Amor mío queridísimo: la delicadeza sentimental de Felisberto Hernández
El escritor uruguayo mantuvo con sus varias parejas una correspondencia que fructificó en algunas de las mejores cartas de amor en lengua española
“¿Cómo supiste que me querías?” le pregunta el escritor uruguayo Felisberto Hernández (1902-1964) a Reina Reyes, su cuarta esposa y un nombre más entre las varias mujeres que ocuparon su intensa vida sentimental a lo largo de los años. Reconozco lo poco que sabía yo de la biografía del autor de Nadie encendía las lámparas antes de leer la magnífica edición llevada a cabo por el crítico y editor Ignacio Bajter de su correspondencia reunida y que incluye un aparato de notas deslumbrante. Hasta fechas muy recientes el que fuera autor de una novela mítica titulada Por los tiempos de Clemente Colling (1942) era un escritor minoritario, con un estilo concentrado en extremo y alejado de las grandes corrientes de la literatura hispanoamericana contemporánea. Un escritor oculto, vuelto a su propio pasado y cuya obra, sin embargo, admiraron de inmediato Juan Carlos Onetti, Ángel Rama, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez o Ida Vitale, por su forma de abordar la realidad, dotándola de una figuración recóndita, muy suya, donde las cosas y los recuerdos trazan el mapa de su propio universo personal. Se decía que Felisberto llegaba con media hora de antelación a sus citas para poder familiarizarse antes con el espacio y sus objetos. “Un escritor que no se parece a nadie” afirmó sobre su estilo Italo Calvino en el prólogo a la versión italiana de Nadie encendía las lámparas, colección de relatos publicada originalmente en 1947. Los años cuarenta fueron, sin dudarlo, su década prodigiosa, la más fecunda de su producción, coincidiendo con la muerte de su padre, Prudencio Hernández.
La correspondencia que ahora ve la luz gracias al esfuerzo llevado a cabo por la editorial Sin Fin, y que hasta el momento es la edición más completa posible del escritor, reúne fundamentalmente las cartas dirigidas a algunas de las mujeres más importantes de su vida —Amalia Nieto, Paulina Medeiros y Reina Reyes—. Se casó cinco veces y algo se sabía de sus relaciones amorosas por el libro de la poeta y dramaturga Paulina Medeiros, Felisberto Hernández y yo (1974) donde su autora daba a conocer en dicho volumen buena parte de las cartas que aquel le había dirigido entre 1943 y 1947, los años de su relación. A dicha publicación respondería la pedagoga Reina Reyes en 1983 con ¿Otro Felisberto? reivindicando su propio papel en la compleja historia amorosa de Felisberto con Reyes entre 1954 y 1958. También daba a conocer parte de la correspondencia que obraba en su poder. No solo eso sino que analizaba psicológicamente al escritor responsabilizando a su madre, Juana Hortensia.
Silva (Calita), de su excesiva y edípica dependencia emocional. Por su parte, Amalia Nieto mostraba una selección de la copiosa correspondencia recibida de Felisberto. De modo que en un contexto de enredos y pasiones las cartas del escritor cobraron un valor hasta entonces inadvertido. Tanto Medeiros como Reyes y luego Nieto justificaron sus decisiones respectivas de exponer el mundo privado del escritor con el argumento de contribuir a la comprensión de la obra, cuando, como señala Bajter, usaron las cartas para saldar cuentas de carácter personal.
