Los pobres de Argentina rezan por la recuperación del papa Francisco
Cuando era arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio recorría los barrios populares para conversar y tomar mate con vecinos que hoy se preocupan por su estado de salud
La jubilada argentina Angélica Paz se arrodilla frente a la fotografía del papa Francisco en la Parroquia de la Virgen de los Milagros de Caacupé de la villa 21-24, uno de los barrios populares más grandes de Buenos Aires. Le toca la frente y reza por él. Otros fieles se santiguan al pasar por delante o se quedan quietos y en silencio un instante, antes de acercarse a abrazar a algún vecino. Todo el mundo está pendiente de la salud del pontífice, hospitalizado desde hace una semana por una neumonía bilateral, pero en esta humilde iglesia muchos lo conocieron cuando era Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires. Lo consideran “parte de la familia”, como lo describe Paz, y viven su frágil estado de salud con el corazón en un puño.
Es jueves por la noche y el padre Jesús Carides dirige la tercera de las misas convocadas por la salud del Papa en esta parroquia de paredes blancas y letras azules que se levanta al final de la única calle asfaltada de la villa 21-24. Este sacerdote de 30 años opina que Francisco ha dejado una gran impronta en la Iglesia católica: “La hizo más cercana, hoy es una iglesia que actúa, que sale del templo”. El padre Jesús se puso al frente de esta comunidad hace solo dos días y le interesa conocer la opinión de los demás. “¿Quién es Francisco para ustedes?”, pregunta en voz alta a una iglesia abarrotada. La mayoría de los presentes tiene algún recuerdo que responderle. Paz cuenta que Bergoglio confirmó a su hijo y les dio la bendición. La paraguaya Nancy Acuña, ayudante de la parroquia, no ha olvidado el día en el que cayó un aguacero y el entonces arzobispo se negó a acortar su recorrida por el barrio aunque no llevaba paraguas. Le gastó una broma, además, que no le gustó: “Me dijo: ‘¿para qué necesito paraguas si estoy con una paraguaya?’ Me enojé”.
Hasta que fue nombrado Papa, en 2013, Bergoglio aparecía en la villa 21-24 cada 8 de diciembre y celebraba una misa multitudinaria en honor a la Virgen de Caacupé, santa patrona de Paraguay. Después, caminaba por los estrechos pasillos de tierra y se detenía a hablar y compartir mates con los vecinos que le abrían la puerta de sus casas de ladrillo sin revocar. El guaraní que hablan algunos paraguayos se mezcla con el español rioplatense local y con otras tonadas latinoamericanas en el barrio, donde viven cerca de 80.000 personas.
“Francisco para nosotros lo es todo, todo. Cuando me enteré de que se enfermó me puse a llorar”, dice Cristina mientras muestra una fotografía de su marido, ya difunto, con Bergoglio, tomada hace casi 20 años. “Él es el papá guazú (el gran padre, en guaraní) de la villa. Dejó mucho vacío cuando se fue, pero sabemos que desde Roma sigue cuidándonos y damos las gracias porque nos enteramos de que está un poco mejor”, agrega esta mujer que nació en Paraguay, pero se trasladó de joven a Buenos Aires, donde se casó y tuvo hijos. Uno de sus nietos, Walter Espíndola, es monaguillo de esta iglesia y asegura que la Virgen lo salvó de las convulsiones que tenía de niño. Más tarde, su trabajo parroquial y las enseñanzas de Bergoglio y los curas villeros se convirtieron en ejemplo para mantenerse “por el buen camino”.
El mal camino que Espíndola evita mencionar tiene dos bifurcaciones posibles, a menudo conectadas: el consumo de estupefacientes —más que nada paco o pasta base de cocaína, una droga barata y adictiva— y la delincuencia. En situaciones de crisis socioeconómica como la actual, en la que más de la mitad de la población argentina es pobre, la situación se agrava y el muro de contención que ofrecen la familia, la escuela, la religión y el deporte en estos barrios se agrieta un poco más. Walter cree que las tres misas organizadas esta semana por la salud del Papa no sólo han servido para rezar por él sino además “para recordar el lema de la Virgen de Caacupé, que es ‘ponerse de pie’ y unir a la comunidad en estos momentos difíciles”.
Esta parroquia tiene una historia combativa. La fundó el misionero español Daniel de la Sierra en 1976, en los primeros meses de la última dictadura. Cuando el entonces alcalde de la ciudad, el militar Osvaldo Cacciatore, mandó topadoras para borrar a la villa del mapa, Sierra se puso delante de las máquinas para frenarlas. La comunidad se ha expandido por todo el barrio. Cuenta con 12 capillas, ocho comedores populares, un jardín infantil, una escuela primaria y secundaria, un centro de formación profesional y un centro de adultos mayores.
Hace un año y medio, en la recta final de la campaña para las elecciones presidenciales, la calle de la parroquia se convirtió en escenario de una misa de los curas villeros para apoyar a Francisco frente a los agravios del candidato ultraderechista Javier Milei, quien lo calificó de “jesuita que promueve el comunismo”, “personaje impresentable y nefasto” y “representante del maligno en la Tierra”. Con Milei en la Presidencia, ambos líderes intentaron limar asperezas, pero el recelo mutuo no ha desaparecido. La hospitalización del Papa, sin embargo, establece una tregua. Curas y fieles prefieren aparcar por un tiempo la política y concentrarse en cumplir el pedido más repetido por el pontífice: “Recen por mí”.
“Yo no lo voté [a Milei], pero conozco a otros acá que sí lo hicieron. Le quedan tres años y después veremos”, dice, entre susurros, Paz. Tras toda una vida de trabajo como empleada doméstica, esta jubilada cobra la pensión mínima, equivalente a unos 300 dólares, y ha visto mermar sus ingresos mientras se disparaba el precio de los medicamentos. “Aguantamos como podemos, como siempre”, admite, “pero ahora no importa, estamos acá porque queremos que el Papa mejore”, insiste. Entre los fieles aparece un deseo recurrente: que se recupere y verlo una vez más.
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