‘Anoxia’, cómo se fotografía la muerte
Una amistad improbable y una afición con cierto morbo centran la nueva novela de Miguel Ángel Hernández
Toda la narrativa de Miguel Ángel Hernández está penetrada por la conciencia de la muerte, desde los cuentos de Demasiado tarde para volver (2008) —escritos tras el fallecimiento de su madre— hasta su última y celebrada novela, El dolor de los demás (2018), fascinante indagación y excavación en la oscura tragedia sucedida la Nochebuena de 1995, protagonizada por un amigo íntimo y que durante años gravitó sobre todo un pueblo.
Anoxia —término que en medicina define la casi total falta de oxígeno— empieza con el extraño encargo que un día recibe Dolores Ayala —que en un pequeño pueblo costero del litoral murciano mantiene abierto un moribundo estudio de fotografía, en su día regentado junto con su difunto marido, Luis— por parte de Clemente Artés —un anciano que tras años de ejercicio profesional en Francia regresó al país natal—: retratar a un amigo que acaba de fallecer. La sacudida que a ella le produce este hecho insólito, y las experiencias que irán derivándose de él, articula buena parte de la novela, que también se ancla en la vida privada de ambos personajes. Dolores, tras los años vacíos —dedicados a criar a su hijo Iván, cuidar del padre, hundirse en el dolor por la repentina pérdida de Luis— y la coraza protectora que se construyó, se siente reaparecer, regresar a la vida, actuar y volver a ser ella misma casi con la alegría y la confianza de la juventud. Dolores revive, no sin atravesar los momentos sombríos que le devuelve la memoria, a la par que Clemente afronta su final, mas con la esperanza que la amistad y el entendimiento con la fotógrafa le proporciona. Este presente se completa con breves ráfagas del pasado de ambos, que incluye secretos, turbiedad y fracasos.
He leído, con la felicidad y el placer que nos concede una novela excepcional, todo lo referente a la tradición de la fotografía mortuoria: las espléndidas páginas dedicadas a los inquietos, lo referente al arte del daguerrotipo, las glosas a las imágenes de la colección de Clemente Artés… Un material espléndido, que en la novela está cuidadosa y equilibradamente introducido, además de narrativizado —dado que todo esto se nos cuenta a través de pequeñas historias—, y sobre todo incorporado a los personajes: reverbera en la mirada de Dolores, que expresa sus emociones y sentimientos cada vez que acude a un tanatorio, que ya no le parece un espacio impermeable al dolor, pues allí recoge el abatimiento, la entereza, la congoja o el amor de familiares y allegados, junto con el latido de la vida que permanece en quienes no se van.
Dolores expresa sus emociones y sentimientos cada vez que acude a un tanatorio, que ya no le parece un espacio impermeable al dolor
Y por eso Dolores decidirá volver a ser una humilde fotógrafa de pueblo y fijar con su cámara esa realidad que lleva tiempo sin mirar. Retratar las calles y plazas y casas abatidas y anegadas por las feroces lluvias y las inundaciones, donde tras la estupefacción emerge la vida: “Los gestos de apoyo y la fuerza impetuosa de los cuerpos, que se levantan frente a la tristeza e insuflan aire a la adversidad. El empuje de la multitud en mitad de la catástrofe”. Y la agonía del mar Menor, esas imágenes que a todos se nos clavaron en la retina: los peces moribundos, el desastre, la rabia y la tristeza de las gentes, el fango, las aguas muertas, la podredumbre y la ruina. Por eso decide convertir el viejo estudio en un pequeño museo con el legado de Clemente Artés —cuya colección no donará al Archivo Fotográfico de la Región, cuyo director es un buitre y un rata—, y con las fotos de Luis y las suyas propias: “Lo comprende mejor que nunca ahora, cuando inspira con fuerza por la nariz y siente cómo el aire irrumpe en su cuerpo y llega por fin hasta el fondo de sus pulmones”.
Anoxia
Autor: Miguel Ángel Hernández.
Editorial: Anagrama, 2023.
Formato: tapa blanda (280 páginas, 18,90 euros) y e-book (11,99 euros).
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