Se decía que el autor llegaba con media hora de antelación a sus citas para familiarizarse con el espacio y los objetos
Sin duda, Felisberto Hernández fue un hombre de personalidad muy compleja, a juzgar no solo por los testimonios recogidos sino por lo expresado en su obra: en Diario de un sinvergüenza, por ejemplo, se autorretrata abominando de la máscara de cordialidad a la que se lanza su cuerpo en cuanto ve a un conocido, con el objeto de facilitar la relación y evitar tiranteces. Si hay un escritor que plantea el tema del extrañamiento este bien podría ser el uruguayo. Sin disponer todavía de una biografía de alcance, se sabe que estuvo marcado por una dura y autoritaria infancia donde sus referentes principales fueron dos mujeres, su madre y su abuela. La primera lo sobreprotegió, mientras la segunda lo trataba con una dureza que el escritor nunca olvidaría. Felisberto necesitaba de la protección femenina y creía enamorarse una y otra vez, como lo prueban las maravillosas cartas de amor reunidas en el epistolario que comentamos. Algunas de ellas —la dirigida a Reina Reyes, el 27 de agosto de 1954, por ejemplo— deberían figurar en cualquier selección de las mejores cartas de amor escritas en lengua española. Un libro, por cierto, cuya existencia echamos de menos. Encerrado en atropelladas habitaciones de cualquier pensión, mientras viajaba por el país tocando el piano, dando a conocer sus compositores preferidos (Prokofiev y Stravinsky) y a veces interpretando sus propias composiciones, febrilmente concentrado en sí mismo, es fácil imaginar un estado de ánimo, entre la ejecución musical y la creación literaria, siempre retraído, más dispuesto a soñar con ideales femeninos y fantásticas complicidades amorosas que a vivirlas verdaderamente. De ahí, pienso, que sus numerosos y diría que sinceros enamoramientos acabaran extraviándose en la dura prueba de la realidad cotidiana. Observando la secuencia de sus relaciones, se diría que muchas de ellas tienen como promedio unos cinco años de duración. El hecho no deja de ser curioso. En todo caso..., las cartas son de una extraordinaria delicadeza sentimental. “Apenas sentí tu voz y me dijiste que me esperabas tuve el máximo placer de mi vida de sentirme amado. Fue inmenso. No lo podía resistir. Había gente, cerca, y no quería que me vieran el alma desnuda, que es tuya. Ocurrió en este café y aquí vendré todas las mañanas por si me quieres llamar a tu lado”, escribe a Reyes el 27 de agosto de 1954. Pero el amor por Reina Reyes se acabaría y a él le sucedería otro, u otros. Cuando murió, en 1964, estaba a punto de casarse con María Dolores Roselló (a quien había dedicado La casa inundada) y con quien formalizó el noviazgo a pesar de su mala salud a la que finalmente se pondría nombre: leucemia. Falleció a los 62 años en un cuarto de una pensión. Enfrente, en otra pieza, vivía su madre.
La lectura de la correspondencia se hace desde el punto de vista único de los sentimientos del escritor y del proceso que suele transcurrir desde la emoción más vívida y apasionada a la desilusión y a la ruptura fría y tajante. Es decir que leyendo las cartas a tres mujeres decisivas en su vida se nos permite observar cómo el amor, que en un momento determinado es imprescindible y obsesionante (léanse las cartas a la pintora Amalia Nieto, las más numerosas, profundas y en su mayoría inéditas) va transformándose con el tiempo, hasta referirse a él con la mayor distancia. La impresión global es que el escritor no era partidario de compatibilizar sus afectos, de modo que se producían consecutivamente —“no siempre se está para fingir, a veces somos espontáneos y explotamos”—, reemplazaba un enamoramiento por otro, una historia por otra, con cortes limpios, por más dolorosos que pudieran resultar a la otra parte. Y quizás cabría pensar que lo que sustituía inconscientemente Felisberto Hernández eran unas palabras de amor por otras: “No dejo de buscar el sentido de la realidad que coincida o continúe mi sueño”. Así en la primera carta a Nieto se anticipa al futuro (que no fue más que brevemente) y se imagina un eterno intercambio: “Yo cuidaré esa amistad con toda la fuerza de mi alma”, pero lo cierto es que no podía tolerar la inevitable fealdad de la vida y prefería llenarla de ensoñación y de recuerdos. Al principio de su relación con Amalia esta mantiene un doble juego amoroso, un tira y amaga, ante las dudas de ser correspondida. El escritor le responde: “Si ante usted hay una montaña y en ella una casita, no me explico cómo es que menciona la casita y no la montaña. Si además ve un camino, siga por él, porque llegará al corazón de la montaña”. Conmovedora imagen, un cuadro casi naïf, dirigido precisamente a una pintora, muy expresivo de su voluntad de ir más allá de la amistad surgida entre ambos.
Sin embargo, siendo la correspondencia amorosa el timbre principal del volumen no es el único. Se incluyen las cartas que se han conservado dirigidas a su madre (y confidente) que suministran una mejor comprensión de los lazos familiares y la correspondencia mantenida con amigos como el bohemio argentino Lorenzo Destoc o escritores e intelectuales como el poeta francouruguayo Jules Supervielle, cuya influencia intelectual resulta evidente en las cartas. Al apoyo que le brinda Supervielle se debe su decisión de viajar a París e instalarse en la capital francesa entre 1946 y 1948. Allí conoce a la española María Luisa de las Heras, de trayectoria legendaria, pues fue espía soviética y al parecer utilizó al escritor con el objetivo de operar una red americana de espionaje. La pareja se casó ya de vuelta a Montevideo en 1949, aunque la duración de este matrimonio rompería los estándares pues se separaron un año después. La vida de Felisberto Hernández, una vida hecha de azares, de amores, de fracasos y de una relación estética con el mundo real queda expuesta a lo largo de la correspondencia. Nos quedamos con una imagen: Felisberto conoce a una mujer y entonces brilla el sol, palpita la vida y todas las epifanías son posibles.
Correspondencia reunida (1917-1958)
Ediciones Sin Fin, 2022
620 páginas. 25 euros
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