Monja, soldado, macarra, icono: vida y milagros de la religiosa trans Catalina de Erauso
Paul B. Preciado y el dúo Cabello/Carceller ahondan en la figura de la religiosa que participó en la conquista, que también protagoniza el nuevo proyecto de Mercedes Azpilicueta
A quien más, quien menos le sonará vagamente La Monja Alférez. Habita para muchos un país mental entre histórico e imaginario, el mismo que La Serrana de La Vera y La Tarara, La Monja Portuguesa, las señoritas Sicur y hasta La Chica de la Curva: relatos colectivos y leyendas urbanas que son también advertencias, eso que los gringos llaman cautionary tales: cuentos de miedo pensados como señales de peligro para las mujeres que se desviaban de la norma. Su nombre cobró así un retintín insultante y burlón; la idea de un marimacho mandón, una sargento amargada tras renunciar a las supuestas esencias de la feminidad: “¡Ojo con esa, que parece la monja alférez!”.
Sin embargo, Catalina/Antonio de Erauso fue un personaje real fascinante, históricamente documentado, mucho más complejo que su caricatura machista: nació en San Sebastián a finales del siglo XVI en una familia de hidalgos militares, se le asignó sexo femenino y como tal la metieron en un convento del que se fugó a torta limpia para vivir ya como hombre aventuras rocambolescas en la corte de Madrid y embarcarse como grumete a las Indias. Con el nombre de Antonio y otros alias masculinos, recorrió como soldado el continente de norte a sur, cometió desmanes, chanchullos y asesinatos, tuvo amoríos donjuanescos como típico conquistador en todos los sentidos del término, se ganó mala fama (y ya es decir) por su crueldad en la guerra colonial de exterminio contra los mapuches en lo que hoy es Chile. Después volvió a declararse mujer para evitar una condena a muerte y se embarcó de vuelta a Europa. Obtuvo audiencias con Felipe IV y con el papa Urbano VIII y permisos y bulas de ambos para mantener su atuendo, carrera e identidad masculina antes de morir oscuramente hacia 1630, de vuelta al actual México. Quedan de Erauso unas memorias controvertidas y abracadabrantes, ellas mismas muy fluidas entre géneros (de la novela picaresca a la de capa y espada, la comedia isabelina o el drama de honor), y un poderoso retrato de madurez atribuido hoy a Juan van der Hamen y que bien podría ser el primer documento conservado sobre una persona trans de la historia del arte occidental.
Nacida a finales del siglo XVI, se fugó del convento y se ganó fama de cruel (que ya es decir) en el exterminio colonial
Retrato y retratado son el punto de partida de la nueva exposición del colectivo Cabello/Carceller, comisariada por Paul B. Preciado para el Azkuna Zentroa de Bilbao. Junto al lienzo original, su plato fuerte es una nueva pieza audiovisual en que tres personas trans y no binarias (las poderosas presencias escénicas de Tino de Carlos, Lewin Lerbours y Bambi) se enfrentan al retrato de Erauso y lo interpelan, lo enfrentan, lo cuestionan. El protagonista también habla a través de la música y la voz de la artista Mursego (Maite Arroitajauregi): insolente, rebelde, recuerda las brechas entre su tiempo y el nuestro y rechaza, genio y figura, cualquier componenda o acto de contrición: “Aquí en mi tiempo os querría yo haber visto”, viene a decir en un momento brillante. Y ese humor punk y chulería irreductible remite al interés por radicales libres, disidentes incluso de la disidencia, de escritos y obras previos de artistas y comisario.
El montaje en Bilbao refleja vistoso esas ganas de complicar y de revisar las miradas históricas: el cubo blanco y diáfano del centro se vuelve laberinto de pasillos en penumbra a los que se abren salas con obras anteriores de Cabello/Carceller, performances en vídeo o fototextos unidos por el tema común de la tensión entre el retrato ajeno y el autorretrato de personas trans, queer, drag, genderfluid, genderqueer o agénero. Una plétora de nuevos términos y nuevas autoconstrucciones de la identidad que también dan perspectiva y contexto al retrato de Erauso: codas, rimas y epílogos para su historia en el “tiempo trans” al que alude el título del proyecto y que ya es el nuestro.
Es interesante que coincida en ese tiempo con la exposición Katalina, Antonio, Alonso, de la argentina Mercedes Azpilicueta. Pudo verse en septiembre en la sede madrileña de la galería NoguerasBlanchard, después en Arco (donde el Reina Sofía adquirió una obra) y ahora la repesca CentroCentro dentro del segundo programa anual Panorama Madrid. Azpilicueta también trabaja sobre Erauso y su leyenda, armando esculturas textiles que tunean con ironía, entre el drag y lo queer, la moda de la época (con atención particular y satírica a las coquillas, piezas de tela abultada o metal convexo que protegían ¿o exageraban? el paquete de nobles y de soldados). La cumbre del proyecto es un gran tapiz que samplea motivos de la pintura colonial en tiempos de Erauso: mapas, ángeles cuzqueños, grabados de gestas militares que se muestran en su envés deshilachados y entretejidos de forma más compleja y porosa.
Ni Azpilicueta ni Cabello/Carceller, que también exponen estos días en la galería madrileña Elba Benítez, tratan de blanquear el lado oscuro de Erauso o de trazar una hagiografía de un pionero histórico de la disidencia de género. Paul B. Preciado lo tilda en el catálogo de la muestra en Bilbao de “aristócrata macarra” e insiste en los peligros de una mirada anacrónica: “Erauso no era ni un hereje ni una víctima y mucho menos un activista (…). La historia de la resistencia es también una historia bastarda, sucia, melancólica, a veces patética o incluso amargamente nostálgica, hecha de errores y traiciones, de oportunismos y luchas por la supervivencia”.
Así que ni marimacho ni maricón, ni héroe ni heroína, ni conquistador/a ni todo lo contrario. Al retomar y sopesar la figura de Erauso, ambos trabajos se sirven del arte para acercarse a nuestra historia pasada como también puede o debe hacerlo cualquier mirada crítica sobre nuestro presente y nuestro futuro: como mil historias en minúscula, fábulas, cuentos (de miedo o de esperanza) en tela de juicio y mutación constante. El pasado no está cincelado en mármol ni es algo inmutable, recuerda Paul B. Preciado, sino “un relato público por el que es necesario luchar”. Y uno se acuerda del Réquiem por una monja (precisamente), de Faulkner, y su frase famosa: “El pasado no es algo muerto. Ni siquiera es pasado…”.
‘Una voz para Erauso. Epílogo para un tiempo trans’. Cabello/Carceller. Azkuna Zentroa. Bilbao. Hasta el 25 de septiembre.
‘Panorama Madrid 02′. CentroCentro. Madrid. Hasta el 29 de mayo.
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