Triunfo sin orejas
La feliz idea de anunciar mano a mano a los dos novilleros triunfadores de San Isidro naufragó
Cuando se ponen verdad en el ruedo, los toros, o en este caso los novillos, no perdonan. Gómez del Pilar pagó con sangre su entrega la pasada semana en Sevilla. Así se truncó una buena idea de la empresa (sin que sirva de precedente): anunciar a los dos novilleros triunfadores de San Isidro, Gómez del Pilar y Gonzalo Caballero, mano a mano.
Así una cita ilusionante se convirtió a un domingo más, con una terna que completaban Adrián de Torres y el mexicano Sergio Flores. El primero estuvo demasiado cauto, despegado e incluso desalmado. El segundo, variado con el capote, con buenas intenciones, pero sin terminar de apostar en la muleta.
- Plaza de toros de Las Ventas, un cuarto del aforo cubierto.
- Novillos de El Cotillo, que tomaba antigüedad, nobles, excesivos de presentación y flojos, salvo el cuarto, manso.
- Adrián de Torres, silencio y silencio tras aviso; Sergio Flores, silencio y silencio tras aviso y Gonzalo Caballero, ovación y palmas de despedida.
Aun así, quedaba una incógnita por resolver: el juego de los novillos de El Cotillo. No resulta demasiado lógico que si se busca fomentar la competencia y dar la oportunidad a dos promesas, se confíe en una ganadería que nunca antes ha lidiado en esta plaza. Todo lo que tuvieron de fachada les faltó de casta; salvo el tercero, que tuvo algo más de movilidad y nobleza. Apenas dieron oportunidad para el lucimiento. El peor, sin miramientos, el cuarto, que dio casi tres vueltas junto a las tablas en la faena de muleta.
Solo Gonzalo Caballero estuvo a la altura de una tarde con una taquilla algo superior a lo habitual fuera del abono. Con unas formas, entrega y seguridad que pocas veces se ven, no solo en novilleros, sino también en matadores. Estuvo toda la tarde bien colocado, pendiente de la lidia y con salero en el primer tercio.
Poco pudo hacer con el sexto, al que mató de una buena estocada. De haberla recetado al tercero, al que pinchó dos veces, habría cortado un apéndice. Su faena lo merecía, desde el comienzo a pies juntos sacándose el animal a los medios, hasta los naturales largos, los derechazos encajado, con la planta firme, sin olvidar el remate a dos manos, con buen ritmo y unas ajustadísimas manoletinas. Caballero salió de la plaza andando, sin una peluda que echar al esportón pero con la afición deseando volver a verlo.
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