El Brasil cultural resiste frente a Bolsonaro
El mundo artístico contiene el aliento ante las elecciones de este domingo entre el presidente de ultraderecha que desprecia el arte y el izquierdista Lula da Silva
La convicción de que el arte florece en los tiempos más sombríos impulsa a quienes han convertido Brasil en una potencia cultural. Tanto si pierde como si gana las elecciones el domingo, Jair Messias Bolsonaro, de 67 años, será recordado como un presidente que desprecia a la cultura y a todos los que se dedican a ella. Durante casi cuatro años, intelectuales, artistas, cineastas, músicos… se han refugiado en la creación para intentar desentrañar desde los sentimientos lo que la razón difícilmente explica. La mayoría ha adoptado una actitud de resistencia frente a un mandatario de extrema derecha que los considera enemigos, comunistas que viven de un dinero público que no merecen, y que acabó de un plumazo con el Ministerio de Cultura para convertirlo en una secretaría en la que uno de sus titulares parafraseó, en un vídeo oficial, a Goebbels: “El arte brasileño será heroico y nacional. O no será”.
Ante unos comicios que están muy abiertos, gran parte de los protagonistas del mundo cultural confían en que Luiz Inácio Lula da Silva, de 77 años, regrese al poder y que la etapa Bolsonaro quede en una pesadilla pasajera.
Porque en este ámbito, como en medio ambiente, el presidente brasileño cumplió sus promesas: redujo el presupuesto a mínimos, debilitó las instituciones de promoción del cine o protección del patrimonio y cambió la ley Rouanet de incentivo cultural —a sus ojos, la encarnación del mal— hasta dejarla casi irreconocible e inviable.
Aquí un retrato de estos convulsos cuatro años a través de algunos hitos:
Marighella, la burocracia como arma censora
Bolsonaro llevaba menos de dos meses en el poder cuando la Berlinale 2019 acogió el estreno mundial de la película Marighella, el debut como director del actor Wagner Moura. El tortuoso periplo hasta que los brasileños por fin pudieron verla en pantalla grande ilustra los embates del bolsonarismo contra todo lo que queda fuera de su estrecha definición de cultura, es decir, entretenimiento y poco más.
Que la biografía de Carlos Marighella, un guerrillero comunista que combatió la dictadura, fuera invitada y que Moura, de esmoquin, pajarita y fajín, saludara sobre la alfombra roja puño en alto indignó a los bolsonaristas. Las milicias digitales contraatacaron. La película no había llegado a las salas cuando sufrió una emboscada en IMDB, la web de evaluación de filmes. Hundieron su puntuación cuando todavía nadie la había visto.
Quedaban otros obstáculos. Durante dos años y medio, que coincidieron en parte con la pandemia, el filme estuvo preso de la burocracia, que, según fuentes del sector, fue utilizada como instrumento de censura. Cuando por fin logró recibir las subvenciones y la luz verde para el estreno, ir a verla era todo un acto político. Algunas proyecciones terminaban con una salva de aplausos. Con 300.000 espectadores, Marighella fue la película brasileña más vista en 2021.
Brasil, con sus 3.200 salas de cine, estrenó 185 filmes en 2020, dos tercios extranjeros, vistos por 40 millones de espectadores.
Para muchos brasileños fue más sorprendente descubrir que el guerrillero, encarnado por el actor Seu Jorge, era en efecto negro, que los mil avatares del proyecto. Porque Marighella, como Machado de Assis, el gran maestro de las letras brasileñas, fue blanqueado al ser inmortalizado.
La trilogía Esclavitud, fenómeno popular
Nada ha dejado una huella tan profunda en Brasil como la esclavitud. El legado de aquellos tres siglos y medio de tráfico de africanos es aún lacerante. Pero la esclavitud y sus consecuencias estuvieron confinadas a sesudos ensayos académicos hasta que el periodista Laurentino Gomes publicó el primer volumen de Escravidao (Editora Globo, 2019). Fue un éxito. Colocó el tema en el debate público gracias a una narrativa periodística de lenguaje sencillo y vívidas descripciones apoyada en las investigaciones de historiadores brasileños y extranjeros. Gomes sumerge al lector en una realidad tan cruel como fascinante. Los descendientes de aquellos esclavos son más pobres y mueren antes que sus compatriotas blancos.
Autores negros, superventas
Torto Arado (Tortuoso Arado, con versión española de Felipe Cammaert para Tusquets), una novela que narra las vidas de las hermanas Bibiana y Belonísia en una hacienda de la Chapada Diamantina, en la zona rural de Bahía, fue la sensación literaria de 2021. Además de liderar las listas de ventas (vendió más de 100.000 ejemplares en menos de un año), este poético relato, que arranca con un incidente trágico que une a las hermanas para el resto de sus días, fue aclamado por la crítica. En el trasfondo, la herencia de la esclavitud.
