Luces y sombras de la resiliencia
La contemplación y otras prácticas de transformación individual no están reñidas con la acción colectiva
En los últimos años, el concepto de resiliencia, utilizado originalmente en el ámbito de la ecología para hablar del deterioro y la recuperación de espacios orgánicos, ha ganado terreno en otros como el de la psicología o las políticas públicas. Originalmente un anglicismo, la RAE lo reconoce por primera vez como válido en castellano en 2014 y lo define de la siguiente manera: 1. f. Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. 2. f. Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido. Resiliente sería, pues, aquella persona o sociedad que se sobrepone a un trauma sin que le cause mayores daños o que, incluso, convierte el trauma en una oportunidad para desarrollarse en un sentido nuevo. La resiliencia puede ser algo innato, pero es también algo que puede trabajarse como individuo. Esta premisa subyace a las diferentes disciplinas, estrategias y técnicas —desde la psicología positiva al mindfulness— que desde hace algunas décadas y, especialmente, en los últimos años se nos ofrecen para alcanzar un mayor autoconocimiento y sufrir menos con los retos que nos plantea la vida.
Para el pensamiento crítico de tradición ilustrada la idea de resiliencia constituye una suerte de nueva falsa conciencia que aliena y despolitiza. El mexicano Leonardo Meza Jara escribe: “Las investigaciones sobre la resiliencia traen consigo la intención de manufacturar seres humanos persistentes, que puedan sobrellevar las cargas negativas del neoliberalismo en el siglo XXI”. Para Meza, el concepto supone “la conversión de las grandes energías utópicas de la modernidad en pequeñas energías transformacionales que tienen lugar en el ámbito personal y/o familiar…, la utopía se minimiza, su talla histórica es la del resiliente”. En El individualismo utópico (Dado Ediciones, 2020), Lucas García Guirao sostiene que “el actor colectivo ha sido sustituido por el sujeto individual y la afirmación colectiva ha mutado en autoafirmación personal…, y una de las competencias en las que más incide la disciplina del perfeccionamiento personal [es] la resiliencia”.
Ronald Purser, autor de McMindfulness (Repeater, 2019), critica la cooptación de esta práctica milenaria de origen budista por instituciones y empresas del mundo occidental y llama a abandonar la proposición, aparentemente neutra, pero ideológicamente cargada, de que las causas de nuestro sufrimiento están todas “dentro de nuestra cabeza”. Profesor de Gestión en la Universidad Estatal de San Francisco y maestro de zen dharma, Purser aboga por un “mindfulness cívico” que sirva a los individuos para percibir más claramente cómo sus dificultades personales se relacionan con decisiones y realidades públicas. “Cuando reconocemos que el descontento, la ansiedad y el estrés no son sólo culpa nuestra, sino que están relacionados con causas estructurales, la atención (plena) se convierte en combustible para encender la resistencia”, mantiene el autor. Al mismo tiempo, reconoce con otros autores que, en la práctica, no resulta tan sencillo conjugar los principios de la transformación individual con la acción colectiva en aras de una mayor justicia social. Si asociamos la acción colectiva con un repertorio tradicional de resistencia —protestas, huelgas, manifestaciones, sabotajes…—, parecería, efectivamente, que prácticas como la contemplación y el no juicio tienen poco que ver con aquella.
No obstante, cabría pensar que la acción colectiva también se transforma a medida que incorpora nuevos sujetos políticos como las mujeres y las minorías étnicas y sexuales, cuyas reivindicaciones materiales son indesligables de sus demandas de pleno reconocimiento en el plano simbólico. A este reconocimiento y respeto externos precede, a menudo, un proceso de afirmación personal en el que el autoconocimiento, el no juicio y la aceptación de uno mismo y de su cuerpo —herramientas que ofrecen las técnicas de resiliencia— pueden resultar muy útiles. Desde esta perspectiva trabaja Beth Berila, autora de Radiating Feminism (Routledge, 2020), con sus estudiantes. A partir de ejercicios de atención plena, les hace abordar crítica y compasivamente sus prejuicios sociales, raciales y de género, y las inconsistencias entre sus maneras de pensar y actuar. Estos mismos ejercicios sirven también propositivamente para visualizar, sentir y, en último término, encarnar (embody) el tipo de sociedad en la que les gustaría vivir. Para Berila, la dimensión corporal, tanto de la opresión como la emancipación, es clave para cualquier trabajo de transformación individual y colectiva. Prestar atención a nuestras reacciones automáticas, “que no necesariamente se encuentran alineadas con nuestros valores”, y desarrollar respuestas más intencionadas, “en las que tenemos más opciones”, forman parte de un proceso de reconexión entre mente, emociones y cuerpo que puede resultar ajeno a la tradición ilustrada y la lucha social en términos clásicos, pero cuyo potencial merece la pena explorar.
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