Seguir en Twitter (por ahora…)
Solo desde el ejemplo individual, la responsabilidad de los líderes con mayor visibilidad y el compromiso colectivo podremos construir un debate público más respetuoso
En las semanas recientes, varias compañías y medios de comunicación de distintos países han anunciado el cierre de sus cuentas de Twitter, red que ahora lleva el nombre de X. Las marcas que han tomado esta decisión, que parece estar en auge desde el triunfo electoral de Trump en Estados Unidos, argumentan que esta plataforma ha construido un entorno tóxico para el debate y ha favorecido recientemente a los discursos de la derecha.
Cualquiera que haya usado esa red sabe que es cierta la hostilidad que se asocia de inmediato con su nombre. Las barras bravas de los políticos más radicales, las burlas sin compasión y la tendencia de caerle al caído son parte de la dinámica twittera del día a día, desde una arena que suele sacar el lado más pesimista e indignado de todos los usuarios. Al ser la red social más conectada con los debates de la política, es también la que más desata las miradas del fanatismo y la desilusión, lo que se traduce en miles de monólogos de desahogo desde la interpretación que cada ciudadano ofrece de la realidad. Pero no solo es un lugar de toxicidad: cuando más se ha necesitado, la comunidad twittera ha sido un espacio para la demostración de solidaridad y el apoyo colectivo en momentos de crisis.
Recuerdo haber vivido algo parecido a esta fuga masiva de la red X, hace apenas meses, cuando Elon Musk compró la plataforma y miles de personas decidieron irse a la competencia que repentinamente creó Meta. La moda duró poco y con el paso de los días, el antiguo Twitter llegó a posicionarse como la plataforma digital de información política más leída del planeta. En tiempos de tanta polarización y división política, se ha vuelto cada vez más relevante este portal que ofrece que cualquier ciudadano se enfrente de igual a igual con el político más poderoso. Es cierto que es la más visceral de las redes, pero también la que mejor retrata el clima de una nación.
No sé si en el fondo Twitter mejoró el debate público al democratizar y abrir las puertas de la discusión para todas las audiencias, como indudablemente lo hizo, o si lo destruyó gravemente al permitir que la desinformación y la polarización ganaran tanto terreno. Lo que sí es un hecho es que para las nuevas voces del periodismo, el activismo y la política, este espacio se ha establecido como un formato imprescindible para comunicar ideas con millones de lectores en el mundo. Y aunque la tendencia sea hacia la radicalización de los discursos, miles de usuarios de esta red nos hemos resistido a convertirnos en militantes de un lenguaje de polarización.
Nada indica que el futuro inmediato pueda ser mejor que la extrema división que ha definido al debate público de nuestros días. Todo lo contrario: los liderazgos que surgen desde distintas corrientes políticas y edades en el mundo entero indican que premiar la radicalización y la ofensa es más rentable que antes a la hora de conseguir votos. Y estos tiempos difíciles que se avecinan para la discusión democrática requieren que quienes creemos en la necesidad de un debate respetuoso estemos especialmente comprometidos con su construcción en el día a día. En vez de buscar huir a otra red, que tarde o temprano se terminaría convirtiendo en otro escenario de toxicidad y hostilidad, debemos buscar transformar esta discusión visceral en una definida por la sensatez y la tolerancia.
Sería insuficiente quedarse con la lectura de que la arena twittera se está derechizando de manera precipitada, como aseguran marcas y medios de comunicación, y que urge buscar nuevos lugares para un debate desde la moderación. La realidad es que las elecciones en diversos países indican que en el péndulo de la alternancia, la derecha avanza con fuerza, mientras la izquierda se radicaliza y el centro parece hundirse en la irrelevancia. Y la respuesta menos estratégica de los demócratas del marco global sería huir de esa situación. El camino debería ser enfrentarla con astucia y capacidad de reacción.
La decisión no puede ser irnos y dejar a un lado un espacio crucial para las discusiones, sino hacer de este un escenario donde cada vez la tolerancia y los argumentos dejen sin terreno la grosería y el odio. Solo desde el ejemplo individual, la responsabilidad de los líderes con mayor visibilidad y el compromiso colectivo podremos construir un debate público más respetuoso, sea desde el formato que sea. Quiero creer que todavía es posible.
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