Arce y Evo Morales.

La disputa entre ambos comenzó el mismo día de la asunción de Arce, el 8 de noviembre de 2020. En su discurso de posesión, el nuevo presidente obvió nombrar a Morales, que acababa de regresar de su exilio político en Argentina. “Cometió un error de manual, que fue no darle un lugar a Evo”, dice la politóloga Susana Bejarano. “Evo, al no tener lugar, presiona con la gestión y Arce no puede dejar que esa presión se incremente. En el marco de esa tensión nace la fuerza renovadora, el ‘arcismo’, que quería cambiar de cuadros y se oponía a todo lo que había alrededor de Evo”, explica. El partido no encuentra mecanismos para resolver el conflicto interno y la sangre llega al río. Azuzado por Arce, el Tribunal Constitucional inhabilita a Evo Morales como candidato presidencial con el argumento de que ya no puede aspirar a una nueva reelección. La guerra entre ambos líderes es total.

El ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo, figura del sector renovador arcista, habla de “diferencias obvias” con Morales. “Él ve y concibe al MAS desde la persona y nosotros lo concebimos desde las organizaciones sociales”, dice. Desde el sector de Morales, acusan al arcismo de hacerle el juego a la derecha política, querer apropiarse con prebendas de una base social que no le pertenece y olvidar los principios revolucionarios del movimiento.

Eduardo del Castillo, Ministro de Gobierno de Bolivia, el 28 de junio.
Eduardo del Castillo, Ministro de Gobierno de Bolivia, el 28 de junio.Sara Aliaga

La disputa en el partido de Gobierno tiene consecuencias sobre la gestión. El investigador social Armando Ortuño advierte de “una situación de desequilibrio y desorden que el país no logra resolver”. “El golpe militar fue síntoma de ese desorden. Hoy tenemos un Gobierno débil que está inmerso en una crisis política brutal y sin capacidad para gestionar la conflictividad social y la crisis económica”, dice. La fractura del MAS tiene hoy al Parlamento paralizado, sin que siquiera se reúna para aprobar los créditos internacionales que Bolivia necesita para revertir una alarmante falta de divisas. “En cualquier otro país se busca un modus vivendi, pero aquí la salida ha sido paralizar el Congreso”, lamenta Ortuño.

La crisis económica se agrava silenciosamente, oculta tras los ruidos de la política. Bolivia enfrenta desde 2015 una creciente escasez de dólares, producto de la caída de los precios del gas, su principal exportación, y el agotamiento de los pozos existente por falta de inversión en exploración. La inflación, que se mantenía en torno al 2%, ha escalado hasta el 3,5% y las proyecciones privadas esperan un 5% en diciembre. Por la falta de divisas ha nacido un mercado negro de cambios. Los mercados, además, han cerrado el grifo del crédito externo, temerosos de que la persistencia de un rojo fiscal de 11% no deje dinero suficiente para cumplir con las obligaciones. El riesgo país, el diferencial que un Estado debe pagar por su deuda sobre la tasa de Estados Unidos, de Bolivia está hoy cerca de los 2.000 puntos, pese a que su deuda externa no representa más del 30% de su producto interior bruto. La desconfianza en la economía boliviana es creciente.

“La venta petrolera se redujo a la mitad, esta es la razón estructural de la falta de dólares. El fenómeno se agrava con el ataque especulativo que sufrió el peso boliviano en febrero 2023″, cuando miles de ahorristas hicieron fila en los bancos para retirar sus depósitos en divisa, explica Omar Velasco, economista de la Universidad Mayor de San Andrés. Para Juan Antonio Morales, expresidente del Banco Central de Bolivia entre 1995 y 2006, la situación “es muy grave”. “Para sostener la paridad cambiaria necesitas reservas. Hoy están en unos 1.800 millones de dólares, pero la mayor parte en oro, que es muy complicado de convertir en divisas líquidas. Si solo contamos dólares, euros y yenes, no sumamos más de 108 millones de dólares. Eso no cubre ni dos semanas de importaciones”, dice el economista. La falta de dólares quita poder de fuego del Gobierno para mantener el valor de la moneda nacional y resistir ataques especulativos. “Bolivia ha mantenido desde noviembre de 2011 el tipo de cambio fijo. Si no se revierte, va a terminar con una devaluación en el peor escenario posible. Una devaluación es una operación quirúrgica muy delicada, si uno se equivoca las consecuencias pueden ser muy graves”, advierte Juan Antonio Morales.

