‘La seca’, de Txani Rodríguez: el auténtico sur
La nueva novela de la escritora vasca transcurre en un lugar de vacaciones con paisajes y personajes exotizados, donde las dos protagonistas, una madre y una hija, alternativamente invierten sus papeles
“Al auténtico sur no llega nadie / ni se viene de vacaciones. / El sur no se visita. / El sur se lleva dentro como un órgano”, escribe la poeta andaluza Isabel Pérez Montalbán. El sur no es tanto un exotismo de aromas y cante jondo como la pertenencia a una clase social. De similar manera, Víctor Erice no quiso rodar el sur de la novela de Adelaida García Morales sino como un acento que dispara la imaginación. Quizá no haga falta ser tan tajante, sino tan solo trabajar un material literario lejos del cliché.
En La seca, la nueva novela de Txani Rodríguez (Llodio, 1977), el sur es el lugar de vacaciones de las dos protagonistas, Matilde y Nuria, madre e hija que alternativamente invierten sus papeles. Es ahora Nuria quien siente que debe cuidar a su madre: de su vejez y de una operación, de su inconstancia infantil y de la amenaza de epidemia, la covid, que ya empieza a propagarse por el mundo. Por eso ambas, vecinas de Llodio, han terminado en un pueblo de interior del campo de Gibraltar, el pueblo familiar y de las vacaciones. Un territorio donde “por la mañana, en el campo, el aire parece recién enjuagado, y huele a romero, a orégano, a tomillo, a poleo”. Donde se trabaja en la extracción del corcho y “la imagen de esos hombres sobre las ramas es poderosa y antigua, pero está amenazada”. Y donde el padre fallecido, Guardia Civil (recuerda Nuria), “sostenía una copa de manzanilla de Sanlúcar [y] no le quitaba la vista de encima al cantaor […], sentado muy recto en su silla de enea”. Ella sentía que “al escuchar el cante, se puede viajar al centro mismo de los bosques [y] perder la vista en las llamas de una hoguera baja, alrededor de la cual resuenan unas voces rotas que desvelan el sentido último de la negritud de la noche”.
El principal problema de La seca es su exotismo, que no se limita a unas descripciones archisabidas. Afecta a los propios personajes del “pueblo”, que se mueven en el peligroso filo de la imaginación turística: Montero, el amor estival de Nuria, rudo, hermoso y seductor; y su mujer, Alba, sensible poeta y mujer tranquila; y, Ezequiel, padre de Montero, que hiere la tierra con su hacha para quitarle la enfermedad.
De la misma manera, la metáfora y el contexto trabajan en un territorio demasiado conocido. La seca es, en primer lugar, la enfermedad que arruina los alcornoques. Pero además hay toda una trama ecológica que está a punto de terminar con la belleza del paisaje, y que le permite a la autora oponer el uso de la tierra como sustento (la visión de los del pueblo) con la imagen idílica de quien llega de vacaciones, como Nuria. También es evidente el paralelismo entre la seca y la pandemia. Pero además, “la seca” es, en un sentido metafórico, la propia protagonista, Nuria. Gruñona, sin la capacidad de dejar vivir a nadie a su alrededor ni de vivir ella misma. El mundo le hizo un daño que no supera.
La seca tiene vocación de película: se narra en pequeños capítulos “visuales” a los que la literatura añade pintoresquismo sensorial. Y todo parece suceder de pronto, toda la vida de un pueblo, leyenda incluida, en apenas un mes: un suicidio, un gato asesinado, un río amenazado por la industria, la propia seca, dos niños terroríficos que anuncian desgracias, cuernos y divorcio, un nuevo amor, el fin de ese nuevo amor, ¡hasta una venganza kármica!
Txani Rodríguez trabaja mejor cuando despeja el camino: así en la relación madre e hija, que se hubiera beneficiado de menos elementos. Pero en La seca pesan demasiadas convenciones sobre lo que deben ser una historia trepidante y un pueblo del sur.
La seca
Seix Barral, 2024
272 páginas, 19 euros
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