Su autor, Itamar Vieira Junior, conoce bien esas áridas tierras y a sus empobrecidos vecinos porque trabaja como funcionario para el organismo público encargado de la reforma agraria. Es la cara más visible de un fenómeno novedoso en el panorama editorial brasileño: la presencia de varios autores negros simultáneamente a la cabeza de los más vendidos. Una revolución en una sociedad en la que los negros y mestizos son la mayoría (56%) pero están excluidos de las esferas de poder. El año pasado se vendieron más de 50 millones de libros en este país de 210 millones de habitantes. ¿El más leído? La Biblia.
Seis secretarios, un nazi y una Bienal
La puesta en escena estaba diseñada al detalle. La corbata negra, la bandera, el crucifijo y, por supuesto, la música de Richard Wagner. En pantalla, el dramaturgo Roberto Alvim. Él era secretario de Cultura del Gobierno brasileño y aquello, un vídeo oficial: “El arte brasileño de la próxima década será heroico y nacional. Estará dotado de una gran capacidad de implicación emocional y será igualmente imperativo (…) o de lo contrario no será nada”, afirmó en un discurso que copiaba trechos de uno pronunciado por el propagandista nazi Joseph Goebbels. El escándalo fue mayúsculo y su cese, inmediato. Pocos en el mundo de la cultura olvidarán la escena.
Eliminar el Ministerio de Cultura fue una de las primeras promesas cumplidas por Bolsonaro al llegar al poder. Lo degradó a una secretaría que ha tenido seis titulares, incluidos la diva de telenovelas Regina Duarte y el actor Mario Frias, que ostenta ahora el cargo.
La gran cita del arte contemporáneo brasileño, la Bienal de São Paulo, se celebró en 2021 con retraso por la pandemia. Y con inquietud ante la hostilidad del poder público, pero también con un sentimiento de resistencia. Por eso se tituló Faz escuro, mas eu canto (Está oscuro, pero canto), un famoso verso del poeta amazónico Thiago de Mello, escrito en 1963, a las puertas de una dictadura que el presidente Bolsonaro añora abiertamente. Con motivo de la inauguración, el comisario principal de la muestra, Jacopo Crivelli Visconti, apuntó: “Es más importante hablar en tiempos conflictivos, desafiantes, que hablar en tiempos pacificados”. La 34º edición será recordada porque uno de cada diez artistas invitados era indígena. Un paso más hacia la inclusión de los tradicionalmente olvidados.
Un bicentenario, un corazón y distintas miradas a la historia
Brasil, un país construido por conquistadores portugueses, esclavos africanos y, tras la abolición, inmigrantes blancos, cumplió el pasado 7 de septiembre 200 años como nación independiente. Un acontecimiento celebrado con la reapertura del Museo de Ipiranga, en São Paulo, tras una ambiciosa reforma. El edificio se alza en el punto donde el emperador Pedro I, debilitado por la diarrea y un viaje en mula, proclamó la ruptura con Portugal, emancipación que firmó su esposa, la emperatriz Leopoldina. El museo ha reabierto con un recorrido clásico de la historia —la escrita por hombres blancos de la élite— pero narrada con las últimas tecnologías.
En cambio, el Museo MASP, también en São Paulo, pero privado, ha apostado por una mirada radicalmente distinta. Lo resume ese plural del título de su gran exposición de este 2022, Histórias Brasileiras. “En la escuela todavía aprendemos que la historia es una sola, pero no. Es un proceso abierto que no contempla apenas una narrativa (…) sino que incluye muchas (abiertas, diversas, inconstantes, insurgentes, preliminares y en conflicto)”, recalca el cartel que da la bienvenida al visitante junto a un despliegue de interpretaciones de la bandera de Brasil. Desde una escultura creada a partir de casquillos de bala en recuerdo de las 5.664 mujeres asesinadas por sus maridos, a la enseña rosa del homenaje a los excluidos por la historia que fue el desfile de la escuela Mangueira en el primer Carnaval con Bolsonaro, a la bandera africanizada por Abdias do Nascimento. Un popurrí de obras y artistas seleccionado por un elenco diverso de comisarios que intenta abrirse desde el arte al Brasil real, que incluye favelas, aldeas amazónicas o los sin tierra.
El bicentenario ha sido de muy bajo perfil, aunque al presidente Bolsonaro no se le cae de la boca la palabra patria. La culminación fue traerse prestado de Oporto el corazón del emperador Pedro I.
El poderío del sertanejo, el country brasileño
La muerte de la cantante Marília Mendonça a los 26 años en un accidente aéreo, cuando iba en ruta a una pequeña ciudad donde esa noche daría un concierto, conmocionó hace un año al país de la samba. Especialmente al Brasil del interior, donde el agronegocio, el sector más pujante de la economía gracias a la soja, ha alumbrado una clase de nuevos ricos orgullosos del agro, conservadores y muy alineados con el bolsonarismo. Son brasileños de botas y sombrero vaquero que se reúnen en multitudinarios rodeos y conciertos de música country autóctona en portugués.