El presidente Arce tiene una mirada muy diferente. En entrevista con este periódico, dijo que la inflación de Bolivia es aún de las más bajas de la región y que el desbalance comercial se reducirá rápidamente gracias a la inversión oficial en exploración petrolera e industrialización. La falta de dólares, por lo tanto, no será ya un problema “Yo ya sé las ideas que los economistas de derecha meten en la cabeza”, se quejó. Omar Velasco coincide en que “el panorama no es muy grave”, pero podría serlo si Arce y Morales no resuelven sus diferencias y demoran las soluciones. “El talón de Aquiles de la economía es el tema político. El MAS ha dedicado mucho tiempo a las postulaciones presidenciales y ha descuidado la parte económica. Mientras el partido de Gobierno no solucione la fractura no podrá resolver la crisis”. La palabra clave es “ajuste”, que espanta a cualquier Gobierno que se considere progresista. Los desequilibrios actuales lo hacen inevitable. Lo dice el exvicepresidente de Evo Morales, Álvaro García Linera, que se ha mantenido al margen de las rencillas dentro del MAS. “Cualquiera que asuma en 2024 tendrá que ajustar la economía. Pero estará por verse si será un ajuste con rostro humano o no. Si Evo Morales está dispuesto a un ajuste es una incógnita, porque hoy se lo ve más preocupado por debilitar a Arce que por decir cómo piensa resolver los problemas de Bolivia”.

Alvaro Garcia Linera, ex vicepresidente de Bolivia, en su casa en La Paz, el 28 de junio.
Alvaro Garcia Linera, ex vicepresidente de Bolivia, en su casa en La Paz, el 28 de junio.Sara Aliaga

Desde el Palacio Quemado dicen que Morales juega fuerte en esta estrategia de debilitación. “Quiere ser candidato a la presidencia en 2024 a como dé lugar. Él lo dijo: ‘Voy a ser candidato a las buenas o las malas’. Y va a utilizar todo, incluso poner en duda el golpe fallido, por sus aspiraciones políticas personales”, se queja el presidente Arce. García Linera ve un gran peligro en esta estrategia de ataques cruzados que aplican ambos líderes del MAS. “Arce actúa como si Evo no fuese candidato y ahora hasta pelea por quitarle la sigla del partido. Y Evo cree que si se agrava la crisis económica Luis será tan débil que se verá obligado a habilitarlo como candidato. Y si los militares aparecen en medio, bienvenido todo, porque lo importante es debilitar al otro”, dice.

Morales repudió en un principio la intentona golpista de Zúñiga, pero enseguida cambió de opinión y la consideró un autogolpe de Arce para minar sus aspiraciones presidenciales. “No sé qué clase de golpe será, pues”, dijo el viernes en una rueda de prensa desde el Chapare, la región cocalera donde nació a la política haca más de 20 años. “Empieza el golpe con ministros felices, paseando en la plaza Murillo, tocando tanquetas [en referencia al ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo]. Un golpe de Estado con cero de heridos, cero de disparos, cero de muertos”. Dijo incluso que había recibido llamadas telefónicas de jefes militares que le recomendaban ocultarse porque el plan era detenerlo. Del Castillo recuerda que Arce llamó a Morales en el momento de la asonada para advertirle que si Zúñiga triunfaba iría luego por él. En lugar de agradecer el gesto, se queja Del Castillo, “toda la gente de ese sector del Movimiento al Socialismo salió a atacar al Gobierno”.

García Linera teme que este juego de tronos azuce la aparición de “un monstruo que al final devore a los dos”. Se refiere, por supuesto, a las Fuerzas Armadas “El problema de todo esto es que dentro del MAS se apoyen en los militares, uno para contener a Evo, el otro para debilitar a Luis. Y la estructura militar siempre tiene una agenda propia, son todos muy peligrosos. Hay un signo de debilidad de Luis, porque un gobierno progresista no puede sostenerse en los militares. Y a la vez, Evo no puede apoyarse en el debilitamiento de su opositor con las acciones militares”, dice García Linera.

¿Hay solución política a la crisis del MAS? No parece simple. “En el corto plazo el Gobierno tiene que conseguir estabilizar su sostén político y eso pasa por algún tipo de acuerdo entre Arce y Evo Morales”, dice Armando Ortuño. Si la pelea entre ambos líderes se profundiza, agrega, “la cuestión no tiene salida”. ¿Y la oposición? “No tiene recursos, hoy está viendo el desastre buscando una oportunidad. Tiene muchos problemas para construir poder porque no ha entendido los cambios en el país”, agrega Ortuño. Sin nada que cosechar entre los partidos opositores, la llave de la gobernabilidad está aún en manos del MAS. “La división nos conduce a una derrota electoral en 2024″, advierte Álvaro García Linera. “Con suerte, la unidad nos permitirá ir a una segunda vuelta más fortalecidos, porque ni Evo ni Luis por separado puede alcanzar una mayoría”, dice. Al final del día, todo dependerá del instinto de supervivencia del partido que ha hegemonizado la vida política boliviana durante los últimos 18 años.

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Sobre la firma

Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.
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