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El día que la dictadura fue denunciada en una caja de alfajores y otras historias sobre los argentinos y sus cosas

El Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires rompe taquilla con una muestra de diseño que exhibe la memoria y la nostalgia de un país a través de sus objetos de uso diario

José Pablo Criales
Caja de alfajores Havanna.
Caja de alfajores Havanna.CORTESÍA MALBA

En 1979, en plena dictadura militar argentina, el escenógrafo Juan Lázaro viajó de Buenos Aires a París con unas cuantas fotos que probaban que la Junta desaparecía personas. Las llevó en el doble fondo de una caja de golosinas. Los alfajores Havanna, emblema embadurnado en chocolate de Argentina, fueron la coartada perfecta. Chicha Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, preparo una caja de alfajores escondiendo las fotografías que quería hacerle llegar como denuncia al entonces candidato presidencial François Mitterand. Funcionó. Dos años después, cuando el socialista llegó al Gobierno, pidió por el regreso de la democracia en Argentina al embajador que fue a presentarle sus credenciales. ¿Qué oficial de aduanas lo hubiera sospechado de una caja de Havanna? Cuando un argentino recibe a otro en el extranjero, el pedido es tan lógico que ya es un eslogan: “Traé alfajores”.

Dos cajas de Havanna de la época cuentan la historia en una esquina de la sala del tercer piso del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. A finales de marzo, el Malba inauguró la muestra Del cielo a casa, conexiones e intermitencias en la cultura material argentina, una exhibición de objetos, obras de arte y documentos que hacen un repaso de la vida cotidiana argentina. Se puede leer como un repaso histórico del diseño industrial nacional, aunque sus curadores han querido ir más allá. De los chistes que envolvían los chicles Bazooka ideados por el escritor Rodolfo Fogwill al encendedor largo Magiclick que desde 1970 acompaña cualquier cocina a gas del país, Del cielo a casa ha calado en la nostalgia argentina. Más de 100.000 personas han visitado la muestra desde marzo, que se ha ampliado hasta finales de julio por el furor de las visitas.

“No queríamos contar la historia del diseño argentino. Entre golpes militares, cambios de industria, crisis políticas y económicas, trazar una línea es imposible. Es una historia inenarrable”, dice el diseñador Leandro Chiappa, director editorial del Malba, que coordinó el equipo curatorial de ocho personas a cargo de la muestra. “De esa visión pesimista nace la idea de borrar las categorías entre el diseño, el archivo y el arte. Para mostrar cosas con el sujeto que las usa en el centro. A falta de una historia convencional, proponemos un registro afectivo de nuestra cultura material”.

El Dinarg D-200, un coche de dos puertas que mide menos de dos metros, se empezó a fabricar en 1959 en la provincia de Córdoba. Precursor del smart alemán y el coche de bajo consumo, había sido pensado por una empresa nacional y bendecido por el Gobierno de Arturo Frondizi, que buscaba impulsar la fabricación de un automóvil de industria nacional barato y fácil de mantener. En esos años, la red vial argentina creció 10.000 kilómetros, cientos de miles de obreros fueron empleados en automotrices y Argentina empezó a exportar hasta camiones. Pero solo se fabricaron 300 Dinarg de los 3.000 que se habían planeado para 1962, año en el que Frondizi fue derrocado.

Una imagen de la exposición ‘Del cielo a casa’, en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.
Una imagen de la exposición ‘Del cielo a casa’, en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.Alejandro Guyot

Su historia, como la de cada uno de los 600 objetos que reunió el Malba de colecciones y coleccionistas de todo el país, cuenta la de su país: la creatividad y el impulso de la industria argentina –y de los argentinos– a pesar de la historia. Sobre el techo del Dinarg fabricado en 1960 que se exhibe en el Malba descansa una botella de lavandina: una señal que nació alrededor de 1940 para avisar que el coche estaba en venta sin decirlo, así se evadía pagar una tajada al fisco. “Ese uso también es un diseño argentino”, dice Chiappa. “Al igual que el cacerolazo [golpear las cacerolas en una protesta]: muestra una cosa, su uso y sus mensajes”.

El primer helicóptero fabricado en Sudamérica, la pelota de goma fabricada por un ingeniero de Pirelli para venderla más barata que las de cuero, el primer bolígrafo comercial patentado por un inmigrante húngaro, las radios portátiles Carina, las máquinas de coser manuales Knittax y la imagen de la eterna Mirtha Legrand promocionando electrodomésticos como aún hace desde finales de los 60, cada objeto de la colección evoca una historia que construye el visitante.

“La picardía de la exposición es que no sales sabiendo todo, pero tampoco subestima a quien viene”, afirma Chiappa, y pone un ejemplo. En una de las vitrinas, al lado de una tableta de dulce de leche, descansa la primera colaboración literaria entre Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares: no es un cuento, es el folleto promocional de la golosina que fabricaba la familia Bioy, dueña de la primera industria lechera de la Argentina.

En la puerta de salida de la sala, cuelga un televisor con un mensaje detrás de una placa roja. Es una imagen de Crónica TV, la emisora de un diario popular que desde 1994 mide el pulso nacional en titulares cortos. El elegido es de este verano, uno de los más felices de la historia reciente de Argentina. Dice: “Faltan 1163 días para el próximo mundial”.

Una placa de ‘Crónica TV’ en la exposición del Malba.
Una placa de ‘Crónica TV’ en la exposición del Malba.Santiago Orti

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Sobre la firma

José Pablo Criales
Es corresponsal de EL PAÍS en Buenos Aires. Trabaja en el diario desde 2019, fue redactor en México y parte del equipo de la mesa digital de América. Es licenciado en Comunicación por la Universidad Austral y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS.

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