Pero la muerte prematura de esta joven mujer contribuyó a que el otro Brasil —el costero, el de la samba— descubriera el poderío del estilo musical más escuchado y descargado en su país. Una industria gigantesca con epicentro en el estado de Goias, al lado de Brasilia.
La tragedia sirvió también para descubrir matices en un ambiente dominado hasta hace nada por dúos masculinos con un discurso notablemente machista. Porque con su voz potente y ronca, Mendonça contribuyó a popularizar el sertanejo. Renovó un repertorio de melodías sobre pasiones, sufrimiento, amores y desamores con una mirada femenina y feminista. Atrajo a legiones de mujeres con composiciones en las que ellas también sufrían por amor, eran protagonistas y poderosas.
En el polarizado Brasil de hoy, el apoyo de las grandes estrellas del sertanejo es tan importante para Bolsonaro, como el de la diva pop Anitta para Lula da Silva.
La ley Rouanet, el incentivo cultural como encarnación del mal
Treinta años acaba de cumplir la norma de promoción de la cultura más importante de Brasil. Conocida por el apellido del diplomático que era ministro del ramo cuando fue aprobada, el recién fallecido Sergio Rouanet, creó un sistema por el que las empresas que invierten en cultura se pueden desgravar hasta un 40%. Los particulares se descuentan un 6%. El año pasado fueron aprobados proyectos por 431 millones de euros.
A menudo, Bolsonaro la ha vilipendiado. “Esta desgracia de esta ley Rouanet empezó con muy buenas intenciones, luego se convirtió en esa fiesta que todo el mundo conoce, cooptando a la clase artística, gente famosa para apoyar al Gobierno” de turno, dijo al poco de conquistar el poder.
Su Gabinete impulsó cambios legales que redujeron 600 veces la financiación máxima por proyecto y siete veces el caché por artista, mientras el análisis de los proyectos se demora hasta un año cuando antes eran entre uno y dos meses. El impacto ha sido notable, explica especialista en la citada ley Adriana Donato por teléfono desde Porto Alegre: “En la práctica perjudican a los artistas menores, justo lo contrario de lo que dicen que pretenden porque los grandes tienen experiencia de gestión y además pueden esperar. Al final, desisten los pequeños, lo que más lo necesitan”.
Ya avisó el presidente de que la ley no sería usada para financiar proyectos artísticos que chocaran con sus valores ultraconservadores, así que se acabaron los incentivos para obras relacionadas, por ejemplo, con la comunidad LGTB+. Mientras, aumentan la financiación para música góspel o teatro bíblico. Y una empresa armamentista ha logrado fondos para publicar un libro sobre la historia de las armas.
Caetano Veloso y Gilberto Gil cumplen los 80
Con pocas semanas de diferencia, los dos bahianos que popularizaron la bossa nova en el mundo entero y compusieron buena parte de lo que ha sido en las últimas décadas la banda sonora de su patria soplaron las 80 velas. Otro hijo de 1942, Milton Nascimento, anuncia la última gira de su carrera. Roberto Carlos ya tiene los 81.
Ni Veloso ni Gil dicen una palabra de retirarse. A ambos se les ve en una forma excelente, tienen una apretada agenda en Brasil y el extranjero. Ellos, como Chico Buarque, el benjamín a sus 78 años, han hecho campaña a favor de Lula.
Los que han convertido a Brasil en una potencia cultural contienen el aliento a la espera del veredicto de las urnas.
Recomendaciones
Lula. Biografía. Volumen 1, de Fernando Morais (Planeta). Biografía que termina antes de que ganara las primeras elecciones, en 2002, pero hace un salto en el tiempo para incluir su paso por prisión. El volumen 2, aún sin publicar, estará centrado en su etapa de gobernante.
Retrato narrado, un perfil sonoro de Jair Bolsonaro.
Angola Janga, de Marcelo D’Salete (Flow Press). Un cómic premiado con el Eisner de 2018, que narra la historia de una república fundada por los huidos de los ingenios, que alcanzó los 20.000 vecinos en el Brasil del siglo XVII.
Sintonía (Netflix). Una serie de ficción para entender la dinámica en las favelas entre el crimen organizado, los evangélicos, la música y la familia.
Dom (Amazon Prime). Una serie basada en la historia real de un atracador cocainómano y su padre policía en Río de Janeiro que abarca desde los setenta hasta los años 2000.
Brasil, país de futuro, de Stefan Zweig (Capitán Swing). Publicado en 1941, este libro describe magistralmente la historia y los entresijos del país en un momento de esplendor, cuando todo lo que estaba por venir era prometedor.
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