‘La gavina’: una adaptación más
El montaje de Julio Manrique en el Lliure lleva la acción a un presente de móviles y redes sociales, pero el deseo de modernizar la pieza es, paradójicamente, lo que provoca su alejamiento
Es inevitable: las cuatro obras más célebres de Chéjov tienen que rotar eternamente por nuestros escenarios. Después de El jardín de los cerezos, El tío Vania y Las tres hermanas, La gaviota es el broche de oro del cuarteto chejoviano. Triángulos amorosos, conflictos generacionales, anhelos y frustraciones… Chéjov nos habla de actrices y de escritores, pero en el fondo retrata a toda la humanidad con su combinación habitual de afecto y mala leche. El montaje de Julio Manrique en el Lliure es una declaración de intenciones del nuevo director de la casa y peca, ay, de uno de los males más habituales de nuestro teatro: la adaptación.
La versión firmada por el propio Manrique junto a Marc Artigau y Cristina Genebat lleva la acción a un presente de móviles y redes sociales: el deseo de modernizar la pieza es, paradójicamente, lo que provoca su alejamiento. No es necesario el saloncito con el samovar, pero ya me entienden. Siempre existe el peligro que los dramas de Chéjov queden hoy en día como historias absurdas de burgueses aburridos (que lo son), y a menudo las adaptaciones hacen que todo resulte más vacuo y superficial. El tono de comedia de Clara de Ramon como Maixa o de David Selvas como Sorin funciona (no hay que dejar de mover el foulard), porque le da ligereza al asunto. El dramatismo que el director exige a Nil Cardoner en el rol de Konstantin hace que el joven parezca una drama queen fuera de lugar, y que su deseo de crear “formas nuevas” sea ridiculizado por la propia puesta en escena. El espacio diseñado por Lluc Castells resulta bastante antipático, especialmente en el primer acto: la oscuridad y la disposición del público a tres bandas dificulta la visión y correcta audición de los intérpretes. El paso del segundo al tercer acto es sencillo y vistoso, y los muebles del salón familiar podrían ser perfectamente de Vinçon. Los vídeos de Francesc Isern son muy bonitos, pero absolutamente innecesarios.
Daniela Brown construye una Nina muy ajustada: decidida e inteligente, ni demasiado lánguida ni femme fatale. Cristina Genebat como Irina funciona mejor desde la ligereza que en el drama, y al Boris de David Verdaguer vienen ganas de abrazarlo cuando cruza la escena con su mochila y su caña de pescar. Otro año más, otra gaviota más. No será la primera ni la última, por supuesto. Como cantaba Duncan Dhu, “cien gaviotas, ¿dónde irán?”.
‘La gavina’. Texto: Antón Chéjov. Adaptación: Marc Artigau, Cristina Genebat y Julio Manrique. Dirección: Julio Manrique. Teatre Lliure, Barcelona. Hasta el 10 de noviembre